Contra viento y pandemia (la frase más tristemente manida este año). Así luchó Venecia, así luchó San Sebastián, así arranca ahora Sitges. En el peor panorama industrial (cinematográfico) visto nunca por este cronista, es tremendamente meritorio el trabajo que han hecho los festivales cinematográficos para poder salir adelante. Porque el cine debe seguir adelante. Porque sin cine, ni hay cultura, ni hay vida, ni hay nada de nada. Así que, tomadas las medidas de seguridad pertinentes -de entrada: reducción al 70% del aforo de las salas, compaginar una programación donde conviven lo presencial y el online, medidas de higiene por todas partes, etc.-, ahora toca saber disfrutar de un festival donde el caos festivo es algo intrínseco al mismo. Ojalá todo vaya de maravilla. Sitges se lo merece, los fans de Sitges se lo merecen y la propia industria cultural, tan dañada, de este país también se lo merece. Bienvenidos al Festival de Sitges de la resistencia.
La película que ha abierto las puertas del certamen es la producción española Malnazidos. Una comedia de terror zombie dirigida a dos manos por Javier Ruiz Caldera -Promoción fantasma (2012), Tres bodas de más (2013)- y Alberto de Toro, montador habitual de Caldera, en lo que sería su debut tras la cámara. Sobre el papel, el dislate estaba servido: los muertos vivientes toman cuerpo en la Guerra Civil Española buscando cruzar al Berlanga de La vaquilla (1985) con la divertidísima saga noruega Zombis nazis (2009).
Nada que objetar y mucho que disfrutar, que esto es Sitges y hemos venido a adentrarnos en el terror que habita en la ficción para olvidarnos del terror de la vida real. Y en el caso de una película que lleva por título una errata buscada hacer chanza del nazismo, mejor que mejor. Pero, curiosamente, esa es de las pocas chanzas que se permite el largometraje: dejar claro que los de los experimientos zombie-mengele son los alemanes, mientras que no existe mucha diferencia en lo personal entre los bandos franquistas y republicanos. Es más: aquí los zombis, serán republicanos; y los héroes, un equipo A que mezcla soldados de los dos bandos enfrentados -hay hasta una monja franquista reconvertida en heroína romántica-, no establece diferencias entre derechas e izquierdas, probablemente, buscando una equidistancia que busque sembrar paz en tiempos (actuales) donde la brecha parece más amplia que nunca. Así que haciendo bueno aquello de que todos somos iguales y de que en la guerra uno era del bando de donde pillaba el pueblo la contienda -falacia moral que deberemos aceptar para poder disfrutar de la película-, el problema subsiguiente de la cinta es, sorprendentemente, el escasos humor del que hace gala ahogado por pinceladas dramáticas inconcebibles en un título que empujaba a reírse de todo y de todos. Es decir, que en vez de seguir las líneas cómicas tronchantes referentes del género híbrido como Zombies party (2004), One Cut of the Dead (2017) o Zombie Camp (2015), Malnazidos decide insuflar gravedad y épica dramática en una salsa de imposible cuajado que acaba por llevar al estupor antes que al terror o a la risa. Una lástima, porque en sus mejores momentos parecía que estábamos en la versión 'spoof' de Raza (1942).
'Last Words': un mundo distópico, al borde del apocalipsis total
Cambio de tercio. Nos vamos a la película que inauguraba la sección Noves Visions: Last Words (2020) de Jonathan Nossiter. Uno de los títulos que recibieron el sello del Festival de Cannes como seleccionados en el certamen que no llegó a realizarse, y viene firmado por el cineasta autor de ese documento imprescindible para los amantes de la enología llamado Mondovino (2004). Protagonizada por Nick Nolte, Stellan Skarsgard y el joven Kalipha Touray, la película plantea un mundo distópico, al borde del apocalipsis total, donde uno de los últimos supervivientes en la tierra recibe un hálito de felicidad al reencontrarse con el celuloide perdido de antiguas películas de la Cinemateca de Bolonia -Buster Keaton, Totò, The Monty Python y un largo etcétera de imágenes maravillosas-.
Pasando por alto el hecho de que se escuche el sonido de dichas cintas en un mundo donde no existe ningún tipo de electricidad -o te lo crees o te pones a llorar-, lo cierto es que pese a su carácter denotadamente 'arty', Last Words demuestra que el mundo aún no ha superado Cinema Paradiso (1988) ni, probablemente, lo superará nunca. Las "últimas palabras" a las que se refiere el título del filme responden a la voluntad del protagonista, el último hombre de la cámara del mundo, de retratar las tristes, terroríficas y agobiantes historias dramáticas de los personajes que pueblan (en extinción) la cinta. Una vez vistas y (milagrosamente) escuchadas: no parecía la mejor de las ideas.