Una finca, dos hermanas de parecido inquietante y un secreto. Con estos tres elementos de corte clásico, el cineasta argentino Pablo Trapero (Leonera, Carancho, El clan) cambia el rumbo de su trayectoria para ofrecer en La quietud un melodrama de suspense que no tema derivar hacia lo fantasmagórico. Se trata de una película personalísima donde vuelve a contar con su mujer Martina Gusman como protagonista, y con Bérénice Bejo como partenaire; ambas como las dos hermanas que se reencuentran cuando la segunda regresa a la finca La Quietud después de que su padre sea hospitalizado. Antes de saberse que Trapero dirigira Patria, tuvimos la oportunidad de hablar con el director argentino en la pasada Seminci de Valladolid sobre su nuevo trabajo, su filiación con el cine de Luis Buñuel y sobre tomar riesgos cinemagtográficos.
Hay muchos elementos fascinantes en ‘La quietud’, desde la casa donde ocurre la película al parecido de las dos hermanas protagonistas o la idea de tratar la cuestión de la memoria histórica mediante las convenciones del melodrama. En este sentido, ¿cuál fue el germen de ‘La quietud’?
Pablo Trapero: Bueno, la casa no existía, era una casa de fantasía, que no teníamos y que tuvimos que dar con ella. Pero las hermanas sí, porque es un proyecto que escribí para trabajar con Martina y Bérénice para jugar con el fuerte parecido físico entre ellas. También estaba la idea de ese recuerdo alucinado del pasado… Pero sobre todo, había ese interés muy fuerte de trabajar con el género, con el estilo. De hecho, ese interés estuvo ahí desde muy temprano y tiene que ver mucho con la admiración que siento por Luis Buñuel. Creo que La quietud una película muy buñuelesca. Creo que la influencia es clarísima, por ese deseo de reflexión sobre los géneros cinematográficos.
Conociendo tu anterior trayectoria en dramas criminales como ‘El clan’ o ‘Leonera’, no es fácil imaginar que te gusta tanto el cine de Buñuel.
Pablo Trapero: ¡Te puedo hablar de todas sus películas porque adoro su cine! ¡El cruce de géneros que hay en Viridiana o en Belle de jour, en El ángel exterminador o en Él! Él es una película de suspense pero llena de melodrama, llena de angustia, y Belle de jour, un melodrama llevado al extremo y de ahí al absurdo, que es justo cuando se vuelve surreal. Hay muchos otros ejemplos de grandes cineastas que van de un género a otro. Un director más clásico en ese sentido, pero igual de genial, es Hitchcock. Estoy pensando en La ventana indiscreta, sobre todo. No es una película de suspense, aunque hay, sino un melodrama, una historia de amor prohibida entre un hombre mayor que es fotógrafo y una mujer de la alta sociedad, que se tienen que ver a escondidas en un apartamento, donde el único suspense que hay se produce a raíz de los diversos melodramas de la gente que el protagonista observa. Nadie piensa en La ventana indiscreta como un melodrama, pero lo es. Me gustan las películas que son difíciles de encasillar y las que más disfruto son aquellas en las que todos esos géneros están entrecruzados. En el caso de La quietud, fue un motivo primordial a la hora de poner en marcha el proyecto. Sabía que iba a ser un desafío para mí y mi equipo, pero también para el espectador, quizás más familiarizado con otras películas mías que no transitan estos códigos.
¿Cuándo te diste cuenta de que Martina Gusman y Bérénice Bejo se parecen tanto físicamente?
Pablo Trapero: ¡Hace mucho tiempo! Cuando Martina fue jurado en el Festival de Cannes, fue al año de The Artist. Sobre 2010, si no me equivoco. Ahí conocí a Bérénice y me quedé en shock por el gran parecido que comparte con mi mujer. Entonces descubrimos la cantidad de cosas que tenían en común nuestras vidas sin saberlo, porque Bérénice es la compañera de Michel Hazanivicius, que también es director de cine, y sus hijos son de la edad de los nuestros. Era como si viviéramos vidas muy similares pero en países opuestos. A partir de esa serie de coincidencias, la idea de hacer una película con ellas como hermanas comenzó a tomar forma. Primero como broma y luego como realidad. En 2015, cuando estaba presentando El clan en Venecia, coincidimos una vez más con Michel y Bérénice, y tuve clarísimo que quería hacer una película para las dos actrices y enseguida me puse a escribir el guion.
