Con Patria (2020) aún en activo en HBO y la magnífica Antidisturbios (2020) a punto de llegar a Movistar+, faltaba por ver la última gran serie española de 2020: 30 monedas, de Alex de la Iglesia que, tras su paso (únicamente el episodio piloto, igual que aquí) por el festival de Venecia, ha llegado hoy a Sitges para el jolgorio desenfrenado del público y de (gran parte de) la crítica. La serie, que será emitida por HBO, muestra en su primer episodio (70 minutos) un buen puñado de rasgos que ya nos hace firmar con sangre el visionado al completo de la misma, cuando se estrene el próximo noviembre. En ella el realizador vasco regresa a los entuertos demoníacos que le hicieron célebre en la icónica El día de la bestia (1995), cambiando la gran urbe por el pueblo, y situando en su epicentro a un cura/exorcista/Street fighter, al que da vida un tremendo Eduard Fernández, a la caza del mal en su versión más aterradora. Porque 30 monedas, con sus ecos al fantaterror ibérico de los años 70, su cuerpo narrativo cercano al 'thriller' caza-monstruos y su indudable humor negro -que, de entrada, aparezca un bebé en el cuerpo de una vaca, hasta nos recordaría a esa sublime chifladura de Bruno Dumont llamada El pequeño Quinquin (2014)-, no cede terreno ante un cúmulo de secuencias que abocan al espectador al terror más puro. Cruzando, como muy pocos cineastas saben hacer, la imagen hiperbólica con el horror costumbrista, casi doméstico (como también haría, en distinto contexto, en La comunidad (2000)). Y es que, claro, no tengo ni idea de cómo seguirá la serie, pero desde luego todo (o, bueno, casi todo, que habrá que ver cómo avance el personaje al que da vida Miguel Ángel Silvestre) lo visto en este primer capítulo le funciona a la perfección: desde los títulos de crédito, que parecen orquestados por Zack Snyder y que recrean la traición de Judas Iscariote a Jesucristo por las treinta monedas que dan título a la serie, al retrato de los estratos sociales existente en la España rural, y con sus pertinentes estallidos de horror vacui bañado en risas a mandíbula batiente, que tan reconocibles son en el grueso de su obra. En definitiva: nos ha dejado con ganas de más. Y eso no es algo que hayamos dicho mucho este maldito año pandémico.
'Saint Maud': lo mejor del Festival, hasta la fecha
Vamos ahora con la mejor película vista en Sitges (por el momento): Saint Maud (2019), el debut en el largometraje de la joven realizadora británica Rose Glass. Con ecos al Polanski de Repulsión (1965) o, incluso, a esa 'cult horror movie' llamada Let’s Scare Jessica To Death (1971) de John D. Hancock, Saint Maud es un relato en primera persona de una joven enfermera de fuertes creencias religiosas y una mente bastante inestable. De ahí que el relato mostrado en pantalla siempre plantee la duda de su propia veracidad: ¿es lo que vemos realmente lo que está pasando? ¿Estamos viviendo una epifanía o, por el contrario, una pesadilla fruto de una mente esquizoide? Película oscura, sinuosa, fuertemente melodramática -la protagonista se dedica a cuidar a enfermos terminales-, férreamente interpretada por una maravillosa (y desconocida) Morfydd Clark, mórbida en lo sexual y ciertamente extrema en sus momentos más sangrientos, es además inusitadamente sobria, constante y afilada. Un equilibrio, que ya la viene de guión pero que cristaliza en unas imágenes de gran dureza y belleza, que siempre parece estar a punto de romperse por la vía amarga, y que sin embargo logra fructificar como una de las muestras de terror serio más puro de este año. Poca broma con Saint Maud, que puede tener el mejor plano final de todo el cine del 2020.