Pedro Almodóvar, Antonio Banderas y Penélope Cruz se reunieron con la prensa española en la terraza del hotel Marriott, con vistas a La Croisette, a pocas horas del gran estreno de Dolor y gloria en el Gran Teatro Lumière que, como era de esperar, se saldó con una larga ovación de más de diez minutos. Un encuentro tranquilo en vísperas de lo que podría ser una de las Palmas de Oro más merecidas de los últimos años. Ahí va buena parte de lo que se comentó.
El idilio con Cannes no empezó hasta que fuiste el Mejor director por Todo sobre mi madre hace sólo 20 años. ¿Por qué tan tarde?
Francia es el país que más tarde me ha adoptado. En Italia, por ejemplo, ya estuve en la Mostra de Venecia con Entre tinieblas (1983). Pero aquí se resistieron porque, como eran comedias disparatadas, no sabían muy bien si detrás de todo aquello había buen cine, o una petardez a la que no había que darle mayor importancia. Me empezaron a tomar en serio con el éxito de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) en Estados Unidos, porque todo lo que triunfa ahí les parece importante. Tacones lejanos (1991) también fue un gran éxito en Francia, y entonces me invitaron a formar parte del Jurado, aunque todavía tuvieron que pasar unos años hasta que competí con Todo sobre mi madre.
Hace dos años fuiste presidente del Jurado en Cannes. ¿Cómo recuerdas esa experiencia ahora que vuelves a estar al otro lado?
Tres películas al día es algo antinatural, y al final acabas viéndolas como Malcom McDowell en La naranja mecánica. No hay tiempo para la sedimentación que necesita una película. Algunas me hubiera gustado volverlas a ver, pero tampoco daba tiempo. Por otro lado, ahora tengo más información de cómo funciona la mecánica de esas nueve personas que conforman el Jurado. Son nueve personas que hablan diferentes idiomas, y provienen de todas partes del mundo. Como idea un poco a lo Naciones Unidas, está muy bien. Pero en realidad, esa mezcla, a la hora de debatir, te puede provocar cierta confusión. Descubrí que para ser presidente hay que saber negociar, y también descubrí que no se me da muy bien. Así que al final, aunque defendí con aplomo mis puntos de vista, me enfrenté a un palmarés con el que no me identificaba, pues no estaba de acuerdo con dos premios importantes. Es una experiencia muy democrática, pero también muy dura.
Yorgos Lanthimos, que aquel año, en 2017, recibió el premio al Mejor Guion por El sacrificio del ciervo sagrado, forma parte del Jurado de esta edición. ¿Qué te parece este Jurado?
Me gusta mucho que sea un Jurado de directores. No quiero decir que el director sea el que más sabe de cine. Pero sí es el que sabe valorar cada una de las disciplinas que son importantes a la hora de narrar una película. Conozco al menos a tres de los directores que están este año, y hemos tenido ocasión de intercambiarnos piropos. A Lanthimos me lo encontré en un ascensor, y tuve que decirle que me encantó su película, que me parece una gran incomprendida.
¿Ha marcado Cannes tu agenda de alguna manera?
No. Nunca me he dado un palizón por llegar a tiempo a Cannes como hacen muchos directores, que a veces incluso retocan luego la película, y le quitan hasta 20 minutos. Tenemos muchos ejemplos, incluso españoles, o el mismo Tarantino. Este festival es muy importante para el cine de autor, que es una especie en vías de extinción. Pero uno no debe hacer películas para que gusten en Cannes. Es una actitud muy peligrosa que, en efecto, existe. La prensa francesa dice que estoy loco por la Palma de Oro, pero tengo muy claro que mi cine no va a cambiar para tratar de conseguirla.
¿Eres consciente de que tus películas en general y Dolor y gloria en particular, con tanto libro, funcionan como un club de lectura?
No lo sabía, pero me encanta esa idea. Recomiendo todos los libros que aparecen en Dolor y gloria. Eran los que estaba leyendo en ese momento. Podría poner más películas, pero hay que pagar muchos derechos. Uno de los libros que aparece lo recomiendo muy vivamente, porque no se conoce demasiado en España. Es el que aparece en el atril, Ana No, una novela de Agustín Gómez Arcos, un escritor español que se exilió en los años 60. Toda la obra la escribió en francés. España se ha portado muy mal con él. Estuvo nominado al Goncourt por su primera novela, y Cabaret Voltaire ha editado su obra veintitantos años después. Habla de una anciana que abandona su pueblo en Almería y recorre toda España por las vías para llevarle un pan de aceite a su hijo, que está preso en una cárcel de Teruel. Ojalá que la gente lo lea, porque es un libro maravilloso.
Has hablado de tu experiencia democrática en el Jurado. ¿Cómo ves el estado actual de la democracia española?
