Uno de los actores más asiduos al Festival de Cine Fantástico de Sitges es Elijah Wood. El intérprete ha pasado por aquí los últimos años con trabajos como Grand Piano o Maniac. El propio Wood acudió a presentar ambas y recibió el Premio Máquina del Tiempo por su aportación al género. Es por ello por lo que el público del certamen tenía ganas de hincarle el diente a Come to Daddy, su última película.
Come to Daddy supone el debut en la dirección del neozalendés Ant Simpson, que ha sido productor entre otras muchas de The Abc's of Death o Turbo Kid (ambas vistas en Sitges).
Wood cambia de registro y nos ofrece la interpretación de un 'hipster' con aires de grandeza, al que su padre -al que hace años que no ve- convoca por un motivo desconocido. Éste resulta ser un rudo patán que hará pasar unas primeras horas de gran incomodidad al joven urbanita, en un entorno prácticamente desconocido para él. Poco a poco la atmósfera comenzará a volverse cada vez más malsana -y divertida- hasta que el progenitor trate de cometer filicidio con un enorme cuchillo de cocina y sufra un ataque, por lo que muere. Será entonces cuando el chico tenga que pasar horas con el difunto e irá descubriendo muchos secretos en una trama donde nada es lo que parece.
Estamos ante una comedia de humor muy negro, que podríamos definir como una mezcla de Cinco horas con Mario y Este muerto está muy vivo. El filme alterna momentos muy divertidos con otros que no funcionan tanto, aún así su visionado no se hace tedioso y ha conseguido sacar más de una sonrisa al público de Sitges, pese a los chocantes cambios de tono, habituales -por otro lado- en este tipo de productos. El argumento además tiene más de un giro de guión que hacen que la trama no pierda un ápice de interés en ningún momento.
La comedia 'Corporate Animals' nos saca una pequeña sonrisa
Y seguimos con más comedia, porque toca hablar de la simpática Corporate Animals, una ácida crítica a las multinacionales y su emperramiento en que sus trabajadores hagan equipo por medio de los llamados 'team building'.
En el filme, Demi Moore encarna a una empresaria sin escrúpulos -ni mucho cerebro- que ha alcanzado la cima gracias a la venta de cubiertos desechables que son comestibles, evitando el uso de plásticos contaminantes. Durante un 'team building' organizado por un engreído monitor (al que da vida el cómico Ed Helms, popular por su papel en Resacón en Las Vegas), la ejecutiva decidirá que sus trabajadores entren en una cueva sólo aconsejada a los expertos. Cuando un terremoto los deje allí encerrados, comenzarán las rencillas entre ellos y saldrán a la luz todo tipo de miserias.
Estamos ante una comedia sin demasiadas aspiraciones: se ve a la legua que es un producto lanzado para un consumo rápido -y doméstico- que tampoco pretende pasar a la posteridad. Con muy mala leche se retrata a las estrategias de venta y equipo de las grandes multinacionales que aparentan dar una imagen de modernidad y que no hacen más que promulgar el capitalismo más voraz e inhumano.
Cada actor retrata con buenos resultados los perfiles de trabajadores que se ven en este tipo de empresa: el becario cumplidor, el trepa, la rara que no habla con nadie, el arisco… El director Patrick Brice, responsable de las dos entregas de Creep (las cuales se pueden ver en Netflix), no deja títere con cabeza, en una comedia que pretende ser más bestia que como finalmente resulta siendo.
Vamos con la cruz del día que ha supuesto el visionado de Adoration. Este cronista ha de reconocer que disfrutó a lo grande en 2014 con una obra de este director (el belga Fabrice du Welz): esa locura llamada Alleluia. El realizador la presentó tras debutar en el Festival de Sitges diez años antes con Calvario.
Si aquella Alleluia era un retrato de la enajenación romántica de algunas personas cargada de mala baba y humor negro (además de tener algunas escenas alegóricas absolutamente magistrales) aquí no hay ni un ápice de estos elementos que tanto disfruta el que aquí escribe.
Ya con el arranque de la película, en el que el niño protagonista salva a un pájaro de una muerte segura en un alambre, se nos muestra la pureza del mismo para después someterle a un sufrimiento constante en la pantalla de difícil digestión. Resulta que la madre del muchacho trabaja en una institución psiquiátrica en la que está internada una hermosa joven de cabellos rubios aquejada de una fuerte esquizofrenia, de la que se enamora sin remedio.
Ambos se escapan en una huída sin rumbo cargada de situaciones muy graves, en las que a diferencia de Alleluia, el humor negro brilla por su ausencia. Asesinatos, incendios y todo tipo de tropelías -mención aparte merece la escena de la masturbación entre los jóvenes junto a un árbol- cometidas por la joven que somete al muchacho a su locura y su voluntad en un descenso a los infiernos que ha hecho que, por ejemplo, el gran Carlos Pumares se preguntase a la salida: "¿pero qué demonios hace esto en la Sección Oficial?".
Ni rastro del fantástico en una producción que más bien parece pertenecer a la Sección Oficial de Festivales como Cannes o Venecia, pero que no tiene cabida en un Festival donde se proyectan cosas como Achoura o Noche de bodas.