A nadie se le escapa, a estas alturas, que El faro (The Lighthouse) de Robert Eggers -que inauguró Sitges en 2015 con su brutal ópera prima: La bruja- es el gran título de terror (psicológico) del año. Así que, sí o sí, debía pasar por Sitges (aunque también se vio en San Sebastián, en una convivencia inter-festivalera que yo veo de lo más sana). Aún falta mucho para su estreno (10 de Enero), lo que da cierta rabia, pero eso ha dado a este pasado domingo en Sitges un significado de evento de lo más bonito que llevamos de festival. De la película ya os hablé en Cannes, así que mejor lo podéis ver en este link y así aquí tenemos espacio para hablar de otras películas vistas en el festival.
Si no he contado mal Netflix ha colocado cinco películas en Sitges. Nada mal. Ya hablé el primer día de la apuesta que hace la plataforma por el cine de género, en especial ese situado en esa extraña serie B que otorgan las plataformas digitales: presupuestos medio-bajos, pocos actores, un relato centrado y directo, uso de fórmula eficiente y recurrencia de directores con experiencia en el campo. En este caso le ha tocado a Brad Anderson, un fijo de Sitges, que llegó a inaugurar con Transsiberian (2008), y dónde hemos podido ver casi todas las películas de su carrera: Session 9 (2001), El maquinista (2004), Vanishing on 7th Street (2010), etcétera. Anderson es un artesano del thriller psicológico, con vocación de autor de terror que nunca acaba de concretarse (y cuando se sale del género le salen películas tan endebles como El rehén (2018)). En Fractura, presentada fuera de la Competición Oficial, se narra la desesperada búsqueda de un hombre (esforzado Sam Worthington) por hallar a su mujer y a su hija, desaparecidas en un hospital tras sufrir un accidente la pequeña en una gasolinera de carretera. Todo el relato está vehiculado a través del punto de vista del padre protagonista y, ya desde el principio, la película va dejando señales -personas que aparecen en distintos puntos del relato dando vida a personajes diferentes, objetos que se repiten, acúfenos que irrumpen todo el fondo sonoro- de que algo no cuadra en el relato que se nos está poniendo en imágenes. Una sombra de una duda que es la clave para entender y aceptar la propuesta de Anderson: si nada es lo que parece, de quién hay que fiarse entonces. La imagen, por sí misma, es buscadamente tramposa, de tal forma que uno más que interrogarse sobre lo que ve, tiene que dejarse llevar hasta que ésta se esclarezca. Película pequeña, de tensión irregular y resultados medianos, aunque está muy en la línea de flotación del resto de la obra de Anderson, sigue sin tener nada destacable, especialmente, porque para cuando llegan las respuestas el espectador ya se las sabe todas.
Proyectada en Sesión Especial “Sitges Family” pudimos ver el último trabajo de Andrew Lau, el mismo que co-firmara una de las mejores películas de este Siglo: Juego sucio (2002) -sobre la que Martin Scorsese hizo un remake magistral oscarizado: Infiltrados (2006)- y que, claramente, en la vida va a repetir dicho éxito. Nada de lo realizado desde entonces -incluyendo las dos secuelas de Juego sucio- están ni remotamente a la altura de su thriller de policía y gángster infiltrados. Tampoco Kung Fu Monster, un wuxia en la era Wanli de la Dinastía Ming, donde un simpático monstruo digital estilo años 90 es tratado de cazar por un maligno director de la policía y acabará contando con la ayuda de un variopinto grupo de ladrones, guerreros, cobardes y ex policías en una comedia fantástica tremendamente meliflua. Si bien la película tiene golpes de humor que levantan el ánimo -en especial aquellos que recuerdan al humor de Akira Toriyama- en general ni la acción (algo básico en estas lindes) ni el drama, superan el interés básico de toda historia que se precie. Una anécdota de estas que se te olvidan en cuanto te la han contado.