Damien Chazelle no es un cineasta que trabaje con la sutileza. Su obra hasta First Man -tres películas: Guy and Madeline on a Park Bench (2009), Whiplash (2014) y La La Land (2016)-, muestra a un director tremendamente hábil a la hora de jugar con el espectador aún tirando de conceptos de lo más básicos. Y le funciona. Probablemente porque la vida ya es suficientemente difícil, Chazelle, nos lo hace fácil, jugando en esa ambigua línea donde el cine comercial y el cine de autor parecen encontrarse. De ahí que hasta la fecha gocen de gran popularidad: sus películas le gustan a la gente y eso, que parece asustar tanto a la crítica, no tiene por qué ser malo.
First Man, digámoslo ya, está en las antípodas de La La Land. Si en el exitoso musical se buscaba remover las tripas estéticas del cine clásico en aras a construir un nuevo sueño que funcionara a los jóvenes de hoy en día, en este extrañísimo biopic del astronauta Neil Armstrong, Chazelle busca rasgar su sello autoral tirando de referentes tan impresionantes como Terrence Malick o Robert Bresson. Que nadie se me asuste: la película me parece muy buena, principalmente, porque juega en la línea dura del cine 'mainstream' usando herramientas del cine de autor. Y es que Chazelle, que por primera vez trabaja con un guion ajeno -Josh Singer, firmante del libreto, es el autor de los guiones de Spotlight (2015) y Los archivos del Pentágono (2017), entre otros-, le ha dado la vuelta a la épica que parece requerir este tipo de películas, haciendo algo tan bressoniano como es la repetición continua de momentos atonales -es casi cíclico: retrato doméstico, entrenamientos en la NASA, muerte de pilotos- que busca alcanzar la epifanía en el momento de la llegada del hombre a la luna. Esta no es una película de héroes a la conquista del espacio, como sí lo era, por ejemplo, la muy hawksiana Space Cowboys (2000), sino el drama terrible de un hombre que pierde a una hija de dos años por un tumor cerebral y que, pese a eso, logra superar todas las barreras imaginables hasta lograr una de las hazañas más importantes en la historia de la humanidad. Que todo ello se construya desde la intimidad -es tan importante la relación de Armstrong con su mujer como los fallidos entrenamientos espaciales-, buscando dar forma al héroe americano impasible, es sin duda digno de aplauso. Pero lo he dicho al principio: la sutileza no es la mejor herramienta de Chazelle. Por eso que parezca bressoniano no significa que sea bressoniano. La película posee algún momento melodramático que peca de querer arañar al corazón del espectador. Nada que no haya hecho antes el director de La La Land. Solo que en esta ocasión el producto resultante es tan extraño y a contracorriente que no puedo hacer más que posicionarme a su favor.
Alejandro G. Calvo
‘Yuli’: Una clara candidata a hacerse con la Concha de Oro
Icíar Bollaín regresa una vez más al Festival para presentar en Sección Oficial su nuevo trabajo: Yuli. Con este filme, que adapta la autobiografía No Way Home, la directora de El olivo (2015) y También la lluvia (2009) cuenta la historia del bailarín cubano Carlos Acosta, el primer negro en interpretar a Romeo en el Royal Ballet de Londres. Para ello, la realizadora recurre a los ‘flashbacks’, a los recuerdos que el propio Acosta -quien se interpreta a sí mismo- tiene a medida que va ensayando su nueva función, una basada en su vida.
Yuli, con guion de Paul Laverty, podría haber sido un ‘biopic’ al uso, pero Bollaín consigue algo más. La directora narra la historia de Acosta en dos tiempos a la vez: en el pasado que recuerda el protagonista, y en su presente a través de las coreografías de su espectáculo. Con cada una de ellas, la cinta trata los temas cruciales de la vida de Acosta desde que era un niño hasta convertirse en adulto. Si bien los primeros ‘flashbacks’ pueden parecer un poco forzados, los demás retales de la biografía del bailarín van surgiendo de forma tan orgánica que hacen que los dos periodos de tiempo de la cinta parezcan uno solo.
El filme se convierte, coqueteando a veces con el documental, en un emotivo viaje. Y de eso tiene gran culpa Santiago Alfonso, quien interpreta al padre del protagonista. Es en esa relación padre e hijo con la que Bollaín endulza al espectador. Con él, Yuli también trata el tema de la pertenencia, del querer volver a las raíces aunque parezca que no es lo correcto, y que recuerda al inicio de la novela Americanah (2013) de Chimanda Ngozi Adichie en la que su protagonista se prepara para regresar a su Nigeria natal después de vivir años en Estados Unidos.
