La carrera de Steven Soderbergh -director que lleva diciendo que se retira más de diez años- hace ya tiempo que entró en un piñón fijo de pura artesanía frugal (y algo caprichosa). Alejado de los faustos de Traffic (2000) y el díptico sobre el Che (2008), las películas de última hornada del cineasta norteamericano son títulos modestos, incluso humildes, donde su vocación natural para narrar y poner en escena (si no es lo mismo), es la plena razón de ser de la película. Normal que películas como La suerte de los Logan (2017), Detrás del candelabro (2013), Efectos secundarios (2013), High Flying Bird (2019), Indomable (2011)… me acaben encantando, porque lo que Soderbergh demuestra en todas ellas es puro oficio de cineasta. Y ya que la serie B dejó de existir hace décadas y el cine independiente hoy en día ya nadie sabe qué es, lo más cercano a ello que tenemos en Hollywood es al director de esta The Laundromat (Dinero sucio), que se presentó oficialmente en Venecia y ayer pudimos ver en San Sebastián.
La idea de la película es algo parecido a lo que Adam McKay realizó con La gran apuesta (2015): explicar en términos mundanos y en tono abiertamente cómico cómo funcionan las empresas ‘offshore’ y los paraísos fiscales, tomando como eje argumental el surgimiento a la luz de los famosos Papeles de Panamá. Para ello, y tirando de Bertold Brecht, nuestros protagonistas -Antonio Banderas y Gary Oldman, dueños de la empresa de los susodichos papeles- explican a cámara, con un ‘flow’ alucinante, el funcionamiento de las empresas pantalla y las claves de la evasión de impuestos, mientras toman daiquiris en una playa-decorado tan falsa como su propia empresa.
The Laundromat es rápida, divertida y didáctica, como una versión ultraligera de la película de McKay, y se compone de distintas historias que vienen a retratar la debilidad de la gente de a pie -Meryl Streep está tremenda en su doble papel-, la impunidad de los poderosos y lo endémico de la corrupción. Soderbergh, como un Henry Hathaway moderno, se adhiere a la perfección a las exigencias de su relato y las debilidades de la película dependen absolutamente de ello. Sin mayor ambición que la de entretener, The Laundromat lo consigue, aunque el chiste principal no aparece nunca en pantalla: ¿Netflix produciendo una película sobre la evasión de impuestos?
Alejandro G. Calvo
‘La odisea de los Giles’: Giles… ¡Reuníos!
"Bueno, ingenuo y un poco incauto". Esa es la definición de “gil” en Argentina. Palabra del título de lo nuevo de Ricardo Darín y su hijo Chino Darín: La Odisea de los Giles. Aunque en inglés, Heroic Losers (algo así como “Perdedores Heroícos”), va más en consonancia con la historia de la cinta del director Sebastián Borensztein que compite en la Sección oficial del Festival de San Sebastián.
La Odisea de los Giles se remonta a la época del corralito, cuando el ciudadano argentino no podía sacar del banco más de 250 pesos por semana. Justo el día que se anuncia la decisión, Perlassi, el personaje de Ricardo Darín y estrella del fútbol en el pasado, ingresa en el banco todo el dinero que él y su grupo de vecinos de un pueblo de Buenos Aires recaudan para fundar una cooperativa. Hartos de lo ocurrido, deciden idear un plan para para tomarse la justicia por su mano y recuperar lo que les han quitado.
Borensztein dirige una película divertida, entretenida, emotiva y con las intenciones muy claras. Y una de las formas que tiene de conseguir todo eso es con unos arquetipos bien elegidos. Especial mención al desternillante Medina de Carlos Belloso, un “tonto del pueblo” con tan poca dicción que recuerda al Mickey O’Neil de Brad Pitt en Snatch: Cerdos y diamantes (2000). El filme acierta con su final, conciso y sin más pretensiones que las de poner cierre a una historia simpática y muy efectiva. Además, la cinta también secunda, una vez más, esa ley no escrita de que si Ricardo Darín aparece en una película, esta no defrauda.
