No hay director más pertinaz que Terry Gilliam (Mineápolis, 1940). A ver quién se puede medir con un cuarto de siglo de contratiempos, entre actores fallecidos y enfermos, un set destrozado por una inundación, desencuentros con las aseguradoras y cuitas legales y financieras. La última zancadilla a su anhelada adaptación de El Quijote titulada El hombre que mató a Don Quijote llegaba en vísperas de su estreno en Cannes, donde in extremis, un juez le daba permiso al festival para proyectarla como película de clausura en detrimento de la demanda del productor portugués Paolo Branco.
Y no se vayan todavía, porque aún hay más. Puede que el litigio se resolviera a favor del antiguo componente de los Monty Phyton, pero el incidente condujo a la hospitalización de Gilliam por un presunto derrame cerebral y a que la película no sea distribuida por Amazon Studios como se acordó previamente.
"Me siento relajado y tranquilo. Es un sentimiento nuevo y extraño. Tanto yo como este proyecto hemos cambiado mucho a lo largo de los años. El filme se hizo más rico. Ahora tiene más capas de lectura, trata más sobre el arte del cine. No sé por qué nunca me rendí después de tantos años. Realmente no tengo una respuesta para eso. Te cansas mucho, pero luego una parte estúpida de tu cerebro cobra vida y sigue avanzando, arrastrando a este cuerpo envejecido”, confiaba, jocoso, en un encuentro con la prensa española en Cannes.
El arrebato de rodar la película se remonta a 1989. En 2000 hubo una intentona fallida. Y desde entonces, el cuerpo enjuto del hidalgo de La Mancha fue incorporado por Jean Rochefort, Robert Duvall, Michael Palin y John Hurt. “Es divertido cómo han cambiado las cosas. El año que surgió la idea, todo lo que necesitaban mis productores para facilitarme 20 millones de dólares eran dos palabras: Don Quijote y Gilliam”, aseguraba el hoy septuagenario director.
Molinos vencidos
Su proyecto definitivo se rodó en 2017, El hombre que mató a Don Quijote, con Jonathan Pryce como protagonista y Adam Driver, en la piel de su escudero, secundado por un nutrido grupo de actores españoles: Rossy de Palma, Sergi López, Jordi Mollá y Óscar Jaenada, y arropado por la música de Roque Baños.
El resultado es decepcionante, pero la crítica ha sido benévola por los gigantes contra los que ha tenido que luchar el venerado autor de Brazil (1985), 12 monos (1996) y Miedo y asco en Las Vegas (1998)
"Cuando se me ocurrió hacer una película de El Quijote pensé que sería fácil. Pero luego leí el libro y me di cuenta de que era imposible. Es un texto demasiado largo, no podía hacer una película de todo aquello. Recordé la serie de Televisión Española. Fernando Rey está espectacular en el papel, pero el resultado es aburridísimo, porque intentaron ser fieles al libro. Así que decidí que era mejor no seguir a pies juntillas las palabras de Cervantes y quedarme con la esencia, las ideas y los personajes. ¡A tomar por saco el libro!”, bramaba en una terraza frente al mar, aparentemente recuperado del achaque sufrido días antes.
Guasón, aseguraba que es El Quijote el que estaba obsesionado con él y no viceversa: “Lleva muchos años acosándome. Ha abusado de mí, pero al final me lo he quitado de encima”. El proyecto acabó convirtiéndose en una carrera contra la muerte. Su propósito pasó a ser el de superar a Orson Welles, que con 70 años falleció sin haber terminado su adaptación de El Quijote.
Preguntado si se plantea una secuela de la película, del mismo modo que el manco de Lepanto firmó una segunda entrega de las aventuras del caballero andante, Gilliam aceptó el envite, siempre y cuando la película tenga mucho éxito, Jonathan Pryce siga vivo y a Adam Driver no se le dispare el caché. "Mi mente siempre borra las cosas malas y se queda con las buenas. Si no fuera así, no sería capaz de hacer ninguna película", concluía.
"El mundo todavía necesita a Don Quijote; necesita más soñadores y locos. Su visión del mundo es tan sorprendente: romántica y heroica, pero no en el sentido de los cómics de Marvel. Necesitamos más risas, más humor, más alegría. La gente es demasiado políticamente correcta: si Monty Python arrancara hoy su trayectoria, no llegaría a ningún lado. El mundo se ha vuelto demasiado blanco y negro, por lo que no tengo ningún plan para el futuro”. De inmediato, corrige, sus planes inminentes son llevarse a su mujer de vacaciones “y recordar cuál era su nombre”.