Hace años que el Festival de San Sebastián no sorprende con la inaugural. Futbolín de Campanella fue un fuera de juego en 2013; The Equalizer de Fuqua le dio en 2014 un debut digno al Donostia Zinemaldia, que en años posteriores predispuso al tedio con Regresión de Amenábar (2015), La doctora de Brest de Bercot (2016) e Inmersión de Wenders. Por eso es una excelente noticia que en esta 66ª edición el certamen se haya arriesgado en Sección Oficial con la comedia ¿atípica? argentina El amor menos pensado. Y, para ser sinceros, nos ha gustado y convencido tanto su elogio de la rutina como su exposición de la crisis de la mediana edad.
El filme del debutante en la dirección Juan Vera bien podría llevar por título El amor maduro en tiempos de Tinder. Protagonizada por unos inmarcesibles Ricardo Darín y Mercedes Morán, gira en torno a Marcos y Ana, un matrimonio estable y duradero que precipita su separación cuando su hijo Luciano se muda de Argentina a España para estudiar. No están enamorados. Y punto.
En un tiempo en el que el género de la comedia romántica sigue a pies juntillas eso de “renovarse o morir” es agradable ver títulos con personajes con arrugas y más allá de los 30. No es ninguna novedad. Ahí están, por mencionar algunos recientes, Mejor… Imposible (1997), Cuando menos te lo esperas (2003), No es tan fácil (2009) y El exótico Hotel Marigold (2011). Pero en esta, Vera y su guión -firmado a cuatro manos entre él y Daniel Cúparo- siguen un esquema estrechamente atado a lo común y a las sorpresas (buenas y malas) que germinan de la convivencia y del devenir del tiempo. Y sin recurrir ni a los excesos ni a la afectación.
Por supuesto que hay situaciones disparatadas que provocarán risas y más de un ‘déjà vu’ en el espectador. Una cita surgida de una app para ligar que no sale según lo esperado, amigos cercanos que presumen de divorcios e infidelidades, la técnica de El hombre desnudo de Cómo conocí a vuestra madre, la recuperación momentánea y engañosa del deseo… Pero donde brillan Morán y Darín -¡Qué bueno es el boludo!- es en la naturalidad de los recuerdos que comparten y que son incapaces de arrancar de sus paredes y de sus almas. También en esas confidencias. En esos miedos. En esas dudas. En eso, vaya, que los hacen humanos.
‘Un día más con vida’: El periodismo (demasiado) romántico de Kapuściński
Tras su paso por Cannes y Annecy, en Perlas era obligatorio ver Un día más con vida de Raúl de la Fuente y Damian Nenow. La película, entre la animación, el documental, la ficción y el sueño, adapta el libro homónimo del polaco Ryszard Kapuściński, periodista y cronista incansable y autor, entre otros, de Ébano, El Emperador y Los cínicos no sirven para este oficio.
Con un estilo a medio camino entre el cómic, los videojuegos de Pendulo Studios y Vals con Bashir (2008) de Ari Folman, el largo resume la guerra civil angoleña de 1975 -el conflicto más largo de África- y el apoyo de EE.UU, Unión Soviética y Cuba a uno y otro bando, FNLA y UNITA y MPLA, en plena Guerra Fría. Prevalecen el mensaje antibelicista y el debate sobre la ética personal y profesional, pero el resultado lo empañan las reiterativas secuencias oníricas, algunos estereotipos -Kapuściński parece un simple héroe de acción-, la extrema simplicidad al contar los hechos y la suma condescendencia que reciben los protagonistas de los 20 minutos de acción real documental, testigos de la contienda y conocidos del reportero en aquella etapa de su vida.
‘Smallfoot’: Animación palomitera con mínimo subtexto
Y, para terminar esta primera jornada, hemos acabado en Velódromo con Smallfoot, la simpática y palomitera nueva propuesta de Warner Animation. Con Karey Kirkpatrick (Vecinos invasores) y Jason Reisig (Shrek) como directores, la cinta le da la vuelta al mito del yeti y presenta una aldea de hombres y mujeres de las nieves donde unos más que otros están convencidos de que unas diminutas criaturas, los escurridizos humanos, existen realmente.