En resumen, La Odisea de los Giles es como un Vengadores (2012) de bajo presupuesto cuyo protagonista parece que en cualquier momento va a gritar, a lo argentino, la épica frase de Capitán América en Endgame (2019): “Giles… ¡Reuníos!”.
‘Hasta siempre, hijo mío’: Un viaje largo y desgarrador que merece (mucho) la pena
En Perlas vemos Hasta siempre, hijo mío del director Wang Xiaoshuai. La película cuenta la historia de un matrimonio chino desde la década de los años 80 hasta el presente y cómo se adaptan a los cambios sociales y económicos de su país.
El realizador inicia el filme, de tres horas de duración, con el gran punto de inflexión en la vida Liyun Wang y Yaojun Liu: La muerte de su hijo. Tras la introducción, Xiaoshuai lleva al espectador al día a día de los protagonistas, quienes han cambiado de trabajo, vivienda y han adoptado a un niño al que no consiguen educar como les gustaría. Es en una de las desapariciones de este último en las que el director aprovecha para comenzar relatar, a través de ‘flashbacks’, la vida antes y después del fallecimiento de su hijo: Cómo la política del hijo único les afectó, la evolución de las relaciones con sus amigos y los remordimientos de unos y la tristeza perenne de otros.
Xiaoshuai exige, y mucho, al espectador con su narración y le mete de forma tan intensa en la cotidianidad de Liyun y Yaojun que la pérdida va ganando en intensidad, pasando de la mera anécdota al más vigoroso golpe. El director consigue, de forma admirable, que de esos 185 minutos, solo unos pocos a mitad de la película caigan en el aburrimiento. Es entonces cuando, por un corto periodo de tiempo, la historia se vuelve reiterativa y parece que ya no hay nada más que contar. Pero Xiaoshuai reengancha con unos casi ancianos Liyun y Yaojun preparados para poner fin a aquello que no pudieron terminar casi 30 años atrás.
El filme pasó por el último Festival de Cine de Berlín y se llevó el Oso de Plata a Mejor interpretación masculina y otro a Mejor interpretación femenina. Y no es para menos. Yong Mei y Wang Jingchun, los actores que dan vida a la pareja protagonista, aguantan la cámara de Xiaoshuai, que no les quita ojo, con una franqueza y espontaneidad que obliga al espectador a vivir junto a ellos su infortunio. No nos queda otra. Pero es que ellos también hacen que nos apetezca recorrer su colosal historia. Hasta siempre, hijo mío es sobresaliente, extraordinaria y bella. Agárrate, porque el viaje es largo y desgarrador, pero vale la pena.
Andrea Zamora
‘The Audition’: hurgando en la cabeza de Nina Hoss
En este tercer día, en Sección Oficial, también hemos visto Das Vorspiel / The Audition, de la actriz y directora alemana Ina Weisse (Der Architekt, La sombra del pasado), con una (siempre) magnética Nina Hoss. La protagonista de Phoenix y Barbara hace suyo el papel de una profesora de violín que nada tiene que envidiarle al inflexible y vehemente instructor que interpretaba J.K. Simmons en Whiplash (2014) de Damien Chazelle.
Le perdonamos a Weisse que esta tormentosa audición sea a veces distante y oclusiva. En gran parte porque Hoss está magistral en la piel de Anna Bronsky, una meticulosa, perfeccionista y caprichosa maestra de música que, pese a la oposición de sus colegas, logra la admisión de un alumno, el tímido Alexander, en el que percibe un gran talento.
La musa de Christian Petzold, como una doncella de hierro, se muestra delicada e inofensiva en su exterior, como cuando busca suplicante la atención de su marido, un fabricante de violines francés (Simon Abkarian, Gett: El divorcio de Viviane Ansalem) del que se distancia más y más a medida que avanza el metraje. Pero todo es un engaño. Una fachada. Una contradicción. Y ahí radica la brillantez de la actuación de Hoss.
