Un dicho que es, a la vez, una verdad de perogrullo: es más fácil recuperarse de una derrota que de un éxito absoluto. Al fin y al cabo, mejorar un fallo es mucho más fácil que mejorar algo perfecto. Y es que It Follows (2014), la anterior película dirigida por el cineasta norteamericano David Robert Mitchell (Michigan, 1974), es una de las películas de terror más inteligentes, audaces y sorprendentes de lo que llevamos de siglo. Normal que con su nueva película, Under The Silver Lake, presentada a sección oficial en el último Festival de Cannes, hiciera algo similar al gesto de Richard Kelly cuando tras Donnie Darko (2001) tiró por las de Villadiego con esa barbaridad llamada Southland Tales (2006): expresar su extrañeza absoluta ante Hollywood con una película que acumula tantas ideas, referencias e influencias que se ve desbordada, prácticamente, en cada uno de los planos que componen sus largos 140 minutos de duración.
Las influencias son de bibliografía, tomen nota: Alfred Hitchcock (hasta aparece su tumba), principalmente La ventana indiscreta (1954) y Vértigo (1958); Thomas Pynchon, por estructura “La subasta del lote 46”, por ambientación “Puro Vicio”; ergo Paul Thomas Anderson, Puro Vicio (2016); Raymond Chandler, Philip Marlowe, El sueño eterno (1946) de Howard Hawks; el neo-noir angelino que prácticamente nace con El largo adiós (1973) de Robert Altman; la comedia negra fumeta a lo El gran Lebowski (1998), la última película (inacabada) de Marilyn Monroe, de la que copia la secuencia en la piscina, Something’s Got To Give (1962); el cómic underground y surrealista de Daniel Clowes, valiendo como modelo “Como un guante de seda forjado en hierro”; y, claro, el David Lynch de Mulholland Dr. (2001), aún hoy la mejor película sobre Hollywood que se haya rodado nunca. Y me dejo muchas cosas fuera.
Sam (Andrew Garfield) vive en una urbanización de Silver Lake entregado a los porros, los videojuegos antiguos y la masturbación con revistas analógicas, en un estado de letargo continuo que se ve interrumpido cuando conoce a su sensual vecina Sarah (Riley Keough), mujer que desaparece de la noche a la mañana sin dejar rastro. Al mismo tiempo que un asesino de perros recorre las calles y que multimillonarios están siendo secuestrados, Sam (¿por Sam Spade?), se lanza a una investigación lisérgica que, lejos de acercarle a Sarah, acaba lanzándole al agujero negro de la sociedad millenial angelina, en un continuo puzle-laberinto donde rara vez las piezas encajan. El mensaje de DRM es categórico: todo aquello que ha ayudado a construir personalidad, en realidad, te ha venido impuesto sin que te enteraras. Las capas y subcapas y más subcapas y aún más subcapas de la locuela investigación de Sam, bañada en sexo, drogas, cinefilia y fiestas pantagruélicas acaban por revelar lo que ya nos enseñó Homero: que lo que importa es el viaje. Y vaya viaje, porque aunque la cinta fue bastante golpeada por la crítica (igual que pasó con Southland Tales), lo cierto es que es un disfrute absoluto para aquellos que, como yo, disfrutaran con el “Monster” de REM (otra referencia pop más). Ojalá encuentre su público en este festival.
Piercing
En Piercing el joven realizador norteamericano Nicolas Pesce (27 años) nos plantea un juego softcore donde un padre novel con tendencias psicóticas, Reed (Christopher Abbott), decide contratar a una prostituta, Jackie (Mia Wasikowska), con el objetivo de liberar sus impulsos homicidas; básicamente, antes de clavar un picahielos a su bebé, decide hacérselo a una scort profesional. Basada en una novela de Ryu Murakami y producida por ese genio llamado Antonio Campos, la película no deja de ser un tour-de-force entre los dos actores protagonistas quien, a lo largo de una noche, verán como se van intercambiando sus roles en un juego de poder que mezcla violencia, sexo, dominación y chistes pero al que le falta, precisamente, más violencia, más sexo, más dominación y más chistes para que esta pase de ser una película simpática a una película importante.
Cine indie del palo grueso, Piercing está más cerca de Interview (2007) que de Hard Candy (2005) y sus cargas de profundidad no superarían las de, por ejemplo, la serie The End Of The Fuck*** World (2018). Funciona el juego actoral, así como el intercambio de roles cazador-presa, y aunque al final todo parezca tremendamente previsible, la corrección de la puesta en escena y la brevedad del asunto (ochenta minutos), hace que la película discurra con gracia y sin pesar. Aún así, qué bien le hubiera ido un cineasta como el Takashi Miike de los 2000 o, incluso, el Lars Von Trier de Anticristo (2009), a este material. Porque en manos de Pesce la violencia queda en cuatro tijeretazos, el sexo se basa en la masturbación y al final, lo más peligroso de todo, es una sopa instantánea.