Como el 'hygge', ese vocablo danés que viene a significar "confort del alma", "ausencia de molestias" y "unión acogedora", las películas de Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) no simplemente se ven; se sienten. Por eso, si todavía no lo has hecho, deberías seguir un ritual cada vez que veas por primera vez o vuelvas a visionar Academia Rushmore (1998), Moonrise Kingdom (2012) o El gran Hotel Budapest (2014). Para empezar, encuentra el centro exacto de tu habitación, disfruta del aquí y ahora, apaga tu teléfono móvil y pon de fondo, muy bajito, una de las canciones que el cineasta utiliza en sus películas -'Le Temps De L'amour' de Françoise Hardy, 'Les Champs-Elysées' de Joe Dassin o 'Strangers' de The Kinks. Atenúa las luces, regálate un dulce que se parezca a los que hacen en Mendl's y rocía tu entorno con un perfume que creas que podría igualar en fragancia a L'Air de Panache. Ponte cómodo. Desconecta. Nada de agobios. Súbete los calcetines hasta debajo de las rodillas como Suzy Bishop o agénciate unos pantalones púrpura como los del botones Zero Moustafa y prepárate para disfrutar.
¿Te has preguntado alguna vez por qué te gustan tanto las películas de Wes Anderson? Como un buen bizcocho cocinado con esmero o un fuego que crepita en la chimenea de la sala de estar, son familiares. Y quizá sea así porque uno de los temas recurrentes en su filmografía es precisamente la familia. Cuando tenía ocho años, allá por 1977, sus padres, un publicista y relaciones públicas y una agente inmobiliaria y arqueóloga, les contaban a sus tres hijos (Wes, Mel y Eric) que se divorciaban. Por eso, según apunta Sophie Monks Kaufman en Wes Anderson (Close-Ups, Book 1), nunca ha abandonado del todo la infancia. "Parece sentirse particularmente nostálgico por los 12 años", escribe. "Esa es la edad del pequeño piloto Atari en Isla de perros y de los fugitivos Sam y Suzy en Moonrise Kingdom".
La familia que enloquece unida…
Life Aquatic (2004), Viaje a Darjeeling (2007), Fantástico Sr. Fox (2009)… No es casualidad que a Anderson le guste tanto explorar las relaciones entre padres e hijos. Pero sus familias, como las de todos, provocan placer y, más a menudo, aflicción. "Son un hervidero de dolor; los miembros de la familia se mienten, se decepcionan y se rechazan entre ellos, a menudo en los momentos más devastadores", explica Monks Kaufman en su libro. "El dolor de provenir de un hogar disfuncional está grabado en todas y cada una de las películas de Anderson". Piensa si no en los hermanos Francis, Peter y Jack Whitman o en Chas, Richie y Margot Tenenbaum. ¿Te has fijado en que siempre son tres?
Pero pese a los dramas, las confusiones, las crisis nerviosas y los apegos personales, en ocasiones nada recomendables, la herida nunca llega a ser fatal. Puede que sea porque el director ha encontrado el antídoto perfecto en convertir a sus seres queridos en colaboradores y a sus colaboradores en seres queridos. Owen Wilson es coautor con Anderson de los guiones del corto Bottle Rocket (1993), de su debut en el largo Ladrón que roba a ladrón (1996), de Academia Rushmore y de Los Tenenbaums (2001) -y ha trabajado con él como actor en siete ocasiones, que pasarán a ocho cuando La Crónica Francesa se estrene este viernes, 22 de octubre. Y lo mismo podríamos decir de Luke Wilson, Bill Murray, Jason Schwartzman, Jeff Goldblum, Edward Norton, Tilda Swinton… del director de fotografía Robert D. Yeoman, del compositor Mark Mothersbaugh -hasta que le pasó el testigo a Alexandre Desplat- y del mezclador de sonido Pawel Wdowczak. También hay casos curiosos. Anderson conoció al intérprete, poeta y malabarista Kumar Pallana en Cosmic Cup, una cafetería que él y Owen Wilson frecuentaban en Dallas, y apareció en cuatro de sus películas hasta su muerte a finales de 2013 -Dipak, su hijo, participa en Ladrón que roba a ladrón, Academia Rushmore y Los Tenenbaums.
