Y llegó el día en el que nuestro corazón hizo ‘boom’ porque, dentro de las Proyecciones RTVE, fuera de competición, los asistentes al Festival de San Sebastián hemos podido ver la española Explota explota. Se trata de la comedia del debutante en el largo Nacho Álvarez (CCCP, Renuncio, Re da ¿Da o No da?), con canciones de la italiana Raffaella Carrà y con Ingrid García-Jonsson (Hermosa juventud, Ana de día) de protagonista. Hasta su estreno en cines el próximo 2 de octubre, ¿nos ha parecido una auténtica ‘Fiesta’ o nos ha hecho gritar ‘¡Qué dolor!’?
Con una idea original del propio Álvarez y un libreto de este junto a Eduardo Navarro y David Esteban Cubero (Rotos y Descosidos), la fresca comedia musical nos transporta hasta la España de principios de los años 70. Ingrid García-Jonsson interpreta a María, una joven que deja plantado en Roma a su novio Massimiliano (Giuseppe Maggio, Carolina se enamora) y que vuela a Madrid con el sueño de ser bailarina. Pronto conoce allí a la empleada de aeropuerto Amparo (Verónica Echegui, Orígenes secretos) y juntas sueñan con que la primera forme parte del grupo de danza de Las noches de Rosa, el programa más exitoso de entonces en TVE.
Si te criaste escuchando y viendo en televisión a La Carrà, disfrutarás como un enano al escuchar versiones de temas suyos como ‘Rumore’, ‘0303456’, ‘Adiós amigo’ o ‘Hay que venir al sur’, todas tan pegadizas como las originales. El reparto no defrauda, especialmente García-Jonsson como la soñadora y adelantada a su tiempo María y Echegui como la salerosa y sentimental Amparo. También destacan Fernando Tejero (Aquí no hay quien viva) como Chimo, director de Las noches de Rosa; Pedro Casablanc (Ofrenda a la tormenta) como Celedonio, el irreductible y riguroso censor, y Natalia Millán (El Ministerio del Tiempo) como la propia Rosa.
Aunque Explota explota aguanta muy bien la bandera de la inocencia y de lo naíf en su espíritu y en su puesta en escena, e incluso se aprovecha de ello para electrizar al público, se echa de menos que Álvarez exprima más las posibilidades musicales que le brindan las letras de Raffaella. Los números van de más a menos en el transcurso del metraje y algunos de ellos son difíciles de recordar ‘a posteriori’ por su escaso tiempo en pantalla. Tanto el relato como sus situaciones dramáticas y humorísticas son un tanto previsibles, aunque el vestuario de Cristina Rodríguez (Anacleto: Agente secreto) y las coreografías de Toni Espinosa (Billy Elliot, Grease) conseguirán que lo pases por alto. Mención aparte merece el elemento que mejor hace funcionar al filme, dentro de que estamos hablando de una comedia: la denuncia de la estupidez de todo tipo de censura y la crítica del trato vejatorio y denigrante que padecía la mujer de aquella época y que tristemente aún no ha desaparecido. La sesión ‘sing-along’ con karaoke debería hacerse sí o sí.
‘Courtroom 3H’: Tema necesario de confusa ejecución
Después de Aquí y allá (2012) y La vida y nada más (2017), el español Antonio Méndez Esparza compite en la Sección Oficial con el documental Courtroom 3H. Inspirado en unas palabras del escritor y activista estadounidense James Baldwin -“Si uno realmente desea saber cómo se administra la justicia en un país se acerca al desprotegido y escucha su testimonio”-, el largo se divide en dos secciones bien diferenciadas, ‘Vistas orales’ y ‘Juicios’, y aborda procesos celebrados en el condado de León, en Florida (EE.UU), en los que los integrantes de varias familias han resultado acusados de supuesto abuso, abandono o negligencia con menores.
Aunque me gustaría, porque el tema es necesario y porque se intuye el esfuerzo y el compromiso de Méndez Esparza, no puedo decir que su Courtroom 3H me haya convencido. Sus cámaras han grabado en el Tribunal de Familia Unificado de Tallahassee y, de forma totalmente objetiva y sin un fin aleccionador, exponen la laboriosa tarea de este juzgado, consistente en reunificar a las familias lo más rápido posible o, en su defecto y si no lo ven seguro, solicitar la privación de la patria potestad y favorecer la adopción por parte de aquellos que acogen a los pequeños.
El montaje, orientado a que sea el espectador el que se forme sus propias conclusiones, se vuelve deslavazado y rara vez atiende a la humanidad de sus protagonistas. El juez Jonathan Sjostrom hace varias veces alusión a que “no se puede hacer más” o al “acto de valentía y responsabilidad” de algunos declarantes. Pero, en mi opinión, el resultado final es excesivamente frío y confuso y eso dificulta enormemente conectar y empatizar con las personas que visitan la sala judicial como acusados o con los letrados y letradas que defienden a una y otra parte. Quizá no fuera el enfoque que buscaba el cineasta, lo entiendo, pero hubiera preferido una presentación más coherente, una exposición más reducida de casos que le diera más sentido a la pieza y unos testimonios con los juristas como valioso complemento a lo que ocurre en las audiencias.
