El primer día de la 68ª edición del Festival de San Sebastián no solo ha arrancado con cine, también con series. En Sección Oficial, dentro de Proyecciones especiales, vemos los dos primeros episodios de Patria, la ficción que estrenará HBO a partir del 27 de septiembre en España y que adapta la novela homónima de Fernando Aramburu. La historia no supondrá nada nuevo para aquellos que leyeron la novela que publicó el escritor vasco en 2016 y que allá por 2018 ya había vendido un millón de ejemplares. Para los que todavía no se han dejado seducir por el libro, Patria es la historia de Bittori (Elena Irureta) y de Miren (Ane Gabarain), dos amigas cuyos destinos se separaron tras el asesinato del Txato (José Ramón Soroiz), el marido de la primera, a manos de ETA. Cuando la narración comienza nos sitúa en octubre de 2011, época en la que la banda terrorista anunció el cese definitivo de su actividad armada. O como le cuenta a la tumba de su esposo Bittori: “ETA ha decidido dejar de matar”. Es entonces cuando la protagonista toma la decisión de volver a su pueblo, aquel en el que vivió tantos años junto al Txato y sus dos hijos, en el que la sangre de su marido impregnó las calles y en el que espera conseguir la respuesta a la pregunta que la lleva afligiendo desde hace años: ¿quién acabó con la vida de su marido?
Al igual que hizo Aramburu en su novela, el creador de la ficción Aitor Gabilondo -el mismo detrás de series como Madres y Vivir sin permiso- despieza la historia llevando al espectador hacia atrás y hacia adelante, narrando cómo eran las vidas de todos los personajes antes del suceso que lo cambió todo y después de lo ocurrido. Acentuando así las relaciones previas entre todos ellos y las posteriores tras el asesinato. Demostrando la fuerte amistad entre Miren y Bittori y entre sus respectivos maridos Joxian (Mikel Laskurain) y el Txato y el odio subsiguiente entre ellas. Patria es la historia de las familias víctimas de ETA y de las que vieron a sus hijos, pertenecientes a la banda terrorista, entre rejas. Este último es el caso de Miren, cuyo vástago Joxe Mari (Jon Olivares), perteneciente al grupo Eusaki Ta Askatasuna, está en la cárcel. Bittori -o ‘La Loca’, como la apoda Miren- quiere saber: ¿Fue Joxe Mari el que disparó a su marido? ¿Fue el hijo de la que era su mejor amiga quien acabó con su vida?
Patria también muestra las vidas del resto de los hijos de las protagonistas. Los de Bittori: Nerea (Susana Abaitua) y Xabier (Iñigo Arambarri). Él, médico y apegado a la salud de su madre. Ella, con la necesidad de olvidar la muerte de su padre y empezar una nueva vida. Los de Miren: Gorka (Eneko Sagardoy) y Arantxa (Loreto Mauleón). Esta última condenada a una silla de ruedas por un ictus.
Gabilondo consigue trasladar a imágenes el desgarrador relato de Aramburu con una maestría que hará las delicias de aquellos que leyeron el libro. También de los que no lo han hecho. Su destreza para contar esta historia y la forma de mostrar la cotidianidad de sus personajes engancha y hace que te entregues absolutamente a ella a medida que se van reviviendo el antes y el después. Pero la grandeza de Patria no solo reside en la forma de contar esta historia en forma de serie. También en su titánico reparto. Elena Irureta personifica a la perfección a Bittori: sus conversaciones con su marido ya ausente y su actitud de “ya no tengo nada que perder a estas alturas de la vida”. Ane Gabarain, por su parte, está a la altura de su compañera de reparto dando vida a una Miren llena de inquina y chismorreos. Mención especial a José Ramón Soroiz, quien se mete en la piel del Txato. Si la secuencia de su muerte y el grito de Bittori al descubrirlo en la calle, tirado en el suelo y cubierto de sangre mientras llueve a cántaros ya es desgarradora; la actuación de Soroiz hace que ese momento vaya ajustándose en el espectador y gane en grado de desolación y tristeza. Te destroza y te rompe por completo.
Patria, conformada por ocho episodios, es, en definitiva, una de las series españolas de año. Una de esas ficciones que no hay que dejar escapar.
Andrea Zamora
‘Rifkin’s Festival’: Una carta de amor (descafeinada) de Woody Allen a sus maestros
En esta extraña 68ª edición del Festival de San Sebastián, y digo extraña por el impacto de la pandemia del coronavirus (COVID-19), le ha tocado inaugurar, fuera de concurso, al cineasta Woody Allen. Y ha sido con Rifkin’s Festival, su último trabajo, que en un principio habría producido y financiado Amazon Studios y que llegará a los cines el 2 de octubre con el apoyo de Mediapro. ¿Pero qué nos ha parecido lo más reciente del director de Manhattan y Annie Hall?
