Es raro, muy raro, que John Carpenter se precie a dar una 'master class' (ya no digamos entrevistas o ruedas de prensa). El cineasta lleva alejado del cine desde 2010, año de Encerrada, una película malograda que acabó con la paciencia del cineasta frente al 'establishment' (y que, sin embargo, yo defenderé siempre que sea necesario). Desde entonces Carpenter se ha puesto las botas de 'rock star' y se ha dedico a publicar discos y girar con su banda allá donde le reclamen (en España se le ha podido ver tanto en el Primavera Sound como en el Festival de Sitges). Así que lo de hoy en Cannes, ha sido todo un lujo: el maestro cinematográfico recogía la Carroza de Oro que otorga la Quincena de Realizadores y, para la ocasión, se ha proyectado en copia remasterizada la seminal La cosa (1982) -una decisión del propio realizador- y luego ha tenido un encuentro con el público de más de una hora en una 'master class' que tenía como conductores a los cineastas Yann Gonzalez y Katell Quillévéré. Ha sido un baño. Ver en directo a Carpenter hablando tanto de su pasión por el cine, comentando varias de sus películas -las más citadas: La cosa, Están vivos, Starman, El príncipe de las tinieblas y La noche de Halloween-, metiéndose en aspectos técnicos de las mismas, de su relación con la música y de su continuo rifirrafe con la industria, ha sido una experiencia de las que, básicamente, sólo se ven en este festival donde, citando a Almodóvar, convive todo el dolor y toda la gloria.
“Ennio Morricone no hablaba inglés. Yo no hablo italiano. Así que hablábamos el lenguaje de la música”. Las primeras preguntas iban todas sobre La cosa, al fin y al cabo, la acabábamos de ver en pantalla grande (y a ver si vemos una película mejor en todo Cannes). Una de las pocas veces que Carpenter cedió la batuta a un externo, aunque este fuera Ennio Morricone (cuenta la leyenda que Carpenter le dijo a Morricone “inspírate en estas bandas sonoras” y le dio un puñado de CDs de sus composiciones). Sobre la película dijo que fue un desastre comercial y crítico sin paliativos: “Fue masacrada por la crítica en su día, así que considero mi venganza que hoy se proyecte en Cannes”. Lo que fue duro, porque era su primera película para una major (Universal Pictures) y venía de arrasar con lo puesto gracias a La noche de Halloween (1978). “En América es imposible contar con el Final Cut, no sabéis la suerte que tenéis los franceses”. Sobre el final de La cosa ha bromeado: “Puede ser que uno de los dos supervivientes tengan al monstruo dentro, pero eso sólo lo sé yo y jamás se lo voy a contar a nadie”. Reivindicando el trabajo analógico de la misma -los FX de La cosa son de lo mejor del género, obra de Rob Bottin- y vanagloriándose de que, mientras buena parte de los directores de terror decidían jugar con la sugerencia (a lo Minelli), él decidió que el monstruo de la película iba a verse en plano entero, medio y detalle: “Voy a llevar el monstruo a la luz”.
El cineasta, que ayer estuvo cenando con Jim Jarmusch y Dario Argento, se deshizo en elogios con su colega italiano: “La idea de El príncipe de las tinieblas (1987) se me ocurrió mientras veía Inferno (1980) de Darío Argento. Pensé: 'Qué libre es este cabrón. ¡Voy a hacer lo mismo! ¡Debería estar él aquí recibiendo vuestros aplausos!”. Con lo que estuvo más parco fue a la hora de pronunciarse sobre su futuro: “Ahora estoy construyendo mi carrera como 'rock star”. Ante la insistencia del público bromeaba: “Para contestar cuál será mi próxima película debería ir a visitar antes a mi camello”. Aunque al final y con la voz baja aseguró que le haría ilusión hacer una película sobre una invasión extraterrestre (¡!). Hubo espacio para más: recalcar la importancia de la música -bromeando que usa sintetizadores porque un piano de cola le saldría demasiado caro-, “la música convierte una película en una buena película”, asegurar que el día que Donald Trump ganó las elecciones fue algo terrorífico y reconocer que sigue el cine de terror contemporáneo gracias a que la Academia de Hollywood le envía todas las películas del año para votar en los Oscar “pero sólo veo las de miedo”.
Alejandro G. Calvo
Violencia en los suburbios
La primera película francesa a competición en Cannes, se presenta como la supuesta heredera de El odio de Mathieu Kassovitz (1995) en su retrato actualizado de la 'banlieue' como polvorín social a punto de estallar. Primer largometraje de ficción de Ladj Ly, criado en el mismo barrio a las afueras de París que retrata, Les miserables adopta las convenciones del 'thriller' policíaco que nos adentra en una zona conflictiva a través de un agente novato que experimenta allí su primera jornada de trabajo. Stéphane, recién trasladado a la capital, se une al equipo de veteranos que forman Chris y Gwada, y acaba convirtiéndose en la voz de la conciencia de una película que pretende radiografiar las tensiones en los suburbios de París desde una perspectiva paradójica: no abandona durante la mayor parte del metraje el punto de vista de los policías. Convincente en su panorámica cuasi costumista por el barrio y muy oportuna en su introducción de un dron en la trama, la película tambalea sin embargo en su forma mucho más conservadora de lo que aparenta de aproximarse a la rabia acumulada por los jóvenes del lugar. En este sentido, la última secuencia resulta harto potente, pero recuerda de forma inevitable al más osado videoclip de 'Stress' de Justice que firmó un colega de Ly, Romain Gavras.
La chaqueta asesina
Como la Competición Oficial y Una Cierta Mirada, la Quincena de Realizadores también se ha inaugurado este año con una comedia, en este caso Le Daim, la nueva incursión en el humor absurdo de Quentin Dupieux (Mr. Oizo en el mundo de la música), que conecta con su anterior Rubber en la idea de convertir un objeto cotidiano en el agente provocador de una razia asesina. El neumático de aquella deja paso aquí a una chaqueta de ante con flecos que encandila a su nuevo propietario, un estupendo Jean Dujardin, hasta el punto de obsesionarse con acabar con el resto de chaquetas del mundo... y con sus portadores. Dupieux adopta un registro minimalista que le sienta bien a un filme sobre un hombre solitario y obsesivo que se retira a un lugar apartado. Le Daim incide además en la naturaleza perversa de la creación cinematográfica a partir de vincular la manía del protagonista con las ganas de realizar una película.
Eulàlia Iglesias
Día 1: Cannes 2019 abre sus puertas con la comedia zombie de Jim Jarmusch 'The Dead Don’t Die'