Todavía nos quedan unos días en el Festival de San Sebastián y, dentro de la sección Proyecciones RTVE de esta 68ª edición, hemos visto en nuestra última jornada Sentimental de Cesc Gay. La nueva película del catalán, también director de Truman y Una pistola en cada mano, es en realidad la adaptación cinematográfica de su propia obra para las tablas Los vecinos de arriba. Por eso exuda teatro de principio a fin en un partido de tenis dialéctico entre sus cuatro actores, unos excelentes Javier Cámara (El olvido que seremos), Griselda Siciliani (Me casé con un boludo), Belén Cuesta (La trinchera infinita) y Alberto San Juan (El rey).
A algunos espectadores les puede costar entrar en el cine de Cesc Gay. A veces, sus guiones oscilan entre la irrealidad -por lo hiperbólico de sus situaciones- y la sinceridad brutal; entre lo extraño y chocante y lo tangible y cotidiano. Ese es su don. En este caso, la trama se centra en Julio (Javier Cámara) y Ana (Griselda Siciliani), una pareja que lleva más de 15 años junta y que hace tiempo que perdió el pegamento que los unía. El sexo y el cariño se han esfumado por completo en sus interacciones, que ahora se limitan a discusiones triviales -y sutilmente encarnizadas- sobre dónde debe fumar él sus cigarrillos, sobre cómo y en qué gasta ella su dinero y sobre qué tipo de relación han de tener con sus vecinos. Por tanto, el suyo es un toma y daca desesperado que fluctúa entre el control, la tensión, el rencor y el perdón.
Julio, que recurre al sarcasmo para no hablar de temas serios ni enfrentarse a sus fracasos, prefiere no entablar contacto con sus vecinos del piso de arriba. Pero Ana, visiblemente infeliz, decide invitar a Salva (Alberto San Juan) y Laura (Belén Cuesta) a un pequeño piscolabis. En este ‘match’ de dobles se suceden conversaciones sobre orgasmos y sus decibelios, intercambios de parejas, orgías, sexo anal… Pero no te confundas. Todo es una excusa para perorar sobre intimidad y la falta de ella; sobre deseos reprimidos y olvidados; sobre dudas y miedos no verbalizados. Lo opuesto del amor no es el odio. Es la indiferencia. Pero Cámara y Siciliani consiguen hacer corpóreo ese paso previo al desinterés sin retorno. Ese ‘ennui’ avinagrado por el que no le pasamos ni una a la persona que una vez amamos. Hay celos, sí. Pero amor…
Sentimental sólo pone cuatro intérpretes en pantalla y distribuye sus escenas entre un pasillo y unas cuantas habitaciones. Pero es más que suficiente. Los anfitriones representan una caja de Pandora a punto de volar por los aires y los invitados vienen a ser la catarsis y la tentación que lo revuelven -o lo ordenan- todo. Cuesta demuestra que lo mismo le da hacer comedia que drama. Siempre roza la perfección, aquí como una psicóloga que dice demasiado o espeta lo que necesita ser dicho. Mientras tanto, el dionisiaco Salva de San Juan me ha hecho pensar en una versión anabolizada de su Rafa en El otro lado de la cama (2002) de Emilio Martínez Lázaro. Lo mismo te ofrece éxtasis que preservativos y su paseíllo para repartir infusiones es uno de los mejores momentos del filme. Con la que está cayendo, una película de diálogos bien escrita que comunica emociones y que te hace reír es todo un regalo. El estreno, apúntalo, el 30 de octubre.
Santiago Gimeno
‘Nosotros nunca moriremos’: Un drama sobre la muerte totalmente prescindible
En Sección Oficial vemos Nosotros nunca moriremos, la película del director argentino Eduardo Crespo (Tan cerca como pueda) que compite en la 68ª edición del festival por la Concha de Oro. La historia narra el viaje de Rodrigo (Rodrigo Santana) y su madre (Romina Escobar, Pequeña Victoria) al pueblo en el que acaba de morir el hermano del protagonista. A medida que van realizando los diferentes trámites para el entierro del joven, Rodrigo y su progenitora van descubriendo de boca de las amistades y conocidos del fallecido cómo eran sus días lejos de ellos. Historias del recuerdo con las que intentarán revelar los misterios de su muerte.
Si con In the Dusk de Šarūnas Bartas nos salimos del cine antes de que la proyección terminase y con Beginning de Dea Kulumbegashvili nos replantemos por qué no hicimos exactamente lo mismo, Nosotros nunca moriremos nos ha provocado este último dilema. La película es un retrato sobre la muerte del hijo y el hermano totalmente prescindible. Crespo dirige un largometraje tan banal y fatuo que es imposible empatizar con los personajes. Delante de nuestros ojos se van mostrando una serie de escenas tan carentes de emoción y espíritu que es imposible sentir algo por el drama que propone el director.
Crespo intenta que el viaje de Rodrigo y su madre no se adhiera únicamente a lo melancólico, por lo que introduce momentos cómicos que no llegan a funcionar. Donde se supone que deberían escucharse risas por parte del público solo hay indiferencia. Poco interesa la pena de esa madre que acaba de perder a un hijo. Tampoco el duelo al que se enfrenta el hermano del fallecido. Si Crespo ha intentando contar una historia del paso de la niñez a la madurez, no lo ha conseguido.
Algo positivo sobre Nosotros nunca moriremos es que solo dura 83 minutos. Una suerte cuando te toca encadenar proyecciones de películas por las que te preguntas por el valor del tiempo.
'Wuhai': Una desventura a la que no le iría mal una pizca de locura
También en Sección Oficial vemos Wuhai, el nuevo largometraje del director chino Zhou Ziyang (Old Beast). Después de las películas a las que nos enfrentado en el certamen, en las que el buen ritmo brilla por su ausencia, ha sido agradable encontrar un filme con un compás animado y, en ocasiones, hasta un poco divertido.
Wuhai sigue a Yang Hua (Huang Xuan, Perfect Partner), un hombre al que la avaricia ha llevado a caer en las deudas y en los sobornos. Su mujer es Miao Wei (Yang Zishan, A Murderous Affair in Horizon Tower), una profesora de yoga de padres adinerados. Esta última acaba de enterarse de que está embarazada, pero la noticia llega cuando su matrimonio no se encuentra en el mejor momento. Tras una fuerte discusión, el protagonista se marcha de casa, coge el coche y empieza a encadenar desgracias -algunas quizá merecidas- una tras otra: una pelea con un hombre por no arrancar su coche, los matones que le persiguen por la deduda que tiene, su escurridizo socio que no le devuelve su parte del dinero, pintadas en su casa, una chica que amenaza con suicidarse por su culpa...
Lo mejor de Wuhai es cuando Yang Hua explota y prende fuego al negocio de su socio. El protagonista se parte de risa tras conseguir vengarse. Precisamente de fragmentos como ese, y una pizca más de locura ante las situaciones de tensión, es de lo que podria haberse inundado la película para convertirse en un relato mucho más atractivo. En definitiva, en un filme con más imán en el que, no obstante, hay algunas propuestas estéticas interesantes.
Andrea Zamora