En 2015, Willen Dafoe lo definía como un "excelente general". Sus 'tropas' son extremadamente fieles y sienten admiración casi religiosa por él. Durante sus rodajes, lo normal es que sus improvisadas 'familias' vivan, coman, hablen y hasta jueguen juntas. En Life Aquatic, Owen Wilson llevó un futbolín al set para que el equipo se divirtiera entre escena y escena. Y esta frase de Ralph Fiennes, el M. Gustave de El gran Hotel Budapest, ha quedado para el recuerdo: "Cuando trabajas con Wes, comes bien".
En The Wes Anderson Collection, el crítico cinematográfico y televisivo Matt Zoller Seitz recuerda que lo primero que rodó fue una 'película' de 180 segundos en 1978. Tenía nueve años. La grabó con una cámara Super 8 que le prestó su padre -con un contrato de por medio- y trataba sobre unos chavales en monopatín, a su vez basados en un libro que encontró en la biblioteca. Por aquella época fue cuando empezó a leer en la Universidad de Texas a Fellini, Bergman, Truffaut, Scorsese, Coppola, Ford, Walsh, Hawks… Otra de sus cualidades es justo su pasión por el cine, por lo visual y por lo tangible.
Su debilidad por lo visual y lo tangible
Jean-Luc Godard decía que cada película es un documental de sus actores y, en cierto modo, el cine de Anderson es una hermosísima caja de Joseph Cornell -su obra ha sido comparada con la del pionero del 'assemblage'- en donde entran todos sus ídolos e influencias. Sus conversaciones apagadas -suelen ser malas noticias- por el sonido ambiente hacen que nos venga a la cabeza La ley del silencio (1954) de Elia Kazan; sus primeros planos son un homenaje a lo que hacía Jonathan Demme en El silencio de los corderos (1991); Los Tenenbaums bebe de Vive como quieras (1938) de Frank Capra, El cuarto mandamiento (1942) de Orson Welles y las historias de la familia Glass de J.D. Salinger; los uniformes de la tripulación del Belafonte en Life Aquatic se inspiran en Star Trek; Viaje a Darjeeling ocurre en la India por su amor por el cine de Satyajit Ray -le gustan Teen Kanya (1961) y Charulata (1964); la conversación del matrimonio Fox frente a la cascada nos hace pensar en una escena casi idéntica de El último mohicano (1992) de Michael Mann, y los prismáticos de Suzy en Moonrise Kingdom tienen algo de La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock, la favorita de su madre -la ficticia isla de Nueva Penzance se la debemos a sus amigos Maya y Wally, residentes de Naushon Island. Hasta Isla de perros (2018), su de momento última película, se debe a su fascinación por el cine japonés.
Una de las anécdotas más divertidas a este respecto la encontramos en el rodaje de El gran Hotel Budapest. Anderson puso a disposición de todos los presentes una colección de películas para que quienquiera que lo deseara pudiera verlas. Sólo había una copia de cada una: Ámame esta noche (1932) de Rouben Mamoulian, Una chica angelical (1935) de William Wyler, Tormenta mortal (1940) de Frank Borzage -su hija con Juman Malouf, Freya, se llama así por el papel interpretado aquí por Margaret Sullavan-, Ser o no ser (1942) de Ernst Lubitsch, El silencio (1963) de Ingmar Bergman…
La palabra escrita es otra de las debilidades de Wes. Las listas, los mapas y los planos son 'personajes' habituales en sus películas; todos salidos de su puño y letra. Los Tenenbaums (una suerte de familia Glass de J.D. Salinger), Fantástico Sr. Fox (de Roald Dahl) y El gran Hotel Budapest (inspirada en los textos de Stefan Zweig) salen como libros físicos en pantalla. Pero tanto él como el guionista Roman Coppola se las apañan para meter creaciones imaginarias en sus producciones. Puedes buscar Three Plays de Margot Tenenbaum y The Francine Odysseys de Gertrude Price -el libro predilecto de Suzy- en librerías, editoriales, imprentas y tiendas de segunda mano. Pero nunca los encontrarás.
