El primer fin de semana en San Sebastián siempre cuesta y ver en Sección Oficial una película protagonizada por Eva Green cuando eres fan de Penny Dreadful se agradece. Proxima es el último trabajo de la francesa Alice Winocour, directora de Augustine y guionista de la nominada al Oscar Mustang, que indaga en los límites de la maternidad sirviéndose del espacio como excusa. No pienses en secuencias más allá de la atmósfera como las que aparecen en Interstellar (2014) de Christopher Nolan, The Martian (2015) de Ridley Scott o Gravity (2015) de Alfonso Cuarón. Ni siquiera en el suspense de la Apollo 13 (1995) de Ron Howard. Proxima no es ningún ‘sci-fi’ y sí un drama feminista sobre la superación del techo de cristal, sobre el resentimiento, la comprensión y la separación forzosa entre una madre y su hija en una situación extraordinaria.
Green interpreta a Sarah, una astronauta francesa y la única mujer que se somete a un exigente entrenamiento en la Agencia Espacial Europea (ESA) en Colonia. También cuida de Stella (Zélie Boulant), su hija de siete años, que tiene dislexia (dificultad para la lectoescritura), disgrafía (dificultad para aprender a escribir correctamente) y discalculia (dificultad para aprender matemáticas). El amor entre ellas se pone a prueba cuando la cosmonauta es elegida para formar parte de la tripulación de una misión de un año fuera de la Tierra. Y ese es el punto de partida.
Te soltaré un ‘spoiler’. Winocour se queda siempre en lo terrenal, en lo tangible, y rehuye de la espectacularidad -te darás cuenta cuando, por ejemplo, escuches al personaje de Matt Dillon diciendo: “No existe un astronauta perfecto, así como tampoco existe un padre perfecto”. Todo es lo más fiel posible a la verdad: la preparación, los entrenamientos, las pruebas médicas, la cuarentena, el miedo de las familias, la certeza de que la vuelta será mucho más dura que la partida y la constatación de que nadie, en definitiva, es imprescindible. Pero la realizadora y guionista no se detiene ahí ni mucho menos y trata además la culpa de la protagonista y su dificultad para concentrarse, los comentarios machistas de sus homólogos masculinos que ponen en duda su capacidad, los pequeños altercados con su exmarido por el cuidado de la pequeña y los ojos de desilusión y de anhelo de esta, abrasadores a veces de envidia, cuando observa a otros como ella que sí pueden gozar de una vida ‘normal’. Quizá, reconozcámoslo, estábamos excesivamente acostumbrados al corsé (también masculino, dicho sea de paso) que constreñía y limitaba a este género. El baño de realidad no nos venía mal.
‘La verdad’: un Kore-eda ‘diferente’ no significa un peor Kore-eda
No sabía qué pensar de La verdad, la primera película fuera de Japón del cineasta Hirokazu Kore-eda. Y he estado pensando sobre ella, rumiándola, desde que la vi en Madrid en un pase previo a San Sebastián, donde está en Perlas. El autor de Nadie sabe (2004) y De tal padre, tal hijo (2013) inauguró con ella la 76ª edición de La Mostra y a principios de septiembre también pasó por Toronto. “¿Por qué, Kore-eda?”. Eso es lo primero que pensé sobre ella. Me daba hasta apuro verla y, cuando por fin lo hice, no me gustó. Lo digo así. ¿Por qué no? ¡Yo que sé! Simplemente no era ‘mi’ Kore-eda. El de Still Walking (2008), Nuestra hermana pequeña (2015), Después de la tormenta (2016) y Un asunto de familia (2018), ganadora de la Palma de Oro en Cannes.
Todo eran preguntas. “¿Por qué rodar en francés?”. “¿Por qué Catherine Deneuve y Juliette Binoche?”. “¿Por qué jugártela cuando haces tan bien lo que haces?”. Y después, con el paso de los días y hablándolo con algunos compañeros, entendí que un Kore-eda diferente no significa un peor Kore-eda. Dejé de lado los prejuicios y empecé a ver La verdad como un comecocos de papel que esta vez enseña un color distinto cuando levantamos una de sus pestañas. Y, además, si te fijas bien, el director de 57 años se renueva y sigue siendo el mismo. Te explico por qué.