Me gustan las películas que son difíciles de encasillar y las que más disfruto son aquellas en las que todos esos géneros están entrecruzados. En el caso de 'La quietud', sabía que iba a ser un desafío para mí y mi equipo, pero también para el espectador, quizás más familiarizado con otras películas mías que no transitan estos códigos.
Háblanos del resto del cast de ‘La quietud’, porque no creo que sea baladí que aparezcan Graciela Borges (una institución del cine argentino), Joaquín Furriel, muy popular en la televisión de tu país, o Egdar Ramírez.
Pablo Trapero: En el caso de Edgar Ramírez, ten en cuenta que es venezolano y que ya por su acento lo relacionamos con las telenovelas… Como puedes ver, ya desde el inicio la cuestión de los géneros y de la mezcla de registros era el punto de partida. Por otra parte, me siento muy privilegiado de haber contado con ellos, porque son actores y actrices espléndidos y con muchísimo trabajo: Edgar estaba terminando la serie de Versace; Martina, El marginal 2, que es una serie de mucho éxito; Bere, una película en Francia; Graciela, haciendo una obra de teatro; Joaquín Furriel estaba filmando con Medem… ¡Todo un lío logístico que finalmente pudimos superar! La quietud, de hecho, nació con esta idea, como película, digamos, de cámara, y con el propósito de reunir a una serie de actores que amo y respeto –todos con un background muy distinto, de estilos muy diferente–, para ponernos juntos manos a la obra en el mismo proyecto. Los únicos condicionamientos que teníamos que lograr eran reunir a ese grupo de actores en esa casa –que nos costó horrores conseguir, todo sea dicho–, y a partir de ahí, explorar. Obviamente, el guion tenía escenas que se filmaron palabra por palabra, pero hubo mucha improvisación. Y eso fue un proceso lindo que no siempre es posible en las grandes producciones, porque en las películas grandes y de época, como sucedía en El clan, tienes que estar pendiente de muchísimos elementos, siempre estás con prisas por la luz, por las horas, por el presupuesto. En este sentido, La quietud fue una película con mucha libertad para explorar.
¿Y que te movió a hacer de ‘La quietud’ una película sobre la memoria histórica del pasado dictatorial de Argentina?
Pablo Trapero: La historia es un fenómeno extraño. Para muchas generaciones, la dictadura todavía está presente, mientras que para mis hijos, por suerte, está en los libros. Ellos no tienen ni idea de qué es. Sin embargo, no sucede así para las generaciones intermedias. Por eso en La quietud son tan importantes los personajes de las hermanas. Son personas que se crían en otro país, en otro contexto, afuera de esa historia, y sin embargo esa historia determina lo que son. En La quietud, como pasaba en El clan, se remarca lo importante que es reflexionar sobre el pasado. Cuando no se reflexiona los suficiente, las cosas acaban como sucede en La quietud (y no digo más para no spoilear el desenlace a los espectadores).
Habitualmente, las películas sobre la dictadura parten de otras convenciones. A mí me parece que en 'La quietud' funciona, pero hablar de ese período a través del melodrama ha sido un aspecto que incomodó a mucha gente. Me parece, en todo caso, una incomodidad interesante.
¿Crees que en Argentina existe la suficiente distancia con el pasado dictatorial como para acercarse a esos hechos a través del melodrama y a través de este tipo de retruécanos de la ficción, como haces en ‘La quietud’?
Pablo Trapero: No estoy muy seguro, y ese fue otro de los aspectos que supuso un desafío, porque no es habitual retratar un tema de este calado a través de esta forma. Habitualmente, las películas sobre la dictadura parten de otras construcciones, otras convenciones. A mí me parece que en La quietud funciona, pero hablar de ese período a través del melodrama ha sido un aspecto que incomodó a mucha gente. Me parece, en todo caso, una incomodidad interesante.