Voyeristas y amantes de Prada
"No puedo ver una película de Wes Anderson sin querer pararla cada cinco minutos para absorber todos los detalles, composiciones y colores". El ilustrador Andrés Lozano resume así, en el libro Wes Anderson Tribute de Eva Minguet, lo que supone para él ver uno de los trabajos del cineasta. A Anderson no le haría falta colocar su nombre en los títulos de crédito de sus películas en Futura Bold para que alguien supiera que es él quien está detrás de las cámaras. Al autor le gusta controlarlo todo o, como reconoce un productor de sus películas, Jeremy Dawson: "Le encanta la idea de que de verdad puede crear cada pedazo de imagen que aparece en pantalla".
No es de extrañar que, cuando anunció Fantástico Sr. Fox, su primera película en 'stop-motion', la broma recurrente entre los críticos fuera que un director como él, orfebre de composiciones precisas y producciones detalladas, iba a estar encantado con un proceso que le daba el control total. Ese afán de vigilar cada aspecto de sus trabajos se convierte en plano cuando hace uso de sus famosos cenitales, también apodados "ojos de Dios". "Es como si la escena se hubiera tomado un momento para admirar los objetos que definen a las personas que estamos viendo", reflexiona Zoller Seitz. Así lo hace al comienzo de Academia Rushmore, cuando enfoca la mesa de la ensoñación de Max Fischer antes de resolver la ecuación más difícil del mundo. También cuando muestra el plan del Sr. Fox o la vida de los extraños Tenenbaums. "Me encanta Wes Anderson, principalmente por la peculiaridad de sus personajes", nos responde la ilustradora Natalia De Frutos. "Y, por supuesto, el cuidado estético de sus películas, el uso de la simetría, los planos frontales y el cuidado de la paleta de color. Me encanta cómo en alguna de sus películas predominan solo un par de colores, ya que es algo realmente difícil de trabajar".
A Anderson también le gusta convertir a su espectador en un voyerista cuya mirada observa embelesada planos que 'traspasan' las paredes y que parecen dotarlo del poder de rayos X de Superman. Como en la escena del acuario de Academia Rushmore -la que lo inició todo-, la del barco 'cortado por la mitad' de Life Aquatic o el 'travelling' lateral (y onírico) de Viaje a Darjeeling. Incluso parece que confesó este gusto suyo tan idiosincrásico a través del diorama de una joven Margot Tenenbaum.
Al igual que con sus personajes, puramente cinematográficos y apenas identificables con personas reales, su puesta en escena en perfecto equilibrio de El gran Hotel Budapest y su cuidada gama cromática en Moonrise Kingdom tampoco parecen existir. Son, como describe John Andrew Fredrick en Fucking Innocent, "un cuento de hadas dentro de un cuento de hadas. Un sueño de un cuento ya soñado por un tejedor de telarañas para niños de todas las edades". Sus arquitecturas imposibles y sus tonos pastel se han convertido en protagonistas del perfil de Instagram @accidentallywesanderson.
Por ello, para el ilustrador Aitor Sarabia, sus largos son "como volver a ver el mundo como lo veía con 11 años". Anderson, en definitiva, es un gran fabulista con el que nos sentimos niños en cuerpos de adultos. "Me gusta por la fantasía y lo agradable que es estéticamente. A veces no hay que ir más profundo. Me transmite precisamente eso: un espíritu lúdico y el alma de un niño que todos deberíamos conservar. Creo que aporta mucha belleza y ternura al mundo", nos dice a su vez la ilustradora María Herreros.