Catherine Deneuve encarna en el filme a Fabienne, una célebre estrella ya madura del cine francés que está rodeada por hombres que la idolatran: su amante, su exmarido, su representante… Acaba de publicar sus memorias y, aprovechando la ocasión, su hija Lumir (Binoche) viaja desde Nueva York y le hace una visita en compañía de su marido, el también actor Hank (Ethan Hawke), y la hija que tienen en común. Fabienne y Lumir, ambas con carácter, no tardarán en chocar justo cuando la primera graba una cinta de ciencia ficción en la que se mete en la piel de una mujer cuya madre (Manon Clavel) no envejece nunca.
Quítate esa venda de los ojos que te habías puesto porque ‘no te gustaba’ que Kore-eda no volviese a filmar con intérpretes japoneses. ¡Qué más da! Si esta La verdad vuelve a tener todo aquello que hace tan grande su cine. Sus temas recurrentes. El resentimiento entre miembros de distintas generaciones en una misma familia, tormentas emocionales, vínculos afectivos que van más allá de los lazos de sangre, el perdón inevitable cuando te das cuenta de que no puedes cambiar aquello que amas, el olor y el sabor de la comida que traspasan la pantalla, los planos detalle, interpretaciones sobresalientes, espíritu teatral y pasión por los personajes. Y luego, lo nuevo. El guion es un claro homenaje a la actriz de Belle de jour (1967). Fabienne es Catherine y Catherine es Fabienne. El tono es mucho más mordaz, menos sutil y más irónico. Hay metaficción, referencias directas e indirectas a Alfred Hitchcock -Rebeca (1940) y Psicosis (1960)- y por momentos nos recuerda incluso a Olivier Assayas (Viaje a Sils Maria). “Prefiero ser mala madre, mala amiga y buena actriz”, proclama Fabienne. Y yo prefiero que Kore-eda siga creando por muy ajeno que me resulte de primeras. Eso siempre será mejor a que no veamos a Kore-eda.
‘Weathering With You’: bajo la lluvia de Tokio en busca del sol
En general, no me ha entrado por el ojo derecho Weathering With You, lo último de Makoto Shinkai, director del bombazo Your Name (2016), 5 centímetros por segundo (2007) y El jardín de las palabras (2013). Si Shinkai apostaba en Your Name por una trama romántica con intercambio de cuerpos, aquí repite con lo fantástico, aunque simplificando un poco la historia.
Es verano y el joven Hodaka, de 16 años, escapa de su casa en una isla periférica para instalarse en la bulliciosa Tokio, con más de 37 millones de habitantes. No tiene demasiada suerte y comienza a vivir en la calle hasta que encuentra trabajo como becario en una revista de ocultismo que publica reportajes sobre leyendas urbanas. Por si fuera poco, no para de llover… Menos mal que conoce a Hina, que tiene el extraño poder de hacer que se despeje el cielo sólo con rezar.
¿Qué me ha gustado más? El hecho de que Weathering With You me haya recordado un poco a lo que hace el ‘mangaka’ Naoki Urasawa en obras como Happy!, donde lo ingenuo, lo cándido y lo cotidiano se entremezcla con lo deshonesto y con el perfil más escabroso del ser humano -en este largo se intuye la frialdad de la tecnología, la realidad de los hogares sin supervisión adulta y el mundo de la explotación de menores al igual que Urasawa, más allá del tenis, aborda sin tapujos en Happy! las deudas con la mafia y la prostitución.
Ni el amor entre Hodaka y Hina ni sus rituales para que salga el sol ni el gatazo Lluvia ni el pequeño Nagi, un donjuán dispuesto a dar consejos de seducción, han conseguido que esta ‘sucesora’ de Your Name me robe el corazón. La subtrama policial me ha resultado pesadísima, completamente innecesaria, y los personajes secundarios, Keisuke y Natsumi, faltos de sustancia. ¿Y esa música para resaltar las emociones? Tendré que darle otra oportunidad.
Santiago Gimeno
'La trinchera infinita': Lo bueno si largo, dos veces bueno
Jon Garaño y José Mari Goenaga son asiduos al Festival de San Sebastián. En 2014 compitieron -y sorprendieron- en la Sección oficial con Loreak (Flores) y en 2017 con Handia. Este año repiten con La trinchera infinita y con un realizador más para su equipo: Aitor Arregi. El filme del trío de directores cuenta la historia, durante tres décadas, de Higinio y Rosa, una pareja que acaba de casarse cuando estalla la guerra civil española y la vida de él corre peligro. La solución es que se convierta en un “topo”, el nombre que recibieron las personas que vivieron durante años en zulos dentros de sus propias casas para poder sobrevivir. Hasta que conocían la muerte o, por suerte, podían ser libres.
