El plato fuerte del sexto día del certamen nos lo ha servido Paco Cabezas (Carne de neón, Mr. Right), que ha presentado en Gala RTVE, fuera de la Sección Oficial, Adiós. Con historia del propio Cabezas, de José Rodríguez (Diablero) y de Carmen Jiménez (Oasis) y con Mario Casas, Natalia de Molina, Ruth Díaz y Carlos Bardem en el reparto, el ‘thriller’ nos ha ganado por su sugestivo (aunque soterrado) análisis del pecado paterno, de la maldad y del duelo ante la pérdida de un ser querido. Lástima que el resultado final acabe flojeando por decisiones de guion un tanto anárquicas y confusas y, en general, por no aportar nada original al género -venganza, justicia, corruptelas, etc.
Sevilla. Estrella, la hija pequeña de Trini (Natalia de Molina) y Juan (Mario Casas), muere por accidente en el día de su primera comunión. La tragedia destapa un caso de corrupción policial y narcotráfico y el padre, perteneciente a una familia criminal caída en desgracia y recién salido de prisión, tiene la tentación de tomarse la justicia por su mano. Por otro lado, una inspectora reincorporada llamada Eli (Ruth Díaz) va descubriendo hechos sospechosos que despiertan recelos en un sector de sus colegas.
Los Santos. Los Fortuna. Los Taboa. Qué bueno hubiera sido que Cabezas hubiera dado más importancia a las tres familias que, en su última cinta, controlan o controlaban el comercio de drogas en el barrio sevillano de las 3.000 viviendas. Así hubiéramos visto un Justified -acuérdate de la segunda temporada con Mags Bennett- o un Juego de tronos -entiéndeme la referencia- a la andaluza con el fallecimiento de Estrella como desencadenante. Yo, por lo menos, me he quedado con ganas de saber más.
Casas y Bardem están correctísimos en sus papeles, pero quien más brilla en mi opinión es De Molina, formidable como una madre rota de dolor que aprende a perdonar los actos de su marido a medida que se revela el pastel. Y eso que no sale demasiado en pantalla. En el otro lado encontramos a Eli -que no a Díaz-, un personaje desprovisto de enjundia que queda lastrado en todo momento por su falta de matices. Se nos dice que no puede tener hijos e incluso se nos vuelve a recalcar en una escena para que ejerza de contraste con Juan (que ha perdido a una chiquilla) y el agente interpretado por Bardem (con un hijo en el Cuerpo). Pero su imposibilidad de concebir no tiene ningún peso real en la trama y más bien se trata de una anécdota sin progresión de ningún tipo.
El director declaraba durante el rodaje que estaba cansado de grabar cine de acción en EE.UU y en Adiós, además de esta, que la hay, también incorpora un ‘espíritu de barrio’ sacado de material grabado en zonas locales como el Polígono Sur y Los Pajaritos. El devenir y la conclusión se hacen previsibles -de ahí la falta de originalidad. Pero estamos hablando de Cabezas, así que se las ingenia para ir plantando aquí y allá suficientes detalles y elementos para que los comentemos luego una vez fuera de la sala.
Santiago Gimeno
‘La hija de un ladrón’: Huele a Concha de Plata
En Sección Oficial vemos La hija de un ladrón, la ópera prima de Belén Funes que cuenta en su reparto con Eduard -que hace doblete en el festival con Mientras dure la guerra- y Greta Fernández (Elisa y Marcela); padre e hija en la ficción y fuera de ella. La historia, coescrita por la realizadora y Marçal Cebrian, sigue a Sara, una joven de 22 años que pelea cada día por salir adelante junto a su hijo y su hermano pequeño, y que tendrá que enfrentarse al regreso de su padre, ausente tras años en la cárcel.
Una enorme Greta Fernández es quien soporta todo el peso del filme. Y lo hace con gran honestidad y destreza. Su Sara demuestra, a cada segundo, que lo que quiere es lo que nunca ha tenido: una familia. Por eso, pide la custodia de su hermano e intenta convivir con el padre de su hijo aunque este se muestre reticente. No sería extraño que a la actriz le cayese la Concha de Plata de este edición, aunque el premio también tiene nombre de Belén Cuesta por La trinchera infinita y de Andrée Lachapelle por Y llovieron pájaros.
Funes no gasta tiempo explicando aspectos de la vida de Sara o su padre, espera a que la historia ocurra y, dando valor al público, hace que sea este el que vaya llenando los huecos. Ahí reside uno de los puntos fuertes de la película. También ver a Greta y Eduard Fernández devorando la cámara con su química -vale, sí, lo tenían fácil- cuando aparecen juntos en pantalla. Pero, y pese a que la cinta es una buena ópera prima, le sobra tedio y le falta impacto. La historia llega a resultar demasiado pesada y no salir de la desgracia, salvo en pocas ocasiones, la hace demasiado monótona como para llegar a la emoción.
“¿Me voy a quedar sola?” es la última frase que escuchamos de boca de Sara antes del fundido a negro. Después de este trabajo, estamos seguros de que La hija de un ladrón no va a quedarse sola en la filmografía de Funes.
‘Una obra maestra’: Ensayo sobre la insatisfacción
En la lista de Premios Donostia de este año están los nombres de Penélope Cruz -que presenta La Red Avispa en el festival-, el director Costa-Gavras -de cuya película Adults in the Room (Comportarse como adultos) ya te hemos hablado- y Donald Sutherland. De este último, en Proyecciones Especiales, se ha mostrado su nuevo trabajo: Una obra maestra.
Dirigida por Giuseppe Capotondi (Suburra), la película, ambientada en Italia, tiene como protagonista a James Figueras, un crítico de arte en horas bajas que recibe un encargo de Cassidy, un coleccionista de arte y mecenas del artista Jerome Debney: robar la obra de su protegido. Hasta la finca en el Lago Como de Cassidy viaja Figueras junto a Berenice Hollis, una mujer a la que conoce desde hace solo unos días. El reparto de la película está encabezado por Claes Bang -el futuro Drácula de la serie que están preparando Mark Gatiss y Steven Moffat-, Elizabeth Debicki -la Ayesha de Guardianes de la Galaxia en el Universo Cinematográfico de Marvel-, Mick Jagger -sí, el cantante de los Rolling Stones- y, por supuesto, Donald Sutherland.
Una obra maestra es un ‘thriller’ con diálogos ocurrentes y un inicio magnético que establece la idea principal de la historia. En él, Bang da un discurso sobre el arte, el artista y los críticos que instaura las bases de lo que la película trama: jugar con nuestras expectativas. Pese a todas las bondades que ofrece la cinta, con un Sutherland que, con solo unos minutos en pantalla, se sobrepone al resto de actores; le falta metraje para profundizar más en la psicología de su protagonista y afianzar las sospechas que los acontecimientos van depositando en nosotros. Ni la adicción a las pastillas de James, ni las dudas sobre lo que Berenice le cuenta sobre su vida, ni su sentimiento de derrota al ser un artista frustrado calan demasiado como para que nos preguntemos seriamente -solo coqueteamos con esa posibilidad- que todo haya sido creado por su imaginación.
Cuando la cinta ha terminado, me he quedado con una de las sensaciones más feas que una película puede dejarte: insatisfacción. Algo así como el ‘(I Can't Get No) Satisfaction’ de los Stones. Justo cuando todo estaba yendo a la perfección para convertirse en una de las grandes sorpresas de esta edición del festival.
Andrea Zamora