Nico (Guillermo Pfening), el protagonista de Nadie nos mira, lo tenía todo en Argentina: fama y reconocimiento entre el público y compañeros profesionales, dinero, muchos amigos y una familia que le quiere. Pero un desengaño amoroso le lleva a huir de Buenos Aires y establecerse en Nueva York de cara a buscar algo que en su hogar no consigue. O eso cree, porque en vez de trabajos como actor, ocupa sus días cuidando el bebé de una pareja amiga bien situada, y frustrado porque precisamente nadie le mira. Julia Solomonoff, que lleva más de veinte años entre Buenos Aires y América, ofrece en Nadie nos mira un agridulce retrato sobre lo mucho que cuesta encontrar un lugar propio en estas grandes metrópolis contemporáneas, y hablamos con la cineasta –en el pasado Festival de Gijón–, donde estrenó internacionalmente este largometraje que llega el viernes 22 de junio a las pantallas españolas.
¿Qué tiene la historia de ‘Nadie nos mira’ para que hayas vuelto a dirigir cine después de un hiato de 10 años tras ‘El último verano de la Boyita’ (2009)?
Julia Solomonoff– Es una historia bastante personal, una suma de muchas experiencias, percepciones, observaciones…, mías o de gente muy cercana. Tenía la necesidad de elaborar algo sobre dónde había estado yo todos estos años, aunque parte de lo que cuenta la película no es mi pasado más inmediato si que habla de mi primera etapa en Nueva York, cuando fui a estudiar a Nueva York. Cuando llegué a Nueva York por primera vez, tenía una beca para estudiar en la universidad y trabajaba de niñera, de camarera, de lo que podía. Fue un momento de estar buscando y a veces de una cierta soledad que para mi fue muy importante, y que creo que está en la película.
El protagonista de ‘Nadie nos mira’ trabaja de niñero para esta familia algo pija de Nueva York, y en eres prolija en detalles de su día a día y de algunos conflictos muy concretos. Cuéntanos cómo has ido recogiendo toda esa información para incorporarla en la película.
Julia Solomonoff– Cuando eres madre, enseguida empiezas a observar sólo por curiosidad a las otras madres, y a mí me sucedió que cuando iba a los parques de Nueva York con los niños prefería quedarme con las niñeras, porque hablaban español. Además, las madres de ciertas zonas acomodadas de Nueva York se me hacían muy agobiantes. Se ponían frenéticas por la sola idea de que los niños compartan el agua. Esa cosa de que no se toquen, del espacio personal, de si alguien empujó, de las madres discutiendo si los chicos tienen que estudiar piano o aprender informática. ¡Es insoportable! En la película hay algo de esa observación con el fin de hablar de cuestiones de identidad y de migración. Por ejemplo, el personaje de Andrea, la amiga pija de Nico, es una mujer que ha asimilado la cultura americana y es más papista que el Papa. Está adoptando todos los patrones de la cultura neoyorquina, y hace todo lo que puede pertenecer a esa cultura hasta el punto de renegar de un montón de cosas. Y eso va abriendo una brecha entre ellos.
¿Por qué decidiste que Nico trabajara como niñero, una profesión tradicionalmente vinculada a las mujeres? ¿Te interesaba también hablar de los intercambios de los roles de género o ahondar en las nuevas identidades urbanas?
Julia Solomonoff– Me interesaba salir de los lugares tradicionales, porque en los sitios inesperados se descubre quién es uno y qué piensan los demás de ti. Por una parte, necesité crear un personaje masculino para liberar ciertas cosas personales que me costaba contar y para poder encontrar une espacio de libertad. Pero al mismo tiempo, me resultaba más interesante que el protagonista fuera un niñero que una niñera. Nico está explorando Nueva York a una edad madura –tiene 35 años y no 25, y todos sabemos que no es lo mismo–, y si hubiera escogido a una mujer, la cuestión de la maternidad hubiese aparecido irremediablemente. Es más predecible pensar eso de una chica enamorada de un hombre casado con un hijo. Además, de Nico me gustan esas pequeñas trasgresiones: es latino, pero es rubio; habla ingles, pero mal; y es actor, pero en realidad tampoco está logrando tener un público. Me gustaba ir subvirtiendo estos lugares comunes sobre la identidad.
De Nico me gustan esas pequeñas trasgresiones: es latino, pero es rubio; habla ingles, pero mal; y es actor, pero en realidad tampoco está logrando tener un público. Me gustaba ir subvirtiendo estos lugares comunes sobre la identidad.
El tiempo pasa de manera muy sutil en ‘Nadie nos mira’, y la película modula su día a día con mucha naturalidad. ¿Cómo trabajaste el naturalismo con los actores y a la hora de la puesta en escena?
Julia Solomonoff– Era muy decisivo ser capaz de marcar visualmente el contraste entre las estaciones del año, porque en Nueva York es muy dramático: el verano es muy caluroso, el invierno es muy frio, el otoño es dorado y precioso… Hay dos cosas que estaban en juego, el uso de las estaciones para el reflejar el arco dramático de transformación de Nico, entender que es un personaje que se está quedando sin tiempo porque ya no es tan joven y, con una profesión como la de actor, tiene que comenzar a tomar decisiones. Luego estaba el hecho de que Nueva York es una ciudad muy fotogénica, aunque diría que en exceso. Parece que está todo ya contado. Mi objetivo era hablar de una Nueva York que no se hubiera explicado antes. Que no fuera postal, que no fuera la Estatua de la Libertad, la Quinta Avenida, la toma aérea. Que estuviera a la altura de los ojos del personaje y al mismo tiempo mostrar toda la belleza y crueldad de la ciudad.
Creo que la soledad se acentúa con esta necesidad tan de hoy que tenemos de proyectarnos a través de las redes sociales, donde solo te puedes mostrar cuando estás bien.
Nico se acaba sintiendo muy solo en Nueva York. ¿Querías hablar de esa soledad contemporánea de las grandes ciudades?
Julia Solomonoff– Creo que la soledad se acentúa con esta necesidad tan de hoy que tenemos de proyectarnos a través de las redes sociales, donde solo te puedes mostrar cuando estás bien. Tengo la sensación de que la gente tiene ahora mucho más miedo a mostrarse vulnerable, triste, sola, porque las personas quieren que veas lo que ellos presentan de sí mismos y no lo que tú ves. Eso está generando un gran aislamiento. En Nueva York como la gente no se mueve en coche todo el rato, hay algo que te obliga a una mínima relación, a una mínima convivencia. Pero la gente tampoco quiere relacionarse. Por ejemplo, a Guillermo le pasó un día en el metro, estaba mirando, porque el metro está lleno de personas, y vio una mama con un niño que se quedó mirando a una mujer que llevaba a su hijo en brazos, y la mujer se enojó mucho y le pidió que no mirara al hijo. En fin, los latinos venimos de una cultura en que nos miramos mucho y ¡qué te voy a decir! ¡El metro está lleno de gente! En Estados Unidos hay como un acuerdo tácito de no mirar al otro, como si mirada fuera capaz de invadir espacios personales.
Como última reflexión de ‘Nadie nos mira’, ¿crees que recular es la mejor decisión para ser feliz?
Julia Solomonoff– Sí, sin lugar a dudas. En el caso de la película, Nico por fin deja de poner la mirada en esa idea de éxito, y en las expectativas de lo que debería ser o podría ser. Hay que entender dónde se encuentra uno, y trabajar ya no tanto desde el orgullo o las expectativas, y más desde las necesidades humanas personales. Desde el presente.