Profesores y alumnos, aprendizaje y obstáculos que superar: Laurent Cantet (La clase) y el guionista Robin Campillo (120 pulsaciones por minuto) regresan a las aulas para contarnos una historia sobre cómo los cambios ideológicos, económicos y sociales han transformado por completo una ciudad y han dado forma a una nueva generación a la que le faltan asideros desde los que definirse e impulsar su porvenir. En El taller de escritura, novela negra, crónica generacional y crítica política se dan la mano con el fin de ofrecer un retrato afilado y nada condescendiente de la realidad de la Europa actual. Hablamos con Cantet de su último trabajo y de qué ha supuesto volver al entorno educativo a través del cine.
¿Por qué decidieron hacer de Antoine, el personaje más conservador, el protagonista de ‘El taller de escritura’?
Laurent Cantet – Antoine es representativo, por desgracia, de una buena parte de la juventud actual, y que fuera el protagonista nos permitía mirar los mecanismos de seducción de los extremismos. La hipótesis de la película afirma que el aburrimiento y la ausencia de perspectivas hace que estos jóvenes sean muy vulnerables a la llamada de los extremismos. Antoine podía haber escogido perfectamente hacerse yihadista, no es un tipo muy comprometido con una u otra ideología. Sólo necesita que algo ocurra, sentirse activo en el mundo. Los extremismos ofrecen esto. Es cierto que, en el sur de Francia, hay posiciones que se han radicalizado. Por una parte, a los jóvenes musulmanes o de origen árabe se les echa en brazos de la religión; y, por la otra, los movimientos de ultraderecha son cada vez mas fuertes. La crisis de la izquierda ha sido muy fuerte en esta zona: mano de obra extranjera, crisis, precariedad, y las relaciones son cada vez más tensas. No olvidemos los atentados que se sufrieron en la zona. El miedo al otro, en definitiva, ha crecido.
En la película vemos cómo La Ciotat, que antes era un bastión de lucha obrera y de ideología comunista, se ha transformado en un foco de la extrema derecha. Habla de la gente joven que se aferra a esa ideología, pero, ¿qué sucede con los adultos?
L. C. – Hace 20 años, La Ciotat era un baluarte del socialismo y todo giraba en torno a los astilleros; un modelo de industria que sostenía a la ciudad. Y al desaparecer estos, la amargura social ha crecido y todas las propuestas políticas ya no sirven. Creo que hoy en día buscamos soluciones radicales porque las soluciones ‘a medias’ no han funcionado.
Hace hincapié en ‘El taller de escritura’ en esta idea de que en el siglo XXI ya no hay grandes relatos ideológicos a los que agarrarse.
L. C. – Sí. La coda final de la película es un postulado súper optimista, y creemos que en cuanto uno es capaz de poner en palabras ese malestar y la violencia, o el aburrimiento, que se lleva dentro, te conviertes en actor de tu propia vida y puedes tomar decisiones. Es verdad que es una idea demasiado optimista, pero no tengo muy claro si hay otra solución. Porque la comunicación y el poder expresarse de verdad es esencial. Uno de los jóvenes actores de la película, ya hacia el final del rodaje, me agradeció el haber podido vivir esta experiencia porque era la primera vez que sentía que podía hablar de sí mismo, de entender cosas sin que yo como adulto le dijera qué es lo que tenía que pensar o decir.
¿No cree que es paradójico estas ganas de expresarse y el exceso de comunicación que se da en las redes sociales?
L. C. – Las redes sociales crean un lazo, que estos chicos y chicas necesitan porque hace que se sientan más fuertes. Pero no me gusta hacer juicios categóricos sobre si los jóvenes piensan esto o lo otro. Solo vemos una parte y que a veces basta con crear una confrontación para que simplemente esta ocurra, y, me parece, que la película intenta mostrar que las nuevas generaciones tienen nuevas herramientas y no son tan inútiles y tan condenables como creemos. Me parece que estos nuevos entornos digitales, redes sociales o videojuegos, les permiten pensar un universo onírico que estimula su imaginación. A mí me sucedía con los libros. Es importante que los adultos vuelvan a pensar en qué tipo de mirada muestran, esa idea de que todo lo saben. Olivia, la profesora, se arriesga a que sus alumnos la cambien. Y creo que ese riesgo no es habitual.
La distancia entre capital y provincia es también notable en ‘El taller de escritura’, mundos urbanos y mundos más o menos rurales, burgueses y proletarios.
L. C. – Quería enfrentar dos mundos que se atraen y se rechazan de forma simultanea. Es cierto que la relación provincia/París se basa en esto. La gente que vive en la provincia cree que todo pasa en París, pero casi nadie quiere mudarse a esa ciudad enorme. Hay un complejo de inferioridad que se ve reforzado por el centralismo francés, que es muy poderoso. Y, al contrario, el parisino cree que la vida de verdad no está en París, sino en el campo.
Cuando estaban escribiendo el guion de ‘El taller de escritura’, ¿tenían muy claro el destino al que querían llegar o, como sucede en la película, se les fueron abriendo vías y fueron improvisando a medida que avanzaban?
L. C. – Me gusta trabajar con Robin (Campillo) porque tanto al uno como el otro nos gusta experimentar e ir abriéndonos a las tramas que van saliendo. Durante la escritura todo es posible. Me parecía importante que Antoine tomara una decisión al final de la película, pero dude mucho de que el filme tuviera el final que finalmente tiene. Pensándolo, tenía muchas ganas de que todo el trabajo que se había hecho en el taller y la relación con Olivia desencadenara una decisión y tomar las riendas de su vida.
Robin Campillo y yo compartimos una manera muy similar de ver el mundo y el cine, y eso nos permite seguir queriendo trabajar juntos. Ahora es más difícil, porque tiene más proyectos propios y vamos a tener que encontrar formulas para colaborar. [...] Es un momento un poco doloroso para mí, pero bueno, seguro que encontramos la manera.
Lleva muchos años colaborando con Robin Campillo en las tareas de guionista. ¿Cómo es la dinámica de trabajo tras tanto tiempo mano a mano?
Laurent Cantet – Antes que nada, somos amigos, y es una relación muy fuerte para los dos y es un placer tener dos miradas sobre una historia. Compartimos una manera muy similar de ver el mundo y el cine, y eso nos permite seguir queriendo trabajar juntos. Ahora es más difícil, porque tiene más proyectos propios y vamos a tener que encontrar formulas para colaborar. Hablamos mucho, pero es posible que Robin ya no esté tan disponible a partir de ahora. Por ejemplo, no pudo montar esta película porque se encontraba en post producción de su propia película. Es un momento un poco doloroso para mí, pero bueno, seguro que encontramos la manera.
Filmó a un grupo de estudiantes adolescentes en ‘La clase’ (2008) y ha regresado a las aulas en ‘El taller de escritura’. ¿Qué ha cambiado en estos últimos diez años?
L. C. – Los jóvenes de El taller de escritura son mucho más mayores que los de La clase. Están en una realidad mucho más fuerte. Pero bueno, el mundo ha cambiado mucho. Las perspectivas de futuro son menores, el miedo al otro es algo ya habitual, y cada vez somos más conscientes de que estamos enfrentados a una página de la historia inédita e incluso impensable hace unos años. Encontrar un lugar para cada uno en este mundo es cada vez más difícil. Buena parte de los jóvenes que conocí en el casting de la película vivía de pequeños trabajos: una semana en la obra, otra semana vendiendo helados. En fin, chapuzas.