La 'huella Anderson' ha llegado incluso a grandes firmas como Prada, para la que ha rodado dos cortos -Prada: Candy (2013) y Castello Cavalcanti (2013)- con Léa Seydoux y Jason Schwartzman, respectivamente. También Louis Vuitton se ha colado en su filmografía, con las icónicas maletas de jirafas, rinocerontes, antílopes, cebras, elefantes y leopardos diseñadas por su hermano Eric Chase Anderson para Viaje a Darjeeling.
Niños adultos y adultos aniñados
Ver una de sus invenciones es dejarse envolver por la nostalgia. Una nostalgia entendida como un regreso a la niñez. Una nostalgia como la necesidad de intentar volver siempre a un tiempo de inocencia, de libertad y de vivir sin obligaciones. De ahí que sus personajes adultos actúen como niños y sus personajes más infantiles lo hagan con mucha más madurez de lo que se esperaría. "Wes Anderson raramente presenta la edad adulta como un componente de la madurez o de equilibrio emocional", afirma Kim Wilkins en su ensayo publicado en The Films of Wes Anderson: Critical Essays on an Indiewood Icon.
Max Fischer en Academia Rushmore, Suzy Bishop y Sam Shakusky en Moonrise Kingdom; Grace, la hermana de Anthony Adams en Ladrón que roba a ladrón, y Atari en Isla de perros parecen adultos en cuerpos de niños. Por el contrario, Dignan de Ladrón que roba a ladrón, Royal Tenenbaum de Los Tenenbaums y M. Gustave de El gran Hotel Budapest siempre están, como señala Whitney Crothers Dille en The Cinema of Wes Anderson: Bringing Nostalgia to Life, "desilusionándose y acunando sueños dañados mientras desean el paraíso o añoran la panacea".
¿Y qué otra cosa es la edad adulta más que darse cuenta de que todo lo que imaginaste cuando eras niño es una farsa? ¿O son esos sueños lo que creemos que queremos? "Los personajes de Wes Anderson no consiguen lo que creen que desean en un principio […] Las películas de Wes son lo opuesto a la crudeza. Construye espectáculos imbuídos de maravilla infantil y, al hacer eso, endulza el trago de la muerte", continúa Kaufman en Wes Anderson (Close-Ups, Book 1). "Si hay una enseñanza que sacar de todas estas imágenes es esta: no seas un adulto hastiado mientras todavía tengas tiempo".
Parece que Anderson disfruta 'humillando' a sus protagonistas y confundiendo al espectador trastocando la figura del héroe con pardillos a los que disfraza de galanes. "Sus protagonistas masculinos", prosigue Dille, "son seres humanos irritantes [...] Con rasgos demasiado humanos". Así es, por ejemplo, Max Fischer, un chico precoz y un tanto repelente al que su creador le hace conformarse con menos.
Esta falta de madurez también se aplica al sexo. Es como si le incomodase la consumación física del deseo con el que satura sus películas. Como dice Margot Tenenbaum a su hermanastro Richie: "Creo que vamos a tener que querernos en secreto y dejarlo ahí". Incluso el cortejo en sus filmes es de lo más infantil y, como subraya Kaufman, las mujeres quedan encumbradas "como trofeos por los que luchar mientras ellas observan tristes e impotentes intentando no consentir las histerias insignificantes de los hombres".
Al fin y al cabo, todos podemos identificarnos con ese tipo de personaje perdedor y de buen corazón cuyos sueños se ven truncados y nada sale como esperaba. La boda aplazada de Los Tenenbaums, la huida de Suzy y Sam en Moonrise Kingdom, la ambición desmedida de Max en Academia Rushmore... Parece que verlos vivir esos desengaños, rodeados de esa estética, nos hace sentir un poco mejor.
