Para algunos, Gabino Diego es el Cuco de Torrente 2. Para otros, Gustavete de ¡Ay, Carmela! Para todos, uno de los grandes actores del cine español que, en los últimos años, ha dejado de aparecer en cartelera. Durante los 90 fue un rostro recurrente en los estrenos de nuestro país y cosechaba grandes éxitos, pero su carrera ha girado hacia el teatro, donde ha encontrado su verdadera pasión y dice sentirse muy a gusto. Esta noche en La 2 puedes disfrutar de El viaje a ninguna parte, película de Fernando Fernán Gómez que emite Historia de nuestro cine a las 22h donde Diego interpreta a Carlos.
Da la sensación de que Gabino Diego es una de esas personas que siempre saluda, es amable con los demás y podrías decir que es feliz en muchos aspectos de su vida. La actuación le ha permitido ser un trotamundos que se conoce cada rincón de España, pero esta afición por los viajes le viene de largo.
Su familia, de raíces cántabras y asturianas, emigró a Cuba buscando una vida mejor pero el castrismo les dejó sin propiedades y tuvieron que regresar. Gabino nació en Madrid en 1966, hijo de Ana María, nacida en La Habana, y Gabino, de Camaguey, pero mantuvo la nacionalidad cubana durante varios años y la cultura del Caribe está muy presente en su vida. Gran parte de la música que escucha es de allí y su madre siempre les daba frijoles negros y plátano frito para comer.
El actor se siente de muchas partes al mismo tiempo. "Uno es de donde nace, pero a mí me gusta sentirme sueco cuando estoy en Suecia. Viajo bastante a Cataluña, porque mi hija vive en Barcelona, y me he sentido también de allí. Como decía Gerald Durrell, las ciudades son la gente que conoces, la gente que te quiere en esa ciudad. Puedo estar en la ciudad más fea del mundo y parecerme maravillosa si estoy a gusto", explica en una entrevista con Viajar.
Heredó ese carácter viajero y a los 19 años se mudó a Australia para reflexionar sobre si debía abandonar la actuación o no. Acababa de estrenar Las bicicletas son para el verano y alguna mala crítica acerca de su trabajo le machacó, por lo que se fue a la otra punta del mundo. "Viví en casa de un exiliado español, un comunista asturiano que había organizado manifestaciones contra Franco allí en Australia. Hice turismo y cuando se me acabó el dinero me llamaron para hacer El viaje a ninguna parte. Estuve en Sídney, en Adelaida y en Alice Springs. Me tiré varios días metido en un autobús, recorrí el desierto australiano y también visité Ayers Rock", cuenta el actor.
Anteriormente había vivido unos años en Londres gracias al trabajo de su padre y reconoce que, a bordo de su Seat 1500, recorrieron toda Europa en mitad de la década de los 70. No sabemos si Gabino Diego fue hippie o no, pero pasó una temporada en Ibiza, hizo algún viaje en autoestop, descubrió a los músicos callejeros y se ganó algún dinero actuando en la calle.
Su carrera
Gabino Diego debutó en el cine con Las bicicletas son para el verano y, a pesar de sus dudas sobre si continuar en el mundo de la interpretación, ha aparecido en algunas de las películas más importantes de nuestro cine, haciendo especial hincapié en las comedias. Muchos le recuerdan por ¡Ay, Carmela!, cinta que le llevó al éxito, pero también ha trabajado en Amanece, que no es poco, Belle Epoque o Los peores años de nuestra vida. En 1986 trabajó junto a José Sacristán, Laura del Sol y Juan Diego en El viaje a ninguna parte, dirigida por Fernando Fernán Gómez, cinta por la que regresó a España tras su experiencia australiana.
¿Qué ha sido de él en los últimos años? El actor ha encontrado su sitio sobre los escenarios. Desde que era un niño, Gabino Diego ha sido feliz haciendo reír a los demás e interpretando pequeñas obras de teatro y monólogos. El apagón, Nuestra mujeres, El intercambio o Los mojigatos son algunas de sus últimas obras de teatro.
En una entrevista con Metrópoli, confesó que no echaba de menos el cine: "La verdad es que no [lo echo de menos]. Mientras estaba rodando apenas tenía tiempo de hacer teatro y a mí lo que me gusta de este trabajo es la posibilidad de viajar, de andar de gira. Cuando rodé El viaje a ninguna parte y venían al set algunos de esos grandes actores que te decían: 'Yo hago mis dos sesiones y me voy, que mañana tengo bolo no sé dónde', la verdad es que me moría de envidia".