No ha habido que prestar demasiada atención en su presentación en el Festival para escuchar al público intentar ahogar sus lágrimas. Mucho menos cuando a los títulos de crédito les ha seguido una ovación y un fuerte y largo aplauso. Yuli es ya una de las claras candidatas para hacerse con la Concha de Oro.
‘Beautiful Boy’: Sobredosis de melodrama
También basada en hechos reales y compitiendo en Sección Oficial vemos Beautiful Boy, el nuevo trabajo de Felix Van Groeningen que toma su título de una canción de John Lennon y que también podría referirse a su actor protagonista Timothée Chalamet, el nuevo niño bonito del cine independiente. El filme adapta las memorias de David Sheff (Steve Carell), un padre cuyo hijo Nick (Chalamet) lanzará a una espiral de recaídas en la drogadicción y de recuperaciones fallidas.
Van Groeningen, cuyo trabajo más exitoso hasta la fecha ha sido Alabama Monroe (2014), rueda su primera cinta en inglés dejando caer todo el peso de la historia en la figura del padre, a quien interpreta Carell con gran nobleza frente a un Chalamet más excesivo. Pero Beautiful Boy no solo es una película denuncia sobre las drogas -algo que nos deja claro el previo a los títulos de crédito-, también es un relato sobre la pérdida de la inocencia. El realizador utiliza para eso el entretejido de recuerdos de David Sheff, quien parece repasar sus memorias para encontrar el momento en el que la vida de su hijo se fue a pique.
Pese a las buenas intenciones de Van Greoeningen con su nuevo trabajo, el filme se vuelve una historia plomiza que, en ciertas ocasiones, puede llegar a perder su credibilidad y exceder en melodrama, y que puede confundir al espectador insinuando falsos desenlaces.
Andrea Zamora
‘Girl’: La venus afligida en el reflejo
En el siglo XVI, Miguel Ángel diseñó su David para que fuera admirado desde cualquier punto de su perímetro. El florentino lo interpretó contenido, creyendo siempre que el bloque de mármol que lo encerraba alojaba su ‘alma’. Hemos pensado en ello al ver en Perlas Girl de Lukas Dhont, ganadora en el último Cannes del Premio FIPRESCI, la Camera d’Or y el Premio del Jurado ‘Un Certain Regard’ para Victor Polster, entre otros.
En el debut en el largo del cineasta, Lara (Polster) es una joven transgénero de 15 años que estudia en una prestigiosa academia de danza. Las exigencias de su entrenamiento ya son de por sí extremas, pero todo se complica a medida que, apoyada por su padre Mathias (Arieh Worthalter), se prepara para una soñada cirugía de reasignación de sexo.
Al igual que el David que mencionábamos, el trabajo del actor cisgénero encargado de darle vida también da una sensación de fortaleza. Aunque ágil, Lara es un monolito bañado por la luz; un obelisco que seguimos absortos con la mirada. Gracias a los encuadres de Dhont, a la profundidad de sus ojos y a su cabello rubio, la adolescente queda en pantalla como una suerte de Venus de Botticelli. Pero hay algo más. Si la escultura de Buonarroti se levanta en tensión, la Lara de Polster, también bailarín, rezuma zozobra a través de sus poros. Es como si en ella anidasen varias dicotomías: lo racional y lo irracional, lo público y lo privado, la inmunidad y el desamparo…
La lucha interna de Lara y su deseo de ser reconocida y de parecer físicamente una mujer se percibe tanto tangible como intangiblemente; a veces, incluso con una congoja en el estómago. Hay cientos de matices en su gesticulación, en su sonrisa forzada y en su timidez, cuyas dimensiones se destapan a través de unos reflejos reveladores -en espejos y cristales del metro, que recuerdan a la introspección de personajes que hace Todd Haynes en Carol (2015)- y en sucintos pero contundentes momentos de (micro)transfobia que el director del filme planta para inducir tensión. Por algo está llamada a convertirse en una de las mejores figuras cinematográficas de este 2018.
Antes de acabar, dos apuntes más. El desenlace, que dará que hablar, podría haberse ahorrado esos últimos segundos. Y luego está Arieh Worthalter, que le disputa el premio de Padre modelo al Sr. Perlman de Michael Stuhlbarg en Call Me by Your Name.
Santiago Gimeno