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    Festival de Sitges. Día 5: El fantástico español muestra su mejor cara con 'El hoyo'

    El debut en el largometraje de Galder Gaztelu-Urrutia, 'El hoyo', es (por el momento) de lo mejor visto en la Sección Oficial competitiva. Además Gaspar Noé volvió a tirarnos luz estroboscópica hasta derretirnos las neuronas en 'Lux AEterna'.

    Último día en el festival de este cronista ya viejo, que dará paso a otro más joven y preparado: a partir de mañana todas las crónicas llevarán la firma de Tomás Andrés Guerrero, no se las pierdan, que son la caña. Así, la última película vista en competición ha sido una magnífica sorpresa: El hoyo, del realizador vasco Galder Gaztelu-Urrutia, una película con ecos a Cube (1997) de Vincenzo Natali y a Snowpiercer: Rompenieves (2013) de Bong John-hoo. Os cuento: la película transcurre toda en una especie de cárcel vertical, donde las celdas están todas apiladas una encima de otra -no se sabe el número de niveles del que está compuesta-, con un gran agujero en su centro por el que va bajando una plataforma llena de comida piso a piso. Como es obvio, los del nivel 1, tienen a su disposición un delicioso buffet preparado por un esperpéntico equipo de chefs que parecen sacados de una Guía Michelín; mientras que los de los niveles inferiores se tienen que contentar con las sobras que les dejan los de arriba. Y si estás muy abajo, es probable que sólo encuentres ya platos sucios y cubiertos usados.

    El protagonista de la película, Goreng (Iván Massagué), se apunta voluntariamente al Hoyo, según dice, para poder dejar de fumar y leerse el Quijote. Además de conseguir un título universitario que, por lo que parece, le abrirá las puertas a una buena vida; al estar en una sociedad distópica de nula referencia temporal, se supone que las cosas no andan tampoco muy bien fuera del Hoyo. La película, entonces, es una 'survival movie', donde el protagonista habrá de aprender a sobrevivir en los distintos niveles donde irá apareciendo, con distintos compañeros de celda, a cual más chiflado y emblemático. Como todo universo cerrado (cerradísimo) en sí mismo, este se vuelve un relato asifixiante donde la avaricia, el desprecio a los que son inferiores -una forma de nueva clase social erigida por el nivel donde te encuentres-, la brutalidad humana y el canibalismo como herramienta de supervivencia básica, se hacen presentes de forma tanto alegórica como real. Aunque el verdadero éxito de la película sea el ser capaz de aguantar a lo largo de todo su metraje una tensión férrea, sin flaquear en ningún momento, y sin volverse repetitiva pese a lo extremo de su corpus formal. Vaya, toda una alegría para el fantástico que ha levantado Sitges tras un fin de semana en plena miscelánea de títulos bamboleantes.

    Gaspar Noé es un fijo de Sitges. Aquí ha presentado todas sus películas: desde Solo contra todos (1998) a Clímax (2018), que se alzó con el máximo premio del certamen. El cineasta, presente en la proyección de su nueva obra, Lux AEterna -el referente citado (continuamente) es Carl Theodor Dreyer y su magistral Dies Irae (1943), aunque también hay espacio para citar a Dostoyevski, Godard y Fassbinder-, la ha definido como un homenaje al ego de los actores y al caos que representa la filmación de toda película. Mediometraje de cincuenta minutos, que ya se proyectó en el pasado Festival de Cannes (entonces se decía que la idea del cineasta era alargarlo más adelante; algo que hoy parece una incógnita). De largo Lux AEterna es la película más suave de Noé, un hombre tan habituado a situarse en los extremos que, en ocasiones, siendo el tremendo cineasta que es, ha resbalado permitiendo que lo grotesco se comiera su excelente capacidad para poner en escena el horror, el amor, el desasosiego, la adicción, el odio irracional y la paranoia de una sociedad emperrada en devorarse a sí misma. En ella, básicamente, asistimos al rodaje de una película dirigida por Béatrice Dalle y protagonizada por Charlotte Gainsbourg -las mitos del cine francés se interpretan a sí mismas con un desparpajo admirable-, donde todo parece ir de mal en peor, aunque en esta ocasión si que llegue la sangre al río. Retrato coral del mundo de la realización, éste se enseña como un pandemónium de egos intratables que viene a decir que, conseguir un solo plano decente, ya es una tarea tanto titánica como tiránica. Noé parte la película continuamente dividiendo la imagen en distintos relatos en paralelo -de nuevo, un maestro de la composición, el ritmo y el montaje- para así trazar distintos puntos de vista, probablemente, ambos igual de irrefrenables, en lo que al final es un homenaje claro a todos aquellos que entregan su vida al difícil arte de hacer películas. Muy grande.

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