Hoy hemos madrugado para ver Overlord, la última producción de la compañía Bad Robot y por lo tanto del nuevo Rey Midas de Hollywood: J.J. Abrams. Si bien es conocida la saga Cloverfield, por todo buen cinéfilo que se preste, Overlord no se engloba dentro de ese mismo universo. De hecho, el propio Abrams se apresuró en su día a desmentir que se trataba de un nuevo capítulo de la franquicia y sí de una producción aparte. Vamos al turrón: Overlord cuenta la historia de un grupo de soldados integrados dentro de los llamados ‘Airborne’ que van a descender sobre Normandía en paracaídas con el objetivo de despejar el camino para los barcos, que realizarán el famoso desembarco que vino después. Al estrellarse el avión en el que viajan, sólo unos pocos sobreviven, pero el cabo (encarnado por el joven Wyatt Russell, hijo de Kurt Russell) decide que esos pocos terminen la misión que se les ha encomendado: derribar una torre que es un punto vital para los nazis. El problema es que cuando lleguen al pueblo donde se encuentra dicha torre, encontrarán un laboratorio en el que los alemanes están experimentando con cadáveres para convertirles en lo que ellos llaman “el ejército de los mil años”. Es decir transforman a los muertos en una especie de zombis con super capacidades, pero que están fuera de control. Con respecto a los actores, Abrams ha decidido contar con un nutrido grupo de semidesconocidos (algo que ya hizo en películas anteriores como Star Trek o Super 8), como son el antes citado Russell, secundado por Jovan Adepo (conocido por su papel en la serie The Leftovers) y la actriz francesa Mathilde Ollivier. Todos ellos están muy correctos en sus respectivos papeles. Overlord es un delirio genial: una superproducción plagada de sangre, cabezas que explotan y huesos que se quiebran, que ha recibido una sonora ovación por parte del público de Sitges. Me sorprende que, en tiempos donde las ‘majors’ se centran en servir productos PG-13 para un público más familiar (sólo hay que recordar la reciente Venom), Paramount decida producir algo tan gore y tan loco como es Overlord. No soy muy fan de la saga Cloverfield, pero he de reconocer que esta nueva producción del bueno de Abrams me ha chiflado. Ideal para pasar un rato genial (abstenerse si no eres fan del género).
Vamos con una de las rarezas del día: la cinta argentina de terror cósmico Muere, monstruo, muere. Para presentarla ha acudido al certamen su simpático director Alejandro Fadel, que amenazó con replicar a quién criticase la película en Twitter (de hecho me consta que ha tenido debate con más de un cronista). Estamos ante una cinta muy densa y compleja que comienza con una serie de muertes en un entorno rural que guardan un elemento común: todos los cuerpos aparecen decapitados de una forma muy particular, como a mordiscos. De ritmo lento y, en ocasiones, tedioso, Fadel plantea un difuso homenaje a Lovecraft y al John Carpenter de La cosa con su nueva película. Es complicado no perderse en alguna ocasión en el laberinto cinematográfico que plantea el director argentino, en una obra que al final dejó perplejo a más de uno. He charlado tanto con gente que la adora y con otros pocos que no comprendieron un pepino. A este cronista, sin embargo, le parece un fallido intento de terror cósmico en un entorno rural, que peca de tener demasiadas ínfulas autorales.
Dejamos la Sección Oficial, para trasladarnos a Noves Visions, el espacio del certamen dedicado a las producciones más innovadoras y transgresoras. En esta ocasión, hemos visto Involution, cinta de ciencia ficción dirigida por el músico ruso Pavel Khvaleev, y protagonizada por Ryan Masson y Alyona Konstantinova. Según rezaba la sinopsis, en este filme viajamos al futuro donde la teoría de la evolución de Darwin se ha invertido y los seres humanos vuelven a dar rienda suelta a sus instintos más primitivos. El planteamiento parecía interesante, pero el director se pierde al tratar de dar a su relato un tono onírico y con un uso de los saltos temporales que acaban de confundir al espectador. No hay duda que Khaleev es un gran músico de género electrónico, por lo que los efectos de sonido y partituras están perfectamente orquestadas con las imágenes. También hace un gran uso de la fotografía, tiñendo la pantalla de blancos saturados que dan ese tono futurista a la cinta. Lástima que, también, una terna de actores muy mediocre acabe por hacer naufragar al conjunto (mención aparte la del matón al que encarna Adam Giannone, en una sobreactuación que ha sido muy comentada a la salida de la sala). Se agradecen los intentos de sacar productos nuevos y rompedores, pero creo que el director confía demasiado en su gran uso de la imagen y la banda sonora, y se olvida a la hora de darle más coherencia al conjunto.