"Las películas de Wes Anderson son lo que yo llamo 'antinubes'. No importa lo malo que haya sido tu día. Irte a la cama después de ver una de sus películas siempre es una buena idea y despejará esas nubes". Así describe Alex de Marcos, responsable de Mundopiruuu, las joyas de su adorado director.
La última película de Anderson es La Crónica Francesa, que ya está disponible en Disney+ sin coste adicional. La historia es "una carta de amor a los periodistas" y sigue los entresijos de un magacine cuyo nombre da título al filme. Ambientada en el siglo XX en una ciudad francesa ficticia llamada Ennui-sur-Blasé, el largo sigue a un periodista americano afincado en el país galo. "Es un retrato de este hombre, de este periodista que lucha por escribir lo que él quiere escribir", avanzó el cineasta sobre este proyecto. En él, Anderson vuelve a contar con algunos de sus actores fetiche como Bill Murray, Tilda Swinton, Frances McDormand, Saoirse Ronan, Owen Wilson y Bob Balaban. También destacan las participaciones de Timothée Chalamet y Guillaume Gallienne.
Después de La Crónica Francesa, Anderson ya tiene nuevo proyecto entre manos: Asteroid City. La trama del filme, que se ha rodado en Chinchón (Comunidad de Madrid), se mantiene en secreto, pero ya nos estamos imaginando sus colores, sus sonidos, sus planos y sus simetrías. El final ya es otra cosa. Aunque, si te das cuenta, sus desenlaces, como las punzadas que se dan sus familias, rara vez son letales. O, dicho de otra manera, siempre hay un 'silver lining'; ese "no hay mal que por bien no venga" en español. Acuérdate de ese "Espero que termine bien" de Herman J. Blume antes de ver la obra de teatro de Max en Academia Rushmore y de las palabras del Sr. Fox cuando los villanos Boggis, Bunce y Bean destrozan el hogar donde vive su familia: "Dicen que nuestro árbol tal vez jamás vuelva a crecer. Pero, algún día, algo crecerá". Aunque parezca mentira, Anderson es optimista.
Su filmografía (hasta ahora)
☆ Ladrón que roba a ladrón (1996)
☆ Academia Rushmore (1998)
☆ Los Tenenbaums. Una familia de genios (2001)
☆ Life Aquatic (2004)
☆ Viaje a Darjeeling (2007)
☆ Fantástico Sr. Fox (2009)
☆ Moonrise Kingdom (2012)
☆ El gran Hotel Budapest (2014)
☆ Isla de perros (2018)
☆ La Crónica Francesa (2021)
Bibliografía sobre Wes Anderson
★ Crothers Dilley, Whitney (2017). The Cinema of Wes Anderson: Bringing Nostalgia to Life. Wallflower Press.
★ Díaz, Nuria (2018). El gran Hotel Wes Anderson. Planeta.
★ Fredrick, John Andrew (2017). Fucking Innocent: The Early Films of Wes Anderson. Rare Bird Books.
★ Kunze, Peter C. (2016). The Films of Wes Anderson: Critical Essays on an Indiewood Icon. Palgrave Macmillan.
★ Lauren, Wilford y Stevenson, Ryan (2018). The Wes Anderson Collection: Isle of Dogs. Abrams Books.
★ Minguet, Eva (2017). Wes Anderson. Tribute. Instituto Monsa de Ediciones.
★ Monks Kaufman, Sophie (2019). Wes Anderson (Close-Ups, Book 1). William Collins.
★ Zoller Seitz, Matt (2013). The Wes Anderson Collection (2013). Abrams Books.
★ Zoller Seitz, Matt (2015). The Wes Anderson Collection: The Grand Budapest Hotel (2015). Abrams Books.
★ VV.AA. (2016). The Wes Anderson Collection: Bad Dads. Abrams Books.