Hoy se ha podido ver en Sitges la mejor película de género fantástico de 2018. Al menos, bajo mi particular (y probablemente dañada) opinión: al fin y al cabo este ha sido un gran año para el género, de Hereditary a In Fabric, de Un lugar tranquilo a Vengadores: Infinity War. Pero es que Mandy de Panos Cosmatos acumula tanto cine (bueno) dentro de sí misma (son como dos películas en una) que su visionado en Cannes casi me provoca una embolia. Y si no estáis de acuerdo conmigo en eso, donde sí tendréis que estarlo es que tiene una de las mejores secuencias de la historia con Nicolas Cage al volante: su momento en el lavabo, cubierto de sangre, bebiendo vodka, gritando y llorando en calzoncillos, es de lo más desesperado, hilarante y triste que yo he visto en una gran pantalla.
Panos Cosmatos, hijo de George P. Cosmatos (1941-2005), dijo que concibió esta película tras la muerte de su padre -no olvidemos, director de Rambo 2 (1985) y Cobra (1986)- y de su madre. Alguien en Cannes dijo que la película era como la adaptación al cine de una portada de un disco de heavy metal de los 80 (la película está ambientada en 1983). La impresión que me dio entonces, y que no ha cambiado en su revisión, es que Mandy por intensidad, fondo dramático y caída en la cascada de la locura, es una película desbordante de ideas, capaz de congeniar una primera parte -que recuerda tanto al cine de Ken Russell como al último Nicolas Winding Refn- tremendamente terrorífica, donde las alucinaciones producidas por los opiáceos que consumen los protagonistas acaban funcionando como vehículo-magma narrativo, y una segunda que es una vendetta en el infierno con un Nicolas Cage sobrepasando todos sus límites conocidos hasta la fecha (y lo digo para bien: Ghost Rider: Espíritu de venganza (2011), parece La La Land (2016) al lado de Mandy).
La película de Cosmatos, cuya anterior obra Beyond The Black Rainbow (2010) ya se vio en Sitges (muy recomendable), cuenta la violenta irrupción en la casa de la montaña de una pareja -Red (Cage) y Mandy (Andrea Riseborough, con un look muy Shelley Duvall)- por parte de una secta a lo Charles Manson y la posterior venganza ultra-gore a manos de Red. Las dos partes, tan diferenciadas entre sí a nivel plástico: la primera es como un sueño que vira en pesadilla aplastada por un continuo juego cromático y plagado de imágenes espectrales, la segunda es un descenso al hades de la venganza donde lo hilarante se mezcla con lo salvaje a golpe de sierra mecánica XXXXL; sin embargo, acaban por confluir con una naturalidad sorprendente. Y si eso es posible, más allá de que Cosmatos controle la narración con inteligencia, es porque el mecanismo dramático se mantiene incluso ante tanto exabrupto salido de madre. De ahí que piense que esta película es la caña. De ahí que la disfrutara tanto (por partida doble). Ojalá hoy en el Auditori la gente se queme las manos aplaudiendo al gran Nic Cage.
'ATERRADOS' DE DEMIÁN RUGNA
Curiosa, como mínimo, fue la presentación del cineasta argentino Demián Rugna de Aterrados, película que viene de arrasar por los festivales de género de latinoamérica y a la que el cineasta se ha referido como "la anterior que hice, No sabes con quién estás hablando (2016), era mucho mejor; ésta la rodé sin ganas, pero con mucho corazón". Boutade en toda regla que no se ajusta a los divertidos resultados de esta tan divertida como terrorífica película. A medio camino de Expediente Warren (2013) y Posesión infernal (1981), la película presenta imágenes de horror crudo sobrenatural con un humor negro que sirve de perfecta válvula de escape ante las terroríficas criaturas que pueblan la cinta. Mundos que convergen, seres maléficos que anidan y se reproducen, niños zombi petrificados y un policía muy sobrepasado por la situación, son algunos de los elementos convergentes de una película que arriesga en su definición sin caer nunca en lo ridículo. Más bien al contrario: el terror sanguinolento y los golpes de efecto cuajan a la perfección entre tanto freak protagonista (incluyendo el A-Team de espiritistas). De ahí que la gente en el Auditori se riera tanto como se compungía. Seguimos.