Era una de las películas más esperadas (y con más recelo) del Festival. Nos referimos a Rocketman, el biopic musical del gran Elton John, que viene a demostrar que el éxito de taquilla (que no de crítica) de Bohemian Rhapsody (2018) puede ser un filón del que empezar a sacar películas de aquí en adelante. Yo no engaño a nadie (como mucho, a mí mismo): a mí el biopic de Queen me pareció, por forma y fondo, bastante terrorífico. Así que había curiosidad, como mínimo, por ver cómo se las desentrañaba Dexter Fletcher en solitario -ya sabéis que él fue quién terminó Bohemian Rhapsody tras el despido de Bryan Singer- al acercarse a una figura tan emblemática como la de Elton John.
Sobre el fondo: poco que discutir. El retrato del creador de himnos pop como “Crocodile Rock”, “Goodbye Yellow Brick Road” o “Your Song” parece haber sido bastante fidedigno a su peripecia vital real. Es más, los demonios del pianista forman parte intrínseca de la narración sin tampoco cargar tintas sobre ellas: todas sus adicciones (sexo, alcohol, drogas, compras) se recitan en la primera secuencia de la película y no son más que piezas narrativas sobre las que fluye el relato. Mucho más interesante es la visión psicoanalítica que viene a decir que para superar las aflicciones del adulto (depresión, ansiedad, egolatría, drogadicción, etc) hay que empezar por arreglar los problemas de la infancia. De ahí que la relación de John con sus padres ocupe tanto rato en el film y el salto hacia la recuperación personal pase por su confrontación directa con ellos. Perfecto.
Pero argumentos dramáticos al margen, si algo convierte Rocketman en un film festivo, es el hecho de que no es sólo un biopic musical, sino un musical en toda regla. La construcción narrativa de la película es puro flow que se adueña de las canciones de Elton John para mostrarse como un musical clásico de gran belleza y energía. Así que doble mérito: el primero para Fletcher, por saber construir un musical mainstream capaz de agradar a propios y ajenos y, segundo, para Taron Egerton, que sin ser Gene Kelly (tampoco lo necesita) sabe como cumplir a la hora mezclar lo festivo con lo trágico, el exceso con la tristeza. No es que hubiera muchos claroscuros por descubrir de la figura de Elton John -es bonita la manera que tiene la película de encuadrar la relación entre el músico y su letrista, Bernie Taupin (Jamie Bell)- así que más que descubrir a un cantante que conoce todo el mundo, lo que hace la película es ponerlo en escena a través de sus canciones. Y, sí, puede parecer un musical de Broadway XXL, pero aún así funciona. Queda por ver si funcionará en taquilla como lo hizo Bohemian Rhapsody o sí Elton John volverá a ponerse de moda, casi frenética, como pasó con Queen. Pero eso ya son cosas que a mí se me escapan y, honestamente, me dan igual: a mí me vale con haber disfrutado durante un buen rato viendo esta película.
Alejandro G. Calvo
La invasión de las plantas ladronas de cuerpos
Jessica Hausner se caracteriza por abordar desde el humor soterrado y el ojo clínico temas tabús, incómodos o idealizados como el romanticismo en Amour fou o la fe religiosa en Lourdes. La directora austríaca ha debutado en la competición por la Palma de Oro con su primer film en inglés, Little Joe, una incursión en el cine de género a través de la historia de un laboratorio que diseña unas plantas modificadas genéticamente para producir felicidad que devienen más peligrosas de lo que parecía. Hausner convierte Little Joe en una revisión de La invasión de los ladrones de cuerpos con una lectura de fondo en torno a la maternidad, la obsesión por la felicidad, la procreación y la imposible conciliación entre la vida laboral y la crianza de hijos en el caso de las mujeres. La película se despliega desde una precisa y cuidada puesta en escena que combina la frialdad propia de ciencia-ficción con esa ironía de fondo marca de la casa. El resultado es una disfrutable e insólita muestra de terror sobre algunas de las contradicciones de la sociedad contemporánea que sin embargo podría haber llevado un tanto más allá algunos de los temas que introduce.
Ken Loach y el 'torture porn social'
Ken Loach sigue denunciando en cada nuevo film las formas actualizadas de que dispone el sistema capitalista para oprimir a las clases populares. Si en la anterior Yo, Daniel Blake (2016) apuntaba a la brecha digital y a la centrifugación urbana de la pobreza, en Sorry We Missed You pone en evidencia, a través del guion del habitual Paul Laverty, las trampas cuasi mortales de la sustitución del trabajo asalariado por el de falsos autónomos, las consecuencias del boom de las compras online y la precarización de las labores de asistencia las personas dependientes. El cineasta británico resulta certero en su diagnóstico, sobre todo al certificar cómo nuestra jornada laboral se ha ampliado a las 24 horas del día, los 365 días de la semana, y muestra su típica buena mano con los actores. Pero ya desde su arranque, queda claro que en Sorry We Missed You los personajes van a sufrir. Mucho. De maneras diversas. Y en crescendo. En este sentido, el cine del británico se ha vuelto más previsible que un torture porn. Y en Sorry We Missed You la utilización de las tribulaciones de los protagonistas para abrir los ojos de los espectadores respecto al tema que critica resulta especialmente torpe y manipuladora, e incluso un tanto cruel pues reduce su naturaleza a la de meras víctimas sufrientes del capitalismo.
Eulàlia Iglesias
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