Koldo Almandoz ha dado el salto al largometraje de ficción después de una larga trayectoria en áreas tan diversas como la programación de festivales –Punto de Vista, Pamplona– o el periodismo y el mundo de los cortometrajes. En 2016 dirigió Sipo Phantasma, un modesto videoensayo que tenía la cabeza robada (y profanada de la tumba) de F.W. Murnau como tema principal –y que disfrutó de una notable acogida en el circuito de festivales independientes–, y ahora presenta Oreina (Ciervo), un trabajo fiel al espíritu aventurero de Werner Herzog que sigue a un joven vasco de orígen magrebí (Laudad Ahmed Saleh) y su relación con dos hermanos de talante contrario (Patxi Bisquert y Ramón Agirre), y que no se soportan, en una de las zonas periféricas, casi salvajes, de la ciudad de San Sebastián. Oreina (Ciervo) justo ha tenido su puesta de largo en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, en la sección Nuevos Directores –donde ha logrado el Premio Irizar al Cine Vasco–, y llega ahora a las salas de cine de nuestro país.
Debutas en el largometraje de ficción con 'Oreina', pero en tu filmografía encontramos el documental de autor 'Sipo Phantasma', y los dos no pueden ser más distintos. ¿Cómo conjugaste los dos filmes?
Koldo Almandoz– Son dos proyectos completamente distintos en todo. Por una parte, disfruté mucho haciendo Sipo Phantasma. Es una película imperfecta, con algunos planteamientos que desencajan con muchas convenciones, como el hecho de que sea una cinta con intertítulos y se tenga que leer mucho, pero la fui haciendo de una manera tan libre que le tengo mucho cariño. Oreina, por otra parte, es un proyecto completamente distinto. Y nació desde otro lugar diferente, del hecho de estar como 20 años haciendo un cierto tipo de cine y sentir que me estaba encerrando en una especie de zona de confort, aunque esa zona de confort tuviera que ver con el cine experimental. Así pues, Oreina nació de pensar si sería capaz de hacer una película más clásica y convencional, con personajes que había que dirigir, en un entorno contemporáneo, etc. Una vez inmerso en el proyecto de Oreina, me sorprendió que todo fuera demasiado fluido, porque ha sido un proceso relativamente corto. De todos modos, eso no quita que haya sido algo completamente distinto a lo que estaba acosymbrado, sobre todo porque esta manera de trabajar para mí era un mundo nuevo.
¿A qué te refieres con una manera de trabajar nueva? Da la sensación de que 'Oreina' se beneficia de esos espacios de libertad que comentas.
Koldo Almandoz– Para empezar, he tenido que negociar la frustración, en el sentido de que en el cine de carácter industrial, los ritmos son otros y las facilidades u obstáculos también son otros. En este rodaje, cualquier toma requería un trabajo de producción y un plan de rodaje concretos. Y es una forma de hacer cine más lenta. En ese sentido, establecí una serie de condiciones –como rodar cámara al hombro, con trípode, nada de grúas o estructuras extrañas– con el objetivo de que fuera un rodaje bastante dinámico, tipo documental. Y, luego, que se me permitiera tener cierta libertad para poder dudar y para poder llegar al set con incertidumbres, que no estuviera todo hecho o decidido. En mi caso, necesito saber que tengo esos espacios para rodar, porque si no, no le encuentro sentido a hacer cine.
Cuéntanos cómo llegas a la historia de los dos hermanos que protagonizan 'Oreina'.
Koldo Almandoz– Cuando me plantee hacer esta película, al principio quería hablar de la historia de dos hermanos que vivian en la misma casa pero que no se hablaban. Tenia parte de drama, pero también incluía un poco de comedia, con escenas sobre cómo se puteaban entre ellos. Luego fueron apareciendo persoanjes secundarios, como la guarda, o Khalil, que finalmente es el protagonista de Oreina. Él debía de ser el nexo de unión entre los dos hermanos, pero a medida que el proceso iba avanzando me iba interesando más Khalil y menos los hermanos: sus historias, sus viajes con la motillo, sus trapicheos. Si hubiera rodado lo que había escrito en el guion, hubiese salido otra película distinta sobre estos dos hermanos tipo Abel y Caín, que se odian y envidian entre sí porque uno tiene lo que el otro no. Pero veía más en Khalil está ideal del presente, que nos habla de nuestro día a día.
