El aislamiento y la oración protagonizan el ya décimo largometraje del francés Cédric Kahn, quien en El creyente se fija en una pequeña comunidad religiosa que trata a jóvenes toxicómanos para hablarnos del conmovedor viaje de recuperación de Thomas, un chico de 22 años, interpretado por el debutante Anthony Bajon, por cuyo trabajo recibió el premio al Mejor actor en la Berlinale de 2018.
También protagonizada por Alex Brendemühl (Django), Damien Chapelle (Planetarium) y Hanna Schygulla (El matrimonio de Maria Braum), entre otros, El creyente es un melodrama austero que habla de vidas torcidas en busca de su última oportunidad. Un camino de redención y espiritualidad sobre el que hemos podido conversar con Cédric Kahn, en su visita a España para presentar la película.
En 'El creyente' pones en un mismo plano drogas y religión, como si la única manera de salir de una adicción fuera engancharse a un dogma. ¿Estás de acuerdo con ello?
Cédric Kahn– Bueno, no sé muy bien qué decir. La mitad de la prensa dice que mi película es pro-rreligiosa y la otra mitad, lo contrario. Pero mi película no habla de la religión, sino sobre la espiritualidad y la fuerza de la fe. Y también es una película que habla del camino personal de cada uno, desde aproximaciones existenciales, psicoanalíticas y terapéuticas, si quieres. Personalmente, la religión como institución no me interesa y en mi vida personal no tengo ningún tipo de relación con la religión. Obviamente, como ciudadano tengo mi opinión sobre la institución religiosa, y que puedo expresar sin dificultades, pero creo que tampoco es el tema ahora.
¿Qué te lleva a fijarte, así pues, en esa pequeña comunidad religiosa que trata a jóvenes toxicómanos?
Cédric Kahn– Lo que me interesó de verdad es la historia de estos jóvenes, que se encontraban en situaciones realmente difíciles. Sentí mucha empatía y mucha emoción hacia ellos, por ese estado de desesperanza y confusión en el que se encuentran. En un momento dado, me hablaron de estas experiencias de rezo a las que algunos toxicómanos acuden, y me llamaron la atención. Y cuando fui a conocerlas por mí mismo, me di cuenta de que el trabajo que se realiza con ellos es muy interesante y mucho más amplio y profundo que la cuestión de la oración.
Cuando uno ve que hay jóvenes que salen recuperados de estas comunidades, no se puede estar en contra, sea cual sea nuestra opinión sobre la religión.
Los chicos y chicas que entran en esta comunidad, al menos en tu película, son muy jóvenes. Thomas, el protagonista, tiene 22 años pero es casi un niño. ¿Son tan jóvenes los chicos que de verdad acuden a este tipo de centros?
Cédric Kahn– E incluso más jóvenes. Había gente que llegaba con 17 años. En las favelas de Río de Janeiro (Brasil), parece que han abierto casas de desintoxicación al que acuden chicos y chicas con 11 y 12 años adictos a las drogas. Han construido casas para tratar a niños, y eso es lo realmente fuerte y terrible. Son niños que apenas han salido de la infancia y ya tienen la vida jodida. Cuando uno ve que hay jóvenes que salen recuperados de estas comunidades, no se puede estar en contra, sea cual sea nuestra opinión sobre la religión.
Salen recuperados, pero también es peliagudo hablar de reinserción. En ‘El creyente’ pones en escena ejemplos (ficcionados) de chicos y chicas que regresan a esta comunidad porque no han logrado adaptarse a la sociedad.
Cédric Kahn– Sí, por supuesto, pero ellos mismos asumen que tienen tras de sí muchos fracasos. A pesar de ello, cada vida salvada es un milagro. Para estos jóvenes, este tipo de comunidades ya es su último recurso, llegan ahí porque ya han pasado por otro tipo de terapias y esta es su última oportunidad. También es cierto que no se puede salvar a alguien si esa persona no quiere salvarse por sí misma. Y no solo tiene que ver con la cuestión de las drogas, sino que es extensible a cualquier tipo de problema.
Háblanos de Anthony Bajon, tu protagonista. Su trabajo actoral es extraordinario, muy físico, muy tierno y muy perturbador al mismo tiempo.
Cédric Kahn– Ya había hecho algunas intervenciones pequeñitas, y El creyente es su primer papel protagonista. Pero él es actor, tiene una amplia formación de actor y mucha voluntad. Es muy ambicioso. El rol, evidentemente, es muy complicado sobre todo porque no contaba con el apoyo de la palabra: todo tenía que expresarse a través del cuerpo, la mirada. Creo que durante los primeros 40 minutos casi no habla. Y teníamos que saber mostrar todas las etapas por las que pasa el protagonista: sufrimiento, desesperanza, luz…
Anthony Bajon y Schygulla son como dos polos opuestos: para Anthony 'El creyente' es su primer gran rol y Hanna ya tiene un amplio recorrido y ha participado aquí en un papel muy pequeñito. La escena con los dos es increíble, como si ella le transmitiese toda su experiencia como actriz.
Otro personaje muy impresionante en ‘El creyente’ es el de la hermana interpretada por Hanna Schygulla. Es inevitable recordarla como mujer fatal en sus películas con R.W. Fassbinder, y aquí aparece en un rol muy distinto.
Cédric Kahn– Anthony Bajon y Schygulla son como dos polos opuestos: para Anthony El creyente es su primer gran rol y Hanna ya tiene un amplio recorrido y ha participado aquí en un papel muy pequeñito. La escena con los dos es increíble, como si ella le transmitiese toda su experiencia como actriz en ese momento. Él es como un niño ante ella. Y no solo por el papel que interpreta. Creo que hay algo más. Me gusta cuando los actores logran con su presencia sobrepasar este tipo de escenas.
Hay algo de autoridad y de compasión en esa secuencia que comparten Schygulla y Bajon.
Cédric Kahn– ¡Hanna Schygulla es así en la vida real! [risas] Una mujer de autoridad y compasiva.
Quería filmar la oración justamente, quería que se viera en la película el tiempo que se emplea en la práctica de la oración y que el espectador la sintiera del mismo modo que yo la sentí cuando yo conocí a esa comunidad.
Por último, ¿crees en efecto en el poder terapéutico de la oración, más allá de la religión?
Cédric Kahn– Quería filmar la oración justamente, quería que se viera en la película el tiempo que se emplea en la práctica de la oración y que el espectador la sintiera del mismo modo que yo la sentí cuando conocí a esa comunidad. Sentir ese poder de la oración. Creo que la oración tienen muchos putnos en común con la meditación, y se ha demostrado el poder terapéutico de la oración: a fuerza de repetir algo en la mente, parece ser que se limpia el cerebro de pensamientos negativos. La experiencia espiritual me fascina, y también creo que el cine es una experiencia muy espiritual porque cada uno tenemos una relación muy particular y muy fuerte con las películas. Objetivamente todos vemos una misma película, pero cada uno tiene una experiencia distinta. Porque cada espectador es un mundo y el poder del espíritu es enorme. La idea de lo que cada persona puede crear e imaginar para vivir y para sobrevivir me resulta de lo más fascinante del ser humano.