Como todos los españoles, me ha horrorizado ese nivel de crispación e insultos. Y que los políticos se lo permitan en representación nuestra. Pero después de las elecciones respiré aliviado. Lo de antes no era el país en el que yo creía que vivía. Afortunadamente con los resultados se ha visto la España que conozco. Estamos ante cuatro años que, de cualquier forma, van a ser mejores que los cuatro anteriores. Hay cosas que me siguen escandalizando, como el asunto Iceta, o que tengamos un partido de extrema derecha. Los medios de información, y gran parte de izquierdas, les han dado demasiada cancha. Pero ahora estamos mucho mejor que hace un mes, y hay que celebrarlo. En cuanto a las elecciones municipales, ya he apoyado públicamente a Manuela Carmena.
¿Nervioso con el gran estreno en el Grand Palais Lumière?
Esta noche es la gran noche. Cuando vengo a Cannes, la experiencia más importante es la proyección en el Grand Palais, porque te da muchísima información sobre cómo se ve fuera de tu cultura. Pero me suelo poner más nervioso, tirando a histérico, la víspera de la clausura, cuando todavía no te han llamado, y no sé si prepararte el esmoquin. Si lo hago, parece que creo firmemente que debo ser recompensado por esta película. Y es una situación muy absurda.
(Almodóvar se levanta y se va, y aparecen Antonio Banderas y Penélope Cruz, que se sientan el uno al lado del otro).
Antonio, si tuvieras que escoger entre el premio al Mejor Actor o la Palma de Oro, ¿qué escogerías?
Preferiría la Palma de Oro, porque espolvorea a todo el que ha participado en la película, y creo que es justo. Además yo soy el eterno nominado. Lo he sido a lo largo de cuatro décadas, cosa que me satisface, porque significa que me he mantenido, y no cambiaría eso por un premio importante. No son pocos los que han ganado un premio importante, y luego sus carreras se han muerto. Y además, creer que te van a dar el premio es la madre de todas las frustraciones.
¿Qué significa para un actor estar en Cannes?
Es el gran festival, más importante que los Oscar, porque aquello es más específico, y aquí también están los americanos que no fabrican meros productos. Una mezcla de glamour e intelectualidad, que no es nada fácil, y que en Cannes se da con cierta naturalidad. Cuando vienes con una película de la que no estás muy seguro, lo pasas mal. En este caso es distinto, porque parece que le ha gustado a todo el mundo.
¿Y para una actriz?
Estuve aquí con 22 años con una película que se llama Woman on Top (Fina Torres, 2000), y Pedro también estaba en el festival, así que mis primeras vivencias ya fueron con él. Nunca sabes cómo va a ser la aventura. En este caso venimos muy tranquilos. Aunque también he estado con películas que han gustado menos, y el puede ser un festival muy cruel en ese sentido. Y tiene que serlo, porque es lo honesto.
¿Cómo se gestó el personaje de Salvador Mallo?
Todo empezó en La piel que habito (2011). Entonces volví a Pedro con un maleta llena de todo lo que había aprendido en 22 años. Pero el me dijo que todas esas seguridades no le interesaban absoluto. Y trabajamos toda la película enfrentados. Pero, cuando vi la película, me di cuenta que había sacado algo inesperado de mí. Así que, cuando me llamó para esta, me presenté con toda la humildad. Para entender muy bien lo que esperaba de mí. Tienes que ser Pedro Almodóvar, pero no quiero verlo, me decía, por ejemplo. Y yo tampoco quería imitarlo, que para eso ya se habría traído a José Mota. Yo también quería que Pedro estuviera, pero sin estar. Y además me dijo: "Hay algo en ti que tiene que ver con la tristeza y con tu problema cardíaco, eso no me lo ocultes". Había algo ahí que a él le interesaba. Ha sido el trabajo más interesante de toda mi carrera. No sé si el mejor, pero sí el más interesante. Y verlo feliz no tenía precio. La película acabó siendo como una terapia en la que se fue sacando piedras de encima, como decirle a la madre cosas que nunca le dijo, como cuando le dice lo siento mamá por haberte ocasionado todos los problemas que te he ocasionado por ser diferente.
Penélope, ¿tú conociste a Doña Francisca, la madre de Pedro?
Tuve un encuentro muy especial con ella cuando le estaban dando un premio muy importante a Pedro. Ella estaba muy emocionada, y me contaba que recordaba el terror que sintió cuando Pedro le anunció que iba a dejar el trabajo en la Telefónica, un trabajo seguro. Fue un momento que me ayudó mucho a entender a Pedro, su cabeza, su universo, cómo ve a las mujeres. Cuando me ofreció este personaje, que es una versión de Jacinta, me di cuenta de la suerte que había tenido de vivir ese momento, de haberla conocido. Tenía un sentido del humor muy parecido al de Pedro, que nunca sabes lo que va a soltar en el siguiente minuto. Muchas frases en el cine de Pedro son de su madre. Muchas frases de Chus Lampreave, como cara de ladilla, el remotamente de Volver. Era una genia.
Ya es raro que Antonio y tú hayáis rodado tan poco juntos.
Sí, sólo hemos tenido una escena juntos en Los amantes pasajeros, y aquí sólo está el último plano en el que aparezco yo, y se le oye gritando ¡Corten! Es muy raro que nadie nos haya juntado nunca.