A principios de la década de 1930, Luis Buñuel viajó hasta uno de los rincones más olvidados de España para poner en marcha el rodaje de Las Hurdes, tierra sin pan, el único documental del de Calanda y una de las películas malditas de la historia de nuestro cine. El rodaje de esos 27 minutos de duración, que fueron posibles gracias a la ayuda económica de Ramón Acín, son los protagonistas de Buñuel en el laberinto de las tortugas, cinta de animación firmada por Salvador Simó que adapta, de manera muy libre, la novela gráfica de Fermín Solís, y que llega hoy viernes 26 de abril a salas cuando se cumplen 86 años de su estreno oficial. Hemos hablado con Simó sobre su cautivador trabajo alrededor de uno de los cineastas totémicos del séptimo arte.
Cuéntanos cómo llegas al proyecto de adaptar la novela gráfica de Fermín Solís ‘Buñuel en el laberinto de las tortugas'.
Salvador Simó– Manuel [Cristobal] y yo nos conocíamos de hace un tiempo y un día me llamó y me ofreció la posibilidad de hacer este proyecto. Sabía que soy un gran seguidor de Luis Buñuel y que me apasionaría. Pero es cierto que al principio te quedas diciendo: ¿cómo haces esto? Leí la novela gráfica de Fermín [Solís] y me encantó, pero sabía que quería contar esta historia desde otro punto de vista. Sin duda, la película está basada en el cómic. Es como la semilla. Pero yo a Luis Buñuel lo recordaba de otra manera. Así que cuando nos sentamos Fermín y yo a escribir el guion, empezamos como de cero otra vez: haciendo un trabajo de investigación para intentar contar nuestra historia. Cuando volvimos a la génesis de Las Hurdes, a la historia de la promesa de Ramón Acín de pagar la película si le toca la lotería, y que finalmente Ramón cumple su palabra, fue cuando nos dimos cuenta de que ahí estaba nuestra historia: en la amistad entre los dos. Y no solo por lo que supuso, sino porque el gesto de Ramón nos pareció que es de esos detalles que te reconcilia con el género humano.
La figura de Ramón Acín tiene precisamente un gran protagonismo en ‘Buñuel en el laberinto de las tortugas’.
Salvador Simó– Nuestro primer paso fue hablar con Juan Luis Buñuel, hijo del cineasta, y recuerdo que nos contaba que la relación de su padre con Ramón era muy especial, que cuando su padre hablaba de Ramón se le rompía la voz. Su testimonio nos hizo ver que no andábamos muy desencaminados con nuestra propuesta, porque además, no hay demasiado escrito. En sus memorias, Buñuel pasa por encima del episodio de Las Hurdes y, bueno, tuvimos que hacer un trabajo de imaginación para poder contar lo que pasó ahí… En la película, Buñuel dice sobre lo que están rodando que “esto es una recreación dramática de lo que ocurre” y nuestra película también es una recreación dramática de lo que pasó. Volviendo a la figura de Ramón, queríamos contar la historia de Buñuel a través de los ojos de uno de sus grandes amigos, un personaje del que poco a poco te vas enamorando porque era una buenísima persona y hace un poco de contrapunto de Luis, porque le deja ser como es, con sus contradicciones, y está ahí para sujetarle cuando cae.
Nuestro primer paso fue hablar con Juan Luis Buñuel, hijo del cineasta, y recuerdo que nos contaba que la relación de su padre con Ramón era muy especial, que cuando su padre hablaba de Ramón se le rompía la voz.
Háblanos de algunas decisiones de la puesta en escena de ‘Buñuel en el laberinto de las tortugas’, como la inclusión de imágenes del documental 'Las Hurdes' en vuestra película.
