Con Solo nos queda bailar, el director sueco de origen georgiano Levan Akin ha hecho historia. Porque Solo nos queda bailar, que nos habla de la historia de amor entre un joven adolescente, bailarín en la compañía de danzas tradicionales de Georgia, y su compañero y rival, ha visibilizado la realidad LGTBIQ+ en Georgia, un país ultraconservador. Pero, además, lo ha hecho con una sensibilidad cinematográfica muy particular, retratando con mucho detalle los bailes típicos del folkclore nacional en tanto que elemento de la trama, poniendo en escena el conflicto entre tradición y modernidad, y en tanto que instrumento por el cual se vehicula el proceso de emancipación de su protagonista.
Filmada en Tibilisi (Georgia), Solo nos queda bailar tuvo un proceso de producción muy complicado, dadas las constantes amenazas de sabotaje por parte de los grupos ultraderechistas. Finalmente, se estrenó a nivel mundial en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes de 2019, y enseguida se convirtió en una de las favoritas de esa edición. Tras ser reconocida en la Seminci de Valladolid –premio para su protagonista Levan Gelbakhiani– y en Sevilla –Premio del público–, y con motivo de su participación en el pasado certamen vallisoletano, entrevistamos a sus jóvenes protagonistas, Levan Gelbakhiani y Ana Javakishvili, ambos bailarines profesionales que debutan en este emocionante trabajo. Solo nos queda bailar está ya disponible en alquiler en las plataformas Filmin, Movistar+, Vodafone y Huawei.
Venís del mundo del baile profesional y 'Solo nos queda bailar' es vuestro debut en el cine.
Levan Gelbakhiani– Ya nos conocíamos de antes porque íbamos a la misma escuela, la escuela de ballet clásico de Georgia. Aunque ella es un año mayor que yo.
Ana Javakishvili– Sí, nos conocemos desde que tenemos 14 años. Hemos estudiado juntos, hemos aprendido baile juntos, y nos hemos apoyado mucho estos años. Ha sido bastante fácil trabajar juntos en la película, de hecho.
Levan Gelbakhiani– Hemos bailado juntos como en cinco o seis ocasiones y sabemos cómo trabajamos y nos gusta. En este sentido, fue fácil. Y eso era importante, porque todo el proyecto fue en realidad muy complicado. Tuvimos que superar muchos problemas y fue desafiante.
¿Conocías los bailes georgianos tradicionales que interpretáis en 'Solo nos queda bailar'?
LG– No en profundidad. Cuando eres pequeño, tienes una primera toma de contacto. Forma parte de la cultura y te lo enseñan en la escuela, con 5 o 6 años.
AJ– Yo tenía unos 14 años cuando entré en la compañía para aprender ballet clásico, y tampoco conocía muy bien las danzas tradicionales. Tuvimos que ensayar mucho y en poco tiempo, durante unos dos meses. Fue exigente, pero como nos gustaba no supuso ningún problema.
LG– Yo soy bailarín de danza contemporánea; un tipo de baile cuyos movimientos son, digamos, más femeninos. Nada que ver con el estilo georgiano, con unas convenciones muy masculinas y que se tiene que bailar de una manera muy concreta. Ensayamos mucho.
¿Cuáles son las diferencias entre bailar e interpretar a un personaje bailando?
LG– Cuando bailas, solo tienes tu cuerpo para expresar lo que quieres decir y eso, por supuesto, es mucho más agotador físicamente porque has de ser capaz de mostrar exactamente lo que sientes sin poder decir nada. Como actor, trabajas más con tu cara y con diálogos y puedes decir mucho con un primer plano, por ejemplo.
¿Cuánto hay de improvisación o de vosotros mismos en las coreografías?
LG– Levan nos dio algo de espacio para incorporar cosas nuestras en nuestros personajes. Por ejemplo, mi gran escena de baile al final está medio improvisada. Obviamente, hay un trabajo de coreografía detrás, y la coreógrafa nos ayudó a crear esta gran escena, a pensar en los movimientos de los brazos y del resto del cuerpo. Esa escena nos costó mucho, porque la rodamos el último día y no teníamos mucho tiempo para que saliera la toma buena y ya llevábamos horas de rodaje.
¿Cómo os enfrentasteis a la producción de una película así, amenazada de constantes sabotajes por parte de la ultraderecha?
