No es solo uno de los mejores instantes de su filmografía sino de la cinematografía mundial. Se trata de aquella escena de El héroe del río (1928) en que Buster Keaton, as de la pantomima, pena encarnada y tragedia inmutable, se detiene en el corazón de la tormenta con intención de recomponerse. Y la fachada entera de una casa se desploma sobre su persona. Pero aquí no ha pasado nada.
Lo que ha hecho el actor, lo que ha logrado con su estatuario, es una alegoría. El tío ha salido por la ventana sin moverse del sitio. Al menos técnicamente. El héroe del río es una película de hace casi un siglo. Un siglo después, el mundo está en manos de los superhéroes. Maquinaria industrial que aniquila todo a su paso. Eventos. Acontecimientos devastadores.
Ya que que en todos los cines del mundo ponen la nueva de los Vengadores me he metido en la Filmoteca a ver The Great Buster, el documental que Peter Bogdanovich ha dedicado al cómico y que en declaración de intenciones se subtitula A Celebration. Allí Jon Watts explica que para su película Spider-Man: Homecoming (2017) tomó prestada la hermosa mirada melancólica de Buster Keaton para dotar de expresión y humanidad a la máscara del atribulado Hombre Araña.
En realidad, todas las invenciones y recursos visuales que hoy componen las películas de superhéroes los inventó Buster Keaton en su cine, que fue un cine de acción en tiempos de cine teatral. Pero cuidado, Buster Keaton no fue un superhéroe. Pese a su gobierno de la física y la materia, Keaton era un artista, un campeón de la magia. Nada que ver con las películas de superhéroes, que son papilla para gente de ciencias.
Keaton, que hasta el final de sus días no utilizó dobles para las escenas de riesgo (el 80% de las que rodó), sabía que los hechos son los que hablan de nosotros y que la velocidad se demuestra andando. Y por eso su cine está basado en el movimiento y por eso mismo él se queda quieto a menudo. Porque se lo piensa dos veces. Y en ocasiones, seguidamente, se abraza a un árbol.
Buster Keaton no fue un superhéroe. Pese a su gobierno de la física y la materia, Keaton era un artista, un campeón de la magia. Nada que ver con las películas de superhéroes, que son papilla para gente de ciencias
Porque Buster Keaton también tiene miedo, claro. De lo que pueda pasar, de arrepentirse, de no atreverse, de sentirse un cobarde. Un cobarde es lo peor que puede ser alguien. Un cobarde es más dañino que un idiota. Keaton lo sabía, y por eso para hacernos reír se ponía tan serio. Keaton operaba a cara descubierta y que fuera lo que Dios quisiera.
Cuando el ciclón derrumba la fachada en aquella escena (en la que, por cierto, se reutilizaba un gag de su cortometraje de 1920 Una semana), los daños son solo materiales. La casa se desploma en absoluto silencio. Más que nada porque se trata de una película muda, aunque también por eso mismo es una muy elocuente, porque el cine silente es parco en palabras pero muy pródigo en gesto y peripecia.
Escribió Artaud que con la llegada del cine sonoro se cerraba una puerta que ya no volvería abrirse: la de la poesía y el sueño. Y ahora se ha estrenado otra de superhéroes. Ruido, aspiración y telenovela. Lujo deportivo. Universos cinemáticos... ¡Sopicaldo para yernos!
Cuando la casa se le caía encima, Keaton se mostraba impasible por fuera como era su costumbre, pero por dentro estaba hecho un desastre. Tanto que le era un poco indiferente espicharla. Cuando se puso en el sitio para filmar aquella escena sin truco su matrimonio estaba en llamas y acababa de tomar una de las peores decisiones de su carrera: persuadido por su cuñado Joe Schenck, hermano del presidente de la compañía, había entregado su porvenir a la Metro Goldwyn Mayer.
Había firmado con los chaquetos. Aquella iba a ser su última película de producción independiente. Su futuro iba a ser pasto de principios e inercias empresariales. Y cuando cae en la cuenta, salta por la ventana, claro.
En la vida, ante un dilema, las opciones suelen ser dos. Y lo curioso es que las dos son válidas, siempre, ambas llevan al mismo sitio. Decidirse por una tercera ya parece más desaconsejable, es lo que se dice tomar la calle de en medio. ¿Qué quiero decir con esto? No tengo ni idea. Me pagan por folio.
Parece ser que una de las razones que en su día acabaron por desplazar el cine de Buster Keaton del centro de la escena comercial fue la popularidad creciente de los cortometrajes de dibujos animados. De pronto, aquellos personajes laxos que recorrían los años 30 con sus extremidades elásticas (el estilo 'rubber hose') parecían divertir más a los espectadores que los cómicos tradicionales.
Con el tiempo, en la misma tradición de lujuria violenta sin efusión de sangre, los superhéroes conquistarán a las masas con su cháchara de poder y responsabilidad. Esto va como va. Ahora se acaba de estrenar otra de los Vengadores y la respuesta del público ha sido apabullante. Histórica. Tienen el planeta en sus manos. Es obvio que el cine norteamericano atraviesa una de sus peores tinieblas artísticas. Por fortuna, Buster Keaton sigue ahí. No se ha movido del sitio.