Salvador Simó– No teníamos ninguna intención de hacer un making of, sino más bien nos encontramos con la tesitura de pensar en cómo recrear esas secuencias en animación. ¡Pensamos que era un sacrilegio! Mostrando exactamente lo que rodó Luis es incuestionable porque nadie puede decir que eso no sucedió, porque eso se rodó en 1932, e incluirlas le daba una solidez a nuestro relato. En nuestra película, esas imágenes aparecen cada vez que los personajes miran a través de la cámara –menos en dos momentos–, y le dan perspectiva y contexto, acercan la animación a la realidad. Eso sí, había que hacerlo con cuidado. Teníamos que buscar un motivo potente y no abusar. El objetivo también es que esas imágenes despierten la curiosidad y el espectador regrese al documental de Las Hurdes.
La paleta de colores de 'Buñuel en el laberinto de las tortugas’ es también muy particular, con esos colores tan áridos para hablar de Las Hurdes. Me recordó al trabajo de Sylvain Chomet, mientras que, por otra parte, esos colores sugieren la pobreza económica de la zona.
Salvador Simó– No quisimos tener referencias y no queríamos copiar la forma de hacer cine de Buñuel. El objetivo era encontrar nuestra propio lenguaje, cuando contacté con José Luis Ágreda, comenzamos a estudiar la dirección de arte partiendo también desde cero: documentación, viajes a Las Hurdes, estudio de colores, etc. Evidentemente todos tenemos nuestras influencias pero pretendíamos realizar el mismo camino que hace Buñuel cuando va a Las Hurdes y encontrar nuestro propia manera de expresarnos. También es cierto, si te fijas, que hay un colectivo de cineastas de animación, sobre todo europeos, que estamos haciendo un cine muy similar en el sentido de que es muy diferente al que viene de Estados Unidos, y es ineludible la influencia entre unos y otros. Por el tema de los colores, sin duda. Además, los colores tierra también te llevan un poco al suelo. Obviamente, en Las Hurdes todo es tierra, están rodeados de tierra. También la música de Arturo Cardelús funciona a partir de estas sensaciones plásticas: hablábamos de la guitarra como un instrumento de tierra, como los coros como un elemento más conceptual o el piano como un instrumento líquido.
Es cierto que plantear una historia sobre Luis Buñuel, el gran director, es muy abrumador. Pero nos dimos cuenta de que en nuestra película estábamos contando la historia de un joven director que estaba empezando. Verlo de esa manera nos quitaba un gran peso de encima.
¿Cómo os acercáis finalmente a la figura de Luis Buñuel, el gran Luis Buñuel?
Salvador Simó– Sí que es cierto que plantear una historia sobre Luis Buñuel, el gran director, es muy abrumador. Pero nos dimos cuenta de que en nuestra película, en realidad, estábamos contando la historia de un joven director que estaba empezando, con un par de películas a sus espaldas que, es cierto, habían causado una gran conmoción. Verlo de esa manera nos quitaba un gran peso de encima. Porque nuestro protagonista es un joven con muchas contradicciones y ángulos. Quisimos presentar a Buñuel sin suavizar nada, con lo bueno y lo malo, y eso nos dio una libertad creativa considerable y nos ayudó a quitarnos la sombra de Buñuel de encima. Porque nuestro personaje es otro que luego sí iba a convertirse en el gran Luis Buñuel, pero en ese momento aún no lo era.
Tras este viaje que supone dirigir una película y una película sobre Buñuel, ¿con qué te quedas del personaje? ¿Qué has descubierto de su figura?
Salvador Simó– Luis Buñuel siempre ha sido una influencia muy fuerte en mi manera de crear, siempre ha estado ahí, en una relación como de osmosis. Pero durante este tiempo inmerso en la película, lo que más me ha impactado es justamente la relación de amistad entre Ramón y Luis. Esta película puede tener muchas capas e interpretaciones, pero a mí, en concreto, me ha reconciliado con el espíritu humano porque me ha recordado que sigue habiendo gente capaz de dar de manera generosa porque pueden de verdad entender a la otra persona. Y ahí, creo, está parte de la autenticidad de Luis Buñuel, porque pensaba que las cosas solo se podían hacer de esa manera, sin intentar gustarle a todo el mundo. A Buñuel eso le importaba un bledo, lo que quería era expresar sus ideas y que la gente las entendiera. Que la gente pensara y no diera las cosas por sentado. Para mí ha sido la gran lección de la película.