Nicolas Cage siempre es bien recibido en Sitges. El actor, que el año pasado recibió aquí el Gran Premio Honorífico por toda su carrera durante la presentación de Mandy, es el protagonista de Color Out of Space. Su nuevo filme es una mezcla de terror y ciencia ficción que adapta libremente un relato del autor estadounidense H.P. Lovecraft. Si bien es cierto que, acuciado por las deudas, el actor se ha visto obligado a trabajar en mucho subproducto de género como Dejados atrás o El portal del más allá, en esta ocasión el resultado es bastante satisfactorio.
La obra de H.P. Lovecraft se ha intentado llevar al cine en numerosas ocasiones con éxito más o menos irregular. Si bien es cierto que la saga Re-Animator es gratamente recordada por los fans del género, ahí tenemos fiascos como Dagon o La Herencia Valdemar (ambas, curiosamente, producciones españolas). Es por ello, por lo que uno se enfrenta con cierto temor a esta nueva adaptación cinematográfica de un relato del autor de Providence. Si a este temor le añadimos que su director, Richard Stanley, no se pone tras las cámaras en una producción de ficción de desde los años noventa, la sensación aumenta. Stanley, que dirigió en 1990 el filme de ciencia ficción Hardware: Programado para matar, se había centrado en los últimos años en labores de escritura: suyos son los libretos de producciones españolas como Los abandonados o Imago Mortis, y también del 'remake' de La isla del doctor Moureau. Pero parece que nos equivocabamos.
Color Out of Space comienza presentándonos la tranquila vida de una familia en una granja en mitad del bosque, en lo que el padre (Cage) denomina "una vida soñada". Tras descubrir que la madre sufría cáncer, decidieron trasladarse a ese remoto lugar para tener el reposo que la gran ciudad no les ofrecía y para que la madre descanse tras sufrir un cáncer de mama. Su apacible vida se verá trastornada, cuando un meteorito de extraña procedencia caiga cerca de su hogar. Comenzarán los sucesos extraños: un hedor lo cubrirá todo, el agua se contaminará, un extraño color inundará el bosque, el padre comenzará a estar cada día más agresivo y los animales harán gala de un extraño comportamiento.
Cage está desatado una vez más -sin llegar a los niveles de Mandy o de Mamá y papá- en la piel del enajenado padre, que protagoniza algunas escenas que pondrán los pelos de punta a más de un espectador, ya que el filme es bastante potente en cuanto a gore y escenas sangrientas se refiere. Hay que advertir que es un filme no apto para almas y estómagos sensibles.
La película es todo un 'revival ochentero' con homenajes a La Cosa de John Carpenter, Poltergeist de Tobe Hopper o también a otros productos de 'serie B' como X-Ttro. Se agradece además que el equipo de FX no abuse del CGI y se impongan más los llamados efectos visuales "tradicionales" que dan, si cabe, un mayor aspecto 'retro' a la producción. La trama no pierde ritmo tampoco en ningún momento y tiene un desasosegante tramo final. Filme muy recomendable para los fans de género, del bueno de Nic y de la obra de H.P. Lovecraft.
'Swallow' irritante drama 'indie' de sobremesa
Hay películas que al verlas uno se pregunta qué demonios hacen en la Sección Oficial de un Festival de Cine Fantástico y es el caso de Swallow, segundo largometraje del cineasta Carlo Mirabella-Davis.
Swallow nos narra la historia de una apocada ama de casa, que para escapar de su tediosa vida junto a un marido perfecto y unos suegros millonarios decide hacer algo fuera de la común: comerse una canica. Cuando la defeque -sí, estás leyendo bien- la conservará a modo de tesoro sobre el tocador de su habitación. Su trastorno poco a poco se irá agravando e irá ingiriendo todo tipo de objetos: desde chinchetas hasta pilas. Cuando su marido lo descubra, no sólo no pondrá las cosas más fáciles, sino que llevarán a la protagonista a agravar su comportamiento.
Estamos ante un argumento digno de un filme de sobremesa de Antena 3, que mezcla traumas infantiles con el trato a la mujer en alta sociedad estadounidense. Y es que, pese a que algunos dijeron de ella en las redes sociales que era "una obra de gran belleza", su mensaje es de primero de feminismo, y con todo lo que hemos conseguido avanzar en igualdad se nos antoja como una tomadura de pelo a estas alturas. Es encomiable que el director le dedique el largometraje a su abuela -que al parecer pasó por una situación similar- pero su trabajo no pasa de ser un panfleto parroquial.
No abandonamos la sala de cine antes de tiempo, por otro lado, gracias a la labor interpretativa de la protagonista: una Haley Bennett en estado de gracia, que pone todo su empeño en sacar la cinta adelante. Todavía no acabamos de encajar el fantástico en ningún momento de un filme que hace aguas por todas partes, y que probablemente fuese mejor recibido en Sundance que aquí en Sitges.