LG– Con paciencia. El calendario de producción era secreto: no sabíamos exactamente qué íbamos a rodar al día siguiente, ni dónde ni con qué equipo, porque las amenazas de boicot o sabotaje eran continuas. En mi caso personal, también fue un reto. Cuando me contactaron a través del mail de Instagram y me ofrecieron el papel, dije que no cinco veces. Por miedo, claro, porque la homosexualidad es tabú en Georgia y el odio hacia las personas LGTBIQ+ en la sociedad georgiana es muy fuerte. Para mí no era sencillo, porque yo iba a dar la cara, por así decirlo, y se me iba a relacionar con este tema en tanto que protagonista de la película. Luego, cuando comencé a pensar en el proyecto, pensé para mí mismo, ¿cómo puedo hacer esto y cómo puedo desarrollarme? También lo discutí con mis amigos y mi familia, quienes me apoyaron mucho. Sin embargo, lo más importante fue el tema, debido al odio. Daba miedo, porque hay mucho fanático violento, pero al mismo tiempo me hizo querer hacerlo.
La sociedad en Georgia es muy estricta. Pero, por otra parte, las nuevas generaciones, que hemos crecido con Internet y somos más europeos, tenemos otra manera de ver las cosas porque somos conscientes de lo que está sucediendo fuera de las fronteras nacionales y de las normas y valores que existen. Hay una clara brecha generacional.
¿Qué impacto creéis que puede tener en Georgia y fuera de ese país una película como 'Solo nos queda bailar'?
LG– Solo nos queda bailar es una película importante para la sociedad georgiana y para la comunidad georgiana, porque puede abrir muchas puertas para las personas LGBTQ + en Georgia. Y también en otras partes del mundo. Desde que se supo que el proyecto estaba en marcha, he recibido muchos mensajes en las redes sociales de personas que me dicen que el filme es una inspiración y que se ven reflejados en mi personaje, Mareb; así como de otros que dicen que les ha ayudado a sentirse más libres y seguros con ellos mismos y con sus deseos. Al mismo tiempo, está el sector conservador de la sociedad, generaciones ligadas a una nostalgia de la Unión Soviética y ligadas a la Iglesia. También los grupos de ultraderecha. Pero al mismo tiempo hay una generación más joven de mente abierta. Al final, el futuro está en sus manos.
AJ– La sociedad en Georgia es muy estricta. Pero, por otra parte, las nuevas generaciones, que hemos crecido con Internet y somos más europeos, tenemos otra manera de ver las cosas porque somos conscientes de lo que está sucediendo fuera de las fronteras nacionales y de las normas y valores que existen. Hay una clara brecha generacional.
LG– Hace un par de semanas mostramos la película en un pase muy reducido en Georgia y las reacciones fueron muy positivas. Sentimos que habíamos ganado una pequeña batalla. Pero aún muchas, claro. La películas es importante no solo para la comunidad Queer en Georgia, sino para todos los ciudadanos. Es importante que se normalice la homosexualidad, que se vea que no es una enfermedad. Suena fuerte, pero en mi país y en muchos otros lugares se considera así.
¿Qué tipo de reacciones habéis tenido y esperáis tener en Georgia, donde la película aún no se ha estrenado? [NOTA: 'Solo nos queda bailar' se estrenó en Georgia el 8 de noviembre de 2019, semanas después de haber realizado esta entrevista]
LG– Hemos tenido mucho apoyo por parte de la comunidad LGTBIQ+, organizaciones, amigos, familia… Nos ha emocionado mucho ver lo importante que es también para ellos la película. Y nos ha hecho sentir mucho menos solos con el proyecto. Sé que a partir de ahora me van a apoyar en mis decisiones y en cualquier situación.
AJ– Es como si fuéramos una especie de familia. La película y lo que tratamos de hacer en beneficio de nuestro país, nos ha unido mucho. En algún momento, las cosas cambiarán, por supuesto, pero no creo que sea de un día para el otro. De todos modos, si logramos que al menos diez personas se replanteen sus puntos de vista, ya es un logro. Porque les ha afectado, y eso puede ayudar a un progresivo cambio.
‘Solo nos queda bailar’ es una historia sobre la libertad de amar y la libertad de bailar. Sobre la libertad personal, en pocas palabras.
LG– Totalmente. Cuando Merab se enamora de Irakli, de repente se le abren muchas puertas emocionales y entiende que tiene que asumir sus deseos. Es decir, ha de aceptarse, gustarse y expresarse como es.
AJ– También es una película sobre el amor y no solo el amor romántico. La manera en que Mareb y Mary se quieren y se apoyan… Son personajes que cambian de una manera muy profunda y que tienen que asumir esos cambios con dolor. Y a pesar de ello, se enfrentan juntos al mundo.
LG– Creo que la película de Levan tiene tantas capas. Es como si hubiera muchas películas en una sola.