Santiago Gimeno
‘Supernova’: Llorar en un cine nunca fue tan complicado
No sé si Supernova terminará llevándose la Concha de Oro a Mejor película del festival. Tampoco si Colin Firth (El discurso del rey) y Stanley Tucci (El diablo viste de Prada) presumirán de Concha de Plata por sus actuaciones en la película que presenta en Sección Oficial el director Harry Macqueen (Hinterland). La entrega de premios del Festival de San Sebastián suele ser un día con algún que otro giro inesperado, pero si lo mencionado antes ocurre y Supernova se alza con estos galardones, no supondría ninguna sorpresa.
La película del realizador británico sigue a Sam (Firth) y Tusker (Tucci), una pareja que se embarca en un viaje lleno de recuerdos. Tusker es escritor y ha sido diagnosticado de demencia prematura. Por eso, llegado el otoño y antes de que sea demasiado tarde, él y Sam han decidido montarse en su caravana y recorrer lugares claves en su historia: una acampada en el lago en el que se dijeron el primer “te quiero”, una visita a viejos amigos y familiares… Todo ello antes de que Sam, pianista de profesión, ofrezca su primer concierto en años.
Supernova es un canto al amor maduro realizado con gran sensibilidad y elegancia. Una película en la que las actuaciones de Firth y Tucci, acogedoras y cálidas, se convierten en la gran virtud de la historia. Cada palabra, cada gesto, cada ademán, cada abrazo, cada caricia y cada beso exponen tal verdad y autenticidad que es imposible despegarse de ellos. Pero Supernova también es un pretexto para hablar de lo importante que son los recuerdos y de cómo queremos ser recordados, de las decisiones que se toman en momentos complicados y, sobre todo, de aprender a dejar ir a aquellos que queremos. El largometraje pone de manifiesto que, lo difícil para el que sufre la enfermedad, no es saber que un día ya no reconocerá el rostro de la persona amada, también vivir en esa barrera entre el olvido y la memoria, el seguir siendo consciente de que, poco a poco, lo experimentado se va borrando sin poder evitarlo. Por supuesto, el filme de Macqueen también recae en lo que sienten aquellos que conviven con personas que sufren demencia: ¿cómo me preparo para lo que está por llegar? ¿Seré capaz de soportar ver en los ojos del otro la incapacidad para reconocerme? Como dice Tusker a Sam en un momento a solas en su caravana: “Mírate, ahí sentado y sosteniendo tú solo todo el peso del mundo”.
El título de la película está relacionado con Tusker, quien ama mirar a las estrellas con su telescopio, pero también con cómo se enfrenta al fin de sus días. El personaje de Tucci sabe que le queda poco, que está experimentando los últimos coleteos de su vida porque… ¿cómo vivimos sin recordar? Al igual que una supernova, la explosión más brillante y poderosa de una estrella cuando muere, Tusker utiliza este camino hacia su desenlace para resplandecer con los que le rodean, para vivir al máximo cada segundo con sus amigos, familiares y pareja y para relucir en el momento más oscuro de su existencia.
Macqueen no solo utiliza el drama para plasmar la intimidad entre la pareja protagonista, también la espolvorea con momentos cómicos para demostrar lo que es el amor, el afecto, el cariño, la admiración y la amistad más verdaderos. Su delicado relato hace que sea imposible retener las lágrimas. Si algo nos ha enseñado Supernova, además de lo en forma que siguen Firth y Tucci, es que llorar en un cine actual, con una mascarilla puesta, es una tarea complicada.
‘Beginning’: Un retrato del sufrimiento plomizo y soporífero
Terminamos la jornada viendo Beginning, otra de las películas de la Sección Oficial del festival. El filme supone el debut de un largometraje para Dea Kulumbegashvili y el resultado es un filme pesado e incómodo por el que me sigo preguntando cómo he aguantado las dos horas que dura sin levantarme y marcharme de la sala.
La historia está ambientada en un pueblo de provincias y sigue a Yana (Ia Sukhitashvili, In Her Image), la mujer del pastor de una comunidad de Testigos de Jehová. Durante una de sus sesiones, son atacados por un grupo extremista. Y ese es solo el inicio del tormento al que se ve arrastrada la protagonista.
Kulumbegashvili utiliza solo planos fijos para contar este retrato sobre el sufrimiento. El inicio del filme, con toda la comunidad reunida y tranquilamente escuchando la historia de Abraham y el sacrificio de su hijo Isaac, se rompe súbitamente con el lanzamiento de una serie de cócteles molotov. Es una escena que impresiona y llama la atención. Pero después todo se vuelve plomizo y soporífero con planos eternos que despiertan bostezos: de la protagonista tumbada en el suelo, caminando por su casa a oscuras, escuchando las historias de su madre, conduciendo, descansando en su salón... Todo eso pesa tanto que el filme se vuelve cargante y latoso.
Si lo que la directora Beginning buscaba con ese estilo de plano era provocar incomodidad, lo ha conseguido. Sobre todo cuando lo hace para mostrar durante unos minutos -que se convierten en eternos- la violación que sufre Yana. Un momento desagradable, crudo y descarnado que traerá polémica. Eso seguro.
Andrea Zamora