¿Y qué te interesaba tanto del personaje de Khalil?
Koldo Almandoz– Esa idea de que era un niño cuando llegó a nuestro país, –curiosamente también Laudad, el actor que lo interpreta–, que ha estudiado en la ikastola, que sabe euskera, etc., y que todavía se sigue pensando en él como un otro. Por ejemplo, que se no acaba de creer del todo que una persona como él, con sus orígenes y su aspecto, pueda saber hablar vasco. Oreina está repleta de detalles así con los que nos hemos encontrado en la realidad. Porque esta película quiere hablar de gente normal, no de gente al márgen, sino que se mueven por la vida como pueden. Viven en unos márgenes geográficos, tal vez personales, pero no son tipos oscuros y marginales. Y por otra parte, no quería que los personajes de Oreina fueran representantes de un colectivo: Khalil no representa a los inmigrantes, Martin no es el representante homosexuales, y el otro hermano tampoco lo es del hombre rudo vasco. Quería dibujar persoanjes humanos, capaces de lo mejor y de lo peor.
No quería que los personajes de 'Oreina' fueran representantes de un colectivo: Khalil no representa a los inmigrantes, Martin no es el representante de los homosexuales, y el otro hermano tampoco lo es del hombre rudo vasco
¿Cómo encontraste a Laudad, el actor que interpreta a Khalil?
Koldo Almandoz– Mi idea original era trabajar con actores que no fueran profesionales, pero hay cierta impostura en esa premisa. Porque cuando trabajas con actores no profesionales, lo primero que haces es comenzar a corregirles cosas: no mires a cámara, vocaliza, proyecta la voz, gestualiza de tal manera... Entonces, ¿en qué quedamos? Queremos actores que no sean profesionales pero luego el cine, por lenguaje, exige ciertas normas. Y el naturalismo no deja de ser un artificio, pero también hay que saber trabajarlo. Así que en Oreina he intentado buscar un equilibrio entre intérpretes como Patxi Bisquert –a quien sigo desde pequeño, bueno, a quien tengo en cuenta desde que vi Tasio, de Montxo Armendáriz–, o Ramón Agirre –con quien ya había trabajado antes–, y Laudad. En su caso, tenía miedo de no poder encontrar al actor protagonista y en el casting que hicimos, pues Laudad no fue el que mejor lo hizo, pero al hablar con él, pues de repente veía en sus gestos y su voz al personaje. Y a la hora de trabajar con él, era alucinante la capacidad que tiene de aprender cosas nuevas cada día.
El entorno donde sucede 'Oreina' es también muy importante en la película. ¿Cómo te enfrentaste a la hora de filmar ese espacio post-industrial, que roza lo salvaje?
Koldo Almandoz– La película sucede en este lugar que está entre Lasarte y la desembocadura del Orio, a 5 minutos de San Sebastián, y es curioso porque la idea de esta cinta nació de que paso mucho por esta zona. Digamos que fue la geografía la que me llevó a la historia. Las localizaciones son todas del pueblo donde pasa la historia: el bar, el instituto, la gasolinera. Para mí era importante, porque era cómodo, pero son detalles sutiles que también suman a la película. Hacen que esa idea de verdad sea más potente. Y luego, con respecto a la parte de la marisma, lo cierto es que estaba obsesionado en que no saliera una película bonita, a pesar de que las localizaciones donde filmábamos en ocasiones eran increíbles. Le decía a Javi [Agirre], el director de foto, que todo era demasiado bonito y que teníamos que afear ese lugar. Pero bueno, eso no deja de ser una contradicción, porque el feísmo también es otra opción estética. Todas estas contradicciones, como lo del naturalismo, o lo de los actores no profesionales, son cosas sobre las que he reflexionado mucho mientras estaba haciendo este trabajo. Al final te das cuenta de que acabas incurriendo todo el rato en ellas.