Bronsky, a su manera, también es un instrumento (humano) de tortura que lastima con sus ‘pinchos’ a todos aquellos que se acercan fascinados o atraídos por ella. Al esposo que ya hemos mencionado, a quien engaña teniendo una aventura porque ya no se muestra tan solícito como antes; a su colega músico Christian, a quien demanda como amante gestos grotescos de afecto; a su hijo Jonas, siempre en el punto de mira por no practicar suficiente y no cumplir con sus expectativas, y a Alexander, el pupilo, que representa su ambición no cumplida, en definitiva lo que era el Andrew de Miles Teller para el Fletcher de Simmons en Whiplash. Pero es que ella también es víctima de su temperamento y, creemos, de la relación con su ahora anciano padre. Nuestra misión consiste pues en descifrar qué ‘partitura’ está sonando dentro de su cabeza. Weisse incluso sitúa la cámara varias veces detrás de Hoss como diciéndonos: “Qué está pensando”. “Qué desea”. “¿Acaso se arrepiente?”. “¿Crees que le gustaría no ser así?”.
La escena con los interminables “Noes” y “Otra vez” de Anna a su discípulo -por algún motivo más estremecedora en versión original- es sencillamente soberbia, al igual que lo fueron la ya célebre del “Not my fucking tempo!” de Whiplash y el desenlace, más delicado y melancólico, de Phoenix. Aquí sólo escuchamos el “clac, clac” del metrónomo de fondo. Aislados de todo lo demás, Anna exigiendo hasta el límite y Alexander cometiendo un nuevo error que lo precipita al hartazgo. Pero Bronsky no ha terminado. Y tampoco sabemos cómo terminará The Audition ni quién será el damnificado. Magnífica.
‘Lhamo and Skalbe’: el mal karma impide nuestra boda
Sintiéndolo mucho, los 110 minutos de Lhamo and Skalbe, cuarta película como director y guionista del tibetano Sonthar Gyal, también en Oficial, se me han hecho pesadísimos. Psicológico y cachazudo, el filme nos presenta a los Lhamo y Skalbe del título, una pareja que descubre que no puede casarse porque él, Skalbe, ya tiene un matrimonio registrado. A partir de entonces, somos un viajero más en la cabina de su vehículo y también observadores de su periplo kafkiano para encontrar a su primera mujer, Tsoyag, ahora monja en un monasterio. Negativas de funcionarios, falsificación de certificados de defunción, el padre cascarrabias de Skalbe que se resiste a estar hospitalizado y que prefiere ‘curarse’ con oraciones, el sobrino de Lhamo que se escapa de la escuela…
Quizá Gyal trufa en exceso la historia de estos dos enamorados perseguidos por el mal karma. Debería haber sido mucho más simple. Aunque también hay aciertos, como el paralelismo que trenza entre los desafortunados personajes y La epopeya del rey Gesar, una ópera tibetana que ensaya a regañadientes Lhamo por el Amo Nuevo chino. Su papel en esta es el de Atak Lhamo, una mujer ‘pecadora’ cuyas bondades y maldades se miden en el purgatorio. La coincidencia, además, acaba revelando secretos sobre su pasado. La pegadiza melodía suena varias veces y Dekyd, la protagonista femenina, incluso ha interpretado el tema en rueda de prensa. Ahora mismo la estoy tarareando.
Lo que más pena da es que se nota que el director tiene ideas. Tsoyag nunca sale en pantalla, sólo su mano, y eso fortalece su condición de ‘fantasma’ que impide que se produzca el nuevo matrimonio. Pero el misterio que rodea el ayer de Lhamo y Skalbe los distancia hasta el punto de que casi no los vemos juntos en pantalla. Y ‘a posteriori’ perdemos interés porque se produzca un reencuentro. Paradójicamente, la fuerza negativa que los separa resta consistencia a sus viajes individuales, donde uno y otro, como si vivieran apartados en islas remotas, aplican soluciones desesperadas para extirpar la fatalidad de sus vidas. Tendríamos que haberlo imaginado cuando ni sus muebles entraban por la puerta de su nueva casa.
Santiago Gimeno