Salvo un abuso machacón de las canciones -¡El público infantil manda!-, la aventura basada en un libro del español Sergio Pablos, también creador de Gru, funciona por su tono amable y detectivesco y por las voces originales de Channing Tatum, Zendaya, Gina Rodriguez y Danny DeVito, entre otros -James Corden chirría más como el humano Percy Patterson, mientras que en España escucharás las de Javier Gutiérrez, Álvaro Morte, Berta Vázquez, etc.
Apenas recibe desarrollo en la trama, pero eso no quita que aplaudamos el interesante subtexto que se percibe en la historia sobre temas como la obsesión por la fama, el abuso de la tecnología y las redes sociales, la propaganda política, las cortinas de humo y la justificación de la mentira.
Santiago Gimeno Alonso
‘The Innocent’, como mono sin cabeza
En Sección Oficial vemos también The Innocent, el segundo largometraje de Simon Jaquemet tras Chrieg (2014). La historia sigue a Ruth (Judith Hofmann), madre y esposa de una familia extremadamente cristiana que trabaja en un laboratorio de neurociencia en el que se está llevando a cabo un importante proyecto: un trasplante de cabeza en monos. Esto, unido al regreso de su antigua pareja, desatará una serie de sucesos que harán que comience a dudar de su fe.
Jaquemet, quien también firma el guion, construye una historia sobre la tentación con una protagonista impredecible que, si bien parece acaparar la atención durante los primeros minutos de película, se vuelve tediosa a medida que avanza. El director va mostrando la bajada a los infiernos de Ruth como un ‘jumping the shark’ tras otro en el que, sumando evento inesperado tras evento inesperado, la película pierde totalmente su coherencia y credibilidad. Un exorcismo, una orgía al estilo Eyes Wide Shut (1999, Stanley Kubrick), la entrada y salida de una suerte de averno, una resurrección y más sucesos que hacen que el filme sea un completo desastre.
Además de la manida batalla entre religión y ciencia, The Innocent también es la lucha entre Dios y Satanás que se libra dentro de Ruth y cuyo vencedor termina proyectándose en el mono al que han trasplantado la cabeza. ¿Quién de los dos gana? Jaquemet prefiere no dejarlo demasiado claro a través de un final que, al igual que otros momentos absurdos del filme, han provocado alguna que otra risa no buscada durante la proyección.
‘Un hombre fiel’, enredos a la francesa
Seguimos en la Sección Oficial con Un hombre fiel, el segundo largometraje como director de Louis Garrel. El actor de películas como Soñadores (2003, Bernardo Bertolucci) o Mal Genio (Le Redoutable) (2017, Michel Hazanavicius), vuelve a llevar a la gran pantalla una comedia romántica tras su debut como realizador con Los dos amigos (2015).
En Un hombre fiel, Garrel ha optado por algo fácil, pero que no falla: una historia pequeña y simple de enredos con un triángulo amoroso como eje central. La cinta sigue a Abel (Garrel), a quien deja su novia Marianne (Laetitia Casta) tras decirle que está embarazada de su amigo Paul. Nueve años después, Paul fallece y Abel vuelve a intentarlo con Marianne, lo que no gustará demasiado a Joseph (Joseph Engel), el hijo de Marianne, y a Eva (Lily-Rose Depp), la hermana de Paul enamorada de Abel desde que era una niña.
El filme dura solo 75 minutos -algo difícil de encontrar hoy día- y, en esa hora y cuarto, Garrel va al grano desde el principio sin dejarse distraer por lo intranscendente. El realizador y actor consigue la primera carcajada después de solo un par de frases y es capaz de mantener ese tono con el que presenta el filme durante gran parte de la película.
Pero Un hombre fiel también abusa del monólogo interior de sus personajes y de buscar la risa con situaciones demasiado manoseadas. Aun así, el nuevo trabajo de Garrel funciona por su frescura y sencillez. Uno de los primeros descubrimientos del Festival.
Andrea Zamora