Como ya hicieron en Loreak (Flores) y Handia, Garaño y Goenaga dividen en capítulos La trinchera infinita. Algo recurrente en otros directores como Wes Anderson en Isla de Perros (2018) o Yorgos Lanthimos en La favorita (2019). En esta ocasión, el equipo de realizadores empoderan el significado de palabras tan cotidianas como “salir”, “encerrar” o “esconder” para relatar la clave de cada una de la etapas de Higinio en su vida como topo. También de sus anteriores trabajos rescatan lo onírico para estrechar el zulo, que con el paso del tiempo se vuelve una estancia más de la casa, y haciendo conversar a su protagonista con los fantasmas de su pasado.
147 minutos. Dos horas y media. Eso es lo que dura La trinchera infinita. Sí. De primeras provoca rechazo, pero Garaño, Goenaga y Arregi tejen una historia que se desarrolla de forma tan orgánica que hacen que ese minutaje se aligere y, aunque el viaje es largo, desde el inicio sea deseable.
Parte de culpa de que eso sea así también la tienen Antonio de la Torre y Belén Cuesta, espléndidos como Higinio y Rosa. Él porque ablanda el corazón y ella porque guía al espectador que los realizadores también encierran en el zulo. Un escondite que no se limita al agujero cavado detrás de una pared. Un refugio que se expande a toda la casa en la que viven los protagonistas y desde el que solo queda mirar por la ventana. Siempre desde dentro. Siendo nosotros e Higinio incapaces de quitarnos la etiqueta de "mirones" y nunca poniéndonos la de "mirados".
'Adults in the Room (Comportarse como adultos)': Nunca el Eurogrupo estuvo tan animado
El Festival, con motivo de la entrega del Premio Donostia al director Costa-Gavras, también ha proyectado Adults in the Room (Comportarse como adultos). La película adapta el libro Adults in the Room: My Battle with Europe’s Deep Establishment escrito por el exministro de finanzas griego Yanis Varoufakis. Unas memorias en las que este último relata su lucha por renegociar las relaciones entre Grecia, sumida en una profunda crisis monetaria, con el Eurogrupo.
Gavras, que también escribe el guion, usa más de dos horas para condensar los encuentros -o mejor dicho, desencuentros- entre Varoufakis y el resto de líderes europeos. El director convierte al expolítico en el gran héroe de la historia recibiendo cientos de puñetazos de los cabecillas de los diferentes países de la Unión Europea y de la Troika. Y todos estos últimos, tras la lente del realizador, adquieren la forma de villanos que machacan, una y otra vez, a Grecia, colocando al país en una situación sin salida.
El realizador griego demuestra en Adults in the Room (Comportarse como adultos) que sabe manejar los tiempos y convierte, a través de la sátira, situaciones que podrían ser aburridísimas -como las negociaciones con el Eurogrupo- en escenas llenas de ritmo y rápidas en las que la cámara no descansa.
El propio Gavras nos contaba, bromeando, que si la prensa dice que su película es “difícil” la gente no iba a ir a verla. Seamos claros, 124 minutos de pura política, sin descanso para el espectador más allá del alivio cómico, se hacen duros. Tras la primera hora, el filme empieza a pesar demasiado y, aunque engancha y reengancha, el respiro no llega hasta que sales de la sala. Pero la de Gavras no es una película difícil. Al contrario. El director franco-griego consigue una gran claridad relatando un tema complejo. Narrando la lucha de un Varoufakis que parece un Odiseo demasiado erudito en cantos de sirenas como para dejar Grecia a su suerte. Por supuesto, Gavras también deja patente desde el primer momento la subjetividad con la que cuenta la historia, retratando un escenario político en el que el exministro parecía el único digno de tener el puesto que tenía.
En Adults in the Room (Comportarse como adultos), Varoufakis lleva, desde el día que su partido fue elegido, su carta de dimisión siempre preparada como forma de retratar sus principios y honestidad. En el filme, el protagonista -interpretado por un gran Christos Loulis- tontea en varias ocasiones con sacar el sobre y renunciar. Y, al igual que él, puede que el espectador que se decante por ver el largometraje también se sienta tentado de abandonar en más de una ocasión la sala de cine. Normal. Pero es que lo nuevo de Gavras, como sus anteriores trabajos, no está destinado a entretener, pero sí a que cuando el filme termine, el espectador siga dándole vueltas al tema. Conmigo, al menos, lo ha conseguido.
Andrea Zamora