Un único plano secuencia que reconstruye el terror de una chica víctima de los atentados terroristas de ultaderecha del 22 de julio de 2011 en Noruega. Así es la escalofriante propuesta de Erik Poppe en Utoya, 22 de julio, un filme que funciona como un thriller acongojante y como el espejo de las amenazas del extremismo violento que de un tiempo a esta parte sacude el mundo.
Estrenada en la Berlinale de 2018, con no poca controversia, Utoya, 22 de julio, que este viernes 19 de julio llega a salas, ficcionaliza el día en que el extremista asesino Anders Behring Breivik acabó con la vida de 77 chicos y chicas de las juventudes del Partido Laborista Nourego en la isla de Utoya. Hemos hablado con Poppe en entrevista telefónica sobre su filme, sobre el papel de las víctimas en la película y sobrel a deriva actual de la extrema derecha en los países occidentales.
¿Qué te llevó a fijarte en los atentados terrorista que sacudieron Noruega en 2011?
Erik Poppe– Muchos de los supervivientes y muchas de las familias que perdieron a sus hijos tenían la sensación que no se les había prestado la suficiente atención. Porque a las víctimas se les recomendó que olvidaran lo que había pasado y miraran hacia el futuro, y creo que por ello la gente no comprende del todo lo que sucedió en esa isla. Hay muchos libros, artículos de prensa, artículos de opinión sobre lo que pasó en Utoya, sobre lo qué sucedió durante el juicio al terrorista, sobre su personalidad, pero a lo largo de todos estos años no se ha escrito con profundidad sobre lo que sucedió en la isla y sobre las víctimas.
El terrorista de los ataques del 22 de julio de 2011 hizo lo que hizo inspirado por todo el discurso de odio que hoy circula libremente por internet. Creía de verdad en toda esa mierda y sentía que tenía la misión de transformar esas palabras en acción.
Un vistazo rápido a cualquier hemeroteca digital confirma esta idea, que los medios no han parado de publicar cosas sobre el terrorista y casi nada sobre las víctimas.
Erik Poppe– Es terrible que se le dé más espacio. Otra de las razones que me llevaron a hacer la película relacionado con eso. El terrorista de los ataques del 22 de julio de 2011 hizo lo que hizo inspirado por todo el discurso de odio que hoy circula libremente por internet. Creía de verdad en toda esa mierda y sentía que tenía la misión de transformar esas palabras en acción.
Los atentados de Noruega sucedieron en 2011 y el discurso de odio que denuncias está cada vez más presente en la vida pública.
Erik Poppe– La retórica del odio está llegando incluso a las instituciones políticas, a parlamentos y órganos de gobierno. La detectas en la política de Italia, Hungría, Suecia, en Reino Unido… Sentíamos que era importante enseñar al mundo hacia dónde conduce el discurso del odio. Porque recordando lo que pasó también mostramos que ese discurso es peligrosos. Es imprescindible una Europa unida para vencer al discurso del odio. ¿Qué podemos hacer para que el terror de Utoya no vuelva a suceder? ¿Qué podemos hacer para que esa gente de los foros de extrema derecha salga de sus reductos tóxicos para debatir con argumentos? No estoy diciendo que la gente que comparte estas ideas sean todos terroristas, pero desgraciadamente hemos visto algunos casos que son alarmantes y que son la escala más terrible de ciertos ataques políticos Lo que sucedió en Utoya no surgió de la nada. En ocasions me comentan que la película se ha hecho demasiado pronto, pero creo, tal y como afirman las víctimas, que tal vez sea ya demasiado tarde.
En ocasiones me comentan que la película se ha hecho demasiado pronto, pero creo, tal y como afirman las víctimas, que tal vez sea ya demasiado tarde.
¿Por esta razón apenas aparece el asesino en ‘Utoya, 22 de julio’?
Erik Poppe– Hay muchas las películas sobre masacres narradas desde el punto de vista de los terroristas, y tengo la sensación de que están hechas para entretener al espectador. Y eso me parece inmoral. Con Utoya, 22 de julio quería una película que provocara una reacción, que impactara y que fuera difícil de ver. Trabajamos codo con codo junto a las víctimas, porque el objetivo es interpelar al espectador, que sienta la angustia de esos chicos y chicas. Porque, insisto, queremos que la gente reflexione sobre lo que sucedió en Utoya para que no se repita.
En su estreno en la Berlinale la película recibió no pocas críticas.
Erik Poppe– Ahí me equivoqué, porque la primera versión de la película no contextualizaba la historia. La prensa fue muy dura conmigo y tras reflexionar al respecto decidí añadir información sobre los atentados en los créditos del principio y el final de la película. Pero siempre tuve claro que la cinta es sobre las victimas y desde su punto de vista. No mostrar al terrorista es, por tanto, una decisión deliberada. Notas su presencia: ves su sombra y oye sus disparos, pero siempre desde el punto de vista de los chicos que estaban en la isla. Al no enseñar al asesino, se construye un vínculo mucho más fuerte con las víctimas.
¿Cómo ha sido la recepción del filme en su país y en el resto de países en que se ha estrenado?
Erik Poppe– A lo largo de todo el mundo, las reacciones han sido muy potentes y los espectadores han sentido mucha empatía con lo que han visto. Porque lamentablemente el terror nos rodea. En Estados Unidos, me decían que esta película les recordaba a las masacres en institutos y medios como IndieWire o The Washington Post escribieron que era la primera vez que habían visto una película con tanta sensibilidad a la hora de hablar del terror de la violencia. Vivimos una época en que la violencia nos rodea por completo: en el cine, en las noticias, en la literatura… Lo asimilamos como si fuera algo normal sin detenernos a pensar en las consecuencias.