Rifkin’s Festival es la película número 49 escrita y dirigida por Woody Allen, que ha aprovechado la ocasión para rendir homenaje a sus maestros, a sus directores favoritos, a la vez que escribe una carta amor a la ciudad de San Sebastián, donde se ha rodado. La historia, con un cascarrabias e intelectual Wallace Shawn (La princesa prometida, Días de radio) de protagonista, posiblemente lo mejor del filme, narra el viaje de un matrimonio estadounidense al Donostia Zinemaldia y las peripecias que vive allí el marido. Shawn se mete en la piel de Mort Rifkin, de ahí el nombre del largo, que sigue a su esposa hasta España porque sospecha, con fundamento, que se la está pegando o quiere pegársela con un director francés, interpretado por Louis Garrel (Soñadores, Mujercitas). Gina Gershon (Showgirls, Killer Joe) hace de Sue, la mujer de Mort, y la española Elena Anaya (La piel que habito, Wonder Woman) da vida a Jo, la médico que despierta las ganas de vivir del trasunto de Allen, en un viaje onírico, cinematográfico y existencial.
En secuencias en blanco y negro, el neoyorquino evidencia su amor y su nostalgia por títulos como Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles, Al final de la escapada (1960) de Jean-Luc Godard, Jules y Jim (1962) de François Truffaut, El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel, Fellini 8½ (1963) de Federico Fellini y El séptimo sello (1957) y Persona (1966) del sueco Ingmar Bergman, entre otras -atentos a Christoph Waltz (Malditos bastardos, Django desencadenado) ataviado como La Muerte de la penúltima. Son, todas ellas, referencias evidentes y hasta recurrentes en su obra. El problema radica en que Mort Rifkin, antiguo profesor de cine y apasionado del séptimo arte europeo, repite una y otra vez que las buenas películas son aquellas que hablan de grandes ideas; de los temas más trascendentales: el amor, el desamor, el sentido de la vida… Y por supuesto que hay destellos en Rifkin’s Festival del director de Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas, La rosa púrpura de El Cairo y Maridos y mujeres; hay leves y diminutos centelleos, de sarcasmo o de ácida crítica, que nos recuerdan al Allen más grande del pasado. Pero, lamentablemente, como sucede con el propio Mort y el éxtasis de su vida pretérita como académico, sólo sirven para que las sombras se nos antojen más oscuras e inexplicables.
Quien busque hallar al mejor Woody Allen, no lo encontrará en esta producción. Lo mismo que en las también recientes Día de lluvia en Nueva York, Café Society, Irrational Man, Magia a la luz de la luna o A Roma con amor. Pero eso no quita que también pueda disfrutarse pese a su tono descafeinado general. Al fin y al cabo, el también guionista, que mantiene un ritmo creador endiablado a sus 84 años, continúa dignificando la comedia romántica año tras año. Cada vez con más modorra que firmeza. Cada vez con más esparcimiento que ingenio. Pero siempre hay algo que merece la pena en su filmografía y aquí es una San Sebastián que nada tiene que envidiar a Nueva York, París o Roma. Un rincón desde el que soñar buen cine y donde recuperar el amor y la inspiración. Un venerable intento que incluso el severo Mort Rifkin valoraría.
Santiago Gimeno
'Akelarre': Una Sherezade contra la falocracia
También en Sección Oficial vemos Akelarre, lo nuevo de Pablo Agüero, director que ya compitió en 2015 por la Concha de Oro con Eva no duerme. En esta ocasión, el realizador argentino -que también firma el guion del largometraje- ambienta su nuevo proyecto a comienzos del siglo XVII en el País Vasco. Hasta allí se traslada el juez Rostegui, a quien ha enviado el rey para purificar la región y quemar en la hoguera a las acusadas de brujería. Ana, una joven de la zona, es arrestada junto a un grupo de amigas hijas de marineros. Ella, a quien interpreta una portentosa Amaia Aberasturi -no sería ninguna sorpresa que la nominen al Goya a Mejor actriz-, traza un plan: ganar tiempo hasta que sea luna llena, momento en el que sus padres regresan gracias a la favorable marea.
Ana entonces afirma ser una bruja e inventa historias sobre los embrujos y sus encuentros con Lucifer. También lo que hacen durante el Sabbat, las reuniones en las que se practican rituales. La joven protagonista se convierte así en una suerte de Sherezade embelesando con su cuento de brujas a un curioso y lascivo Rostegui con la esperanza de que los marineros lleguen a tiempo. También cabe destacar la interpretación de Álex Brendemühl, que da vida a este villano representativo de la opresión hacia las mujeres de forma sobresaliente. Akelarre tiene en el personaje de Rostegui una parte de verdad. El papel de Brendemühl está basado en Pierre de Lancre, un juez que vivía en Burdeos y que persiguió la brujería en el País Vasco francés. Para ello llegó a crear una serie de teorías pseudocientíficas.
Agüero no solo sorprende con la historia de Akelarre, también con sus imágenes. Hay momentos, con el pelo y las ropas de las mujeres moviéndose por el viento, en los que parece que estamos ante un cuadro de Rubens o de Botticelli. Hay otros en los que la oscuridad lo puebla todo y las escenas se nos presentan como obras de Caravaggio o Rembrandt. También recuerda al cuadro Sol ardiente de junio de Frederic Leighton cuando Ana, dormida en su celda, brilla entre el claroscuro enfundada en un vestido amarillo.
“No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, dice en un momento de la película Rostegui. Esa frase se pone de manifiesto en el final de Akelarre, cuando Ana y sus compañeras de celda teatralizan un Sabbat con una danza imposible que no solo hipnotiza al propio Rostegui, también al espectador. Ana ha conseguido lo que se proponía. No solo con su rival, también con la audiencia.
Andrea Zamora