Preciosa mañana (con una lluvia infernal) en Cannes. Básicamente, porque a lo que venimos aquí es ver productos fílmicos que nos exploten la cabeza. Y, hoy en día, hay pocos mejores “revientacabezas” que el cineasta danés Nicolas Winding Refn, que regresa al festival que le consagró como gran autor europeo en 2011 con Drive; y que, desde entonces, no ha faltado nunca para presentar nuevo proyecto: Sólo Dios perdona (2013) y The Neon Demon (2016) -ambas fueron abucheadas porque, para qué negarlo, aquí la prensa desplazada no suele disfrutar con el cine de género-. Este año ha traído un regalo especial, su nueva serie para Amazon Prime Too Old To Die Young, que ha coescrito y co-creado con el gigante de Ed Brubaker, uno de los mejores escritores de cómics de este siglo (suyos son Criminal (2006), Velvet (2013), así como algunos de los más brillantes cómics de superhéroes tanto para Marvel, El soldado de invierno, como para DC, Gotham Central).
¿Y qué ha surgido de la conjunción entre el rey del noir en novela gráfica y uno de los estetas más iconoclastas del cine contemporáneo? Pues una serie que apunta a ser de lo mejor del año. Hay que aclarar que, a petición del cineasta, sólo se han proyectado dos capítulos (el 4 y 5), según sus palabras "para enseñar el corazón de la misma". Lo visto, que si nos lo llegan a pasar como película cuela sin problema, muestra a un policía (Miles Teller) que dedica sus ratos libres a eliminar a lo peor de la sociedad, aconsejado por una especie de gurú-sicario absolutamente letal (el siempre genial John Hawkes). A medio camino de Los Angeles y Albuquerque, el protagonista se introduce en un mundo oscuro de pornografía-snuff donde la tensión vibra ante la ultraviolencia, física y psicológica, que se esconde tras las imágenes. Para el cineasta es un retorno a la estética de Drive -de hecho, hay planos de Teller dentro del coche que son calcados a los Ryan Gosling en su icónica cinta- cambiando a sus mudos personajes por los hieráticos oneliners de Brubaker: "That motherfucker is a dead motherfucker". Un cruce bestial, totémico, acojonante. Que bebe tanto del Lynch de Carretera perdida (1997) como de los neones en las pinturas de Edward Hopper, del cine negro de años 40 americanos o de las películas de yakuzas japonesas de los 70. Violencia, erotismo, suspense y más de un whatthefuck! se dan cita en esta obra que, de ser así el resto de capítulos, está llamada a hacer historia.
Alejandro G. Calvo
Cannes libertino...
El festival francés siempre reserva un hueco a algún film que transgrede las convenciones en lo que a representación de sexo explícito en la pantalla se refiere. Este 2019 este espacio lo cubre Liberté, la nueva obra del siempre inquieto Albert Serra. El catalán parte de la obra de teatro homónima que estrenó el año pasado en Berlín, y que le sirve de base literaria. Liberté se sitúa pocos años antes de la Revolución Francesa, cuando una serie de libertinos huyen del régimen represivo del último monarca francés hacia Alemania, donde pretenden extender sus ideas. Como su anterior La muerte de Luis XIV, Serra toma como referencia el imaginario, la literatura, la estética y la filosofía de la Francia del siglo XVIII, en este caso en su reivindicación del libertinaje sexual como forma de socavar el sistema de valores morales propios del antiguo régimen y la rigidez racionalista. A partir de aquí, el catalán pone en marcha una suerte de cruising de época que durante más de dos horas resigue las continuas actividades sexuales de este grupo en la clandestinidad nocturna de un bosque. La película se aproxima a los códigos del cine porno sin adoptarlos: no hay otro hilo narrativo que la sucesión de intercambios procaces de todo tipo, de lluvias doradas a bondage con pelucas, entre los allí congregados, pero no llega a visualizar de forma explícita ni coitos ni eyaculaciones. Serra está tan o más interesado en el erotismo de la mirada y en el trasfondo filosófico de los personajes que en el de los actos en sí. Por ello predominan las escenas con personajes que se tocan observando, espiando, contemplando, oteando... más que los escarceos en sí mismos. En un momento, el personaje que interpreta Lluís Serrat, el mirón por excelencia del film, saca el catalejo hasta enfocarlo directamente de cara al público. Es el plano que mejor resume la vocación de Liberté por espejar la mirada del espectador en este film que se interroga desde una estética tan hermosa como frontal por la siempre vigente cuestión del erotismo como forma de libertad y de placer también en la pantalla.
...y zombi
Jamás tantos no muertos habían tomado el Festival de Cannes. Al film de inauguración de Jim Jarmusch, Atlantique de Mati Diop y los ultracuerpos de Little Joe se sumó desde la Quincena de Realizadores Zombi Child de Bertrand Bonello, una de las películas más poderosas vistas por ahora en el certamen. El director francés no parte de las convenciones del subgénero actual, sino que se remite a los orígenes cinematográficos y geográficos del fenómeno, con el Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneur y Haití como centros de referencia. Así Zombi Child entrelaza con cierta vocación de rigor histórico un relato sobre un hombre que es sometido a un proceso de zombificación tras su muerte en la isla caribeña en los años cincuenta con una historia situada en la Francia contemporánea en una exclusiva escuela para chicas donde estudia una de sus descendientes. Sobre un subtexto en torno al pasado colonial de Francia y las contradicciones que supone para los valores que sustentan la república francesa, el film se abre a continuas resonancias, desde la exaltación casi surrealista del romanticismo adolescente hasta la brutal escena de conclusión que pone en escena un ritual vudú como forma de alcanzar el trance y la liberación.
Eulàlia Iglesias