"Pues ya va siendo hora de que te vayas preocupando de nuestra historia", le dice enfadada Janis (Penélope Cruz) a Ana (Milena Smit) en un momento clave de Madres paralelas; a lo que ésta responde "A mí lo único que me importa es estar contigo" (hablo de memoria, disculpad si el diálogo no es todo lo literal que debería). Y en ese cruce de reproches, mitad azote de Pedro Almodóvar a la gente joven, exhortándola a no olvidar nuestro pasado dictatorial, nuestra guerra asesina, nuestras zanjas convertidas en fosas comunes repletas de cadáveres no tan anónimos como muchos querrían; mitad declaración de amor a corazón abierto en canal, buscando centrarse en lo concreto e inmediato, aferrándose a un dolor tan presente que opaca cualquier herida antigua, es donde se encuentra la prueba de paternidad/maternidad de la última película de Pedro Almodóvar que hoy ha inaugurado la edición número 78 de La Mostra Internazionale D’Arte Cinematografica – La Biennale Di Venezia o, dicho más fácil, el Festival de Venecia.
Y es que Madres paralelas son dos películas en una con sus consecuentes (e inteligentes) rimas internas. Por un lado, un relato sobre la maternidad doliente, de madres solteras con embarazados no deseados o previstos, con una madre ilusionada y otra abnegada, que verán como sus vidas se cruzarán en el azaroso drama de una vida donde la muerte parece envolverlo todo como una niebla fantasma. Por otro lado, Almodóvar se mete de lleno en la zanja de la memoria histórica -el personaje de Cruz quiere desenterrar a su bisabuelo fusilado por los falangistas- para recordarnos que en nuestros pueblos, campos y cunetas aún hay huesos enterrados víctimas del oprobio franquista. El diálogo que se establece entre ambos relatos es fluctuante y, como digo, sitúa la herida, incluso la muerte, en primer plano. El pasado y el futuro, nuestros ancestros y nuestros descendientes, acaban por definir lo que somos y, si no hacemos nada por aprehenderlo, lo que seremos, normal que el sopapo que da Almodóvar al letargo de quién se arropa con el nacionalismo ultra llegue con fuerza y llene con dignidad una película que resulta más poderosa en su mensaje que en su desarrollo.
Las madres imperfectas de Almodóvar -dice el cineasta que en este momento de su vida, a punto de cumplir 72 años, le interesa más la imperfección maternal- están interpretadas por dos actrices prácticamente perfectas. Por supuesto Penélope Cruz, más y más Sophia Loren cuanto más y más trabaja con Pedro, pero especialmente Milena Smit -que ya nos alucinó por su papel de viuda negra en No matarás (2020) de David Victori-, en su fragilidad y en su fogosidad, se convierte en uno de los mejores personajes de Almodóvar de los últimos años. Madres paralelas vendría a cerrar una trilogía (¿involuntaria?) sobre la maternidad junto a Julieta (2016) y Dolor y gloria (2019), aunque la figura de la madre siempre ha sido tremendamente importante en la obra de Almodóvar. Película mucho más verbal que visual Madres paralelas se acercaría más a La flor de mi secreto (1995) que a obras mayores del cineasta como Hable con ella (2002) o La piel que habito (2011), puesto que como la película protagonizada por Marisa Paredes, ésta posee una austeridad formal muy marcada, así como una liberación catártica en su visita al pueblo rural -qué bien filma Pedro los pueblos, sus gentes, sus casas, sus comidas, etc-. Me quedo con eso, y con las escenas de amor pasional, impresionantes, más que cuando los personajes buscan explicar toda su historia para darse a conocer. Siempre es una alegría ver una película de Almodóvar.
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