La última vez que el cineasta norteamericano Wes Anderson estuvo por Cannes fue en 2012, cuando inauguró el festival con una de sus mejores películas: Moonrise Kingdom (2012). Regresa ahora, no sin polémica: se ha negado a dar rueda de prensa, con The French Dispatch o como se va a llamar en España. La crónica francesa. Cineasta fiel a su autoría hasta las últimas consecuencias, ha hecho algo bastante extremo en esta última cinta: ceder todo a la forma, que sea Wes Anderson al cubo, con todos sus signos estéticos bien presentes -a saber: simetrías por doquier, planos repletos de objetos y personajes, travellings laterales delineando los espacios, colores pastel (mezclados esta vez con el blanco y negro), reparto multiestelar de actores fetiche (aunque algunos aparezcan solo unos minutos), voz en off multipresente, etcétera-, en lo que podría ser una versión extrema de sí mismo. De hecho, ya no existe diferencia entre el Wes Anderson director de cintas animadas y el director de acción real; es exactamente lo mismo. Los planos son tan ricos en el detalle más nimio como obsesivos en su composición escénica, hasta el punto de que la película más que una narración cinematográfica es un seguido de viñetas -muy a lo Chris Ware, igual que el póster de la película- o tableaux vivant, que juegan con el congelado dinámico, buscando epatar por la vía plástica y sacar una sonrisa por la vía empática.
La crónica francesa se abre con un plano mimético al de Mí tío (1958) de Jacques Tati (en el que Tati subía en plano fijo a lo más alto de un edificio y le íbamos viendo a través de las ventanas), dejando claro de entrada que ésta también es su particular película homenaje al cine francés. En ella se cuenta la última edición de The French Dispatch, un periódico a la vieja usanza, cuyos artículos por secciones irán acompañados de los consecuentes relatos mostrados en la película. Así que esta es una película cuenta-cuentos, de historias independientes que arrancan y acaban desde la redacción del periódico que dirige un hombre cándido con el rostro de Bill Murray; y, para ser justos, creo que lo que se cuenta en ella a Wes Anderson le interesa bastante menos de el cómo se cuenta. Es decir, los relatos en sí, carecen de la emoción y la profundidad de otras obras del cineasta como Los Tenenbaums (2001), Life Aquatic (2004) o la ya citada Moonrise Kingdom; y por el contrario, la forma de la película es, al mismo tiempo, la más extrema y depurada que haya tenido nunca. De hecho, la película es casi godardiana: todo imagen y voz en off, llevando al límite los rasgos de su obra por la vía de la multiplicación de los mismos. Todo ello hace de La crónica francesa una película inabarcable -no es una metáfora: es que es imposible seguir el ritmo de las imágenes-, excesiva, a punto de morir por momentos por sobredosis autoral. Más cómic que nunca, Anderson busca deslumbrar desde la imagen, lográndolo sin problemas desde el primer al último plano. Es mucho más de lo mismo, es cierto, pero si estás en el equipo de Wes, lo vas a disfrutar como un menú degustación de ochenta platos.
No ha podido venir a Cannes el cineasta Kirill Serebrennikov al estar retenido en su país por las autoridades rusas. El director, que sorprendió en 2018 con su musical-rock Leto (2018), no ha podido así presentar su nueva película, Petrov’s Flu, un entre crudo y surrealista retrato de la Rusia pandémica. En ella vemos, sin que diferenciemos que es real y que es fantasía, un cúmulo de imágenes exageradas y caóticas a modo de virus intestinal imparable. Todo es furia, todo es miseria, todo es caos, todo es violencia, todo es sumamente desagradable. Hay mucha carga metafórica pero es tal el gazpacho audiovisual que uno no sabía diferenciar dónde terminaba el chiste y dónde empezaba el drama. Si le hubiera salido mínimamente bien podríamos estar hablando de las juergas tragicómicas del primer (y gran) Emir Kusturica o, incluso, de los aquelarres fílmicos de un Darren Aronofsky bien entonado. Pero la verdad es que Petrov’s Flu carga demasiado desde el primer minuto -esa es su intención- y acaba haciéndose ciertamente intragable. Yo, al menos, he salido con dolor de cabeza de la sala.
Cerramos con una ópera prima, la del cineasta chino Wen Shipei y su post-noir abigarrado Are you lonesome tonight? -el título provisional de la cinta era Tropical Melodies, lo que hizo saltar mi Apichatpong Alarm-, que se ha proyectado fuera de concurso. La armazón argumental de la película gira alrededor de un hit & death & run. Un ladrón de poca monta atropella sin querer a un hombre en mitad de la noche y se da a la fuga. Corroído por los remordimientos decide acercarse a la viuda de este, quién le acabará diciendo que el cadáver de su marido tenía dos balas metidas en el cuerpo. La investigación del joven (pocas luces que compensa con indolente temeridad) le acabará llevando por un doble camino: el de adentrarse en una red criminal con sicario inclemente de por medio y el de la amistad materno-filial con la viuda desatendida. Es decir, que a nivel argumental estamos en terrenos básicos del film noir años 30 y 40, pero la puesta en escena del cineasta debutante tira por caminos mucho más manieristas, llenando la película de tonos cromáticos ocres, jugando con la temporalidad narrativa de la misma (es un juego continuo de cortos flash-backs y flash-forwards), que luce mucho pero aporta bastante poco. El juego barroco, que parece apuntar a las primeras obras de Wong Kar-wai, hace que Are You Lonesome Tonight? tarde bastante en arrancar: su primera media hora se ensimisma sin mucha razón de ser. Cuando el juego criminal aparece, lo hace denotadamente deslucido o, directamente, en elipsis, lo que amplifica la jugada arty del asunto, consiguiendo algún momento lúcido -muy divertido el momento de la compra de la armas- pero en general acaba siendo una película desdibujada, con más intención que resultados. (Estamos en ese momento del festival en el que uno ya no puede fiarse mucho de sus percepciones; igual gana en un segundo visionado, imagino, en el Festival de Sitges).