Regresa Álex de la Iglesia a Sitges y lo hace por la puerta grande. Estrenando aquí en primicia absoluta su nueva película, Veneciafrenia (fuera de competición), y con una proyección especial de El día de la bestia (1995) en copia restaurada 4K. Además, el estreno de Veneciafrenia significa el chupinazo de partida del sello 'The Fear Collection' que la productora de de la Iglesia, Pokeepsie Films, ha firmado con Sony Pictures y Amazon Prime Video para lanzar una nueva colección de películas de terror (se habló en su día que serían de “horror cósmico” pero, al menos esta primera obra, es de un terror mucho más terrenal).
Los protagonistas de Veneciafrenia -hermoso título, por cierto- son cinco jóvenes españoles (tres chicas, dos chicos) que llegan en crucero a la ciudad más bonita del mundo con la excusa de todo joven que viaja: emborracharse, follar, hacerse multitud de selfies y colgarlos en las redes sociales (que no dejan de ahorcarnos). Nada que objetar y mucho que desear. Aunque se prometía slasher ya desde el principio el director nos deja claro que algo más gordo está pasando. A los jóvenes les espera en el puerto una muchedumbre de venecianos anti-turistas cuya presencia amenazante será constante a lo largo de la película: más que un american 'gothik', estaríamos en un italian 'gothik'; más que Perros de paja (1971), hablaríamos de Cani arrabbiati (1974). Vaya, que los venecianos están hasta el gorro del turismo de limoncello y vomitona, y nuestros muy atolondrados protagonistas tendrán que enfrentarse con ello les guste o no les guste -la sombra de Hostel (2005) también planea en el arranque del film-. Tras unos títulos de crédito maravillosos, que homenajean a tanto póster dibujado a mano para ilustrar los terrores del giallo de los 60 y los 70, con una igualmente deliciosa banda sonora de Roque Baños -lo más destacable de toda la película-, Veneciafrenia se abre paso prometiéndose un slasher nada rutinario y llenándose de señas tenebrosas bastante jugosas: los asesinos enmascarados, el teatro inundado, las islas-cementerio plagadas de cadáveres asolados por la peste… buenas ideas que, sin embargo, en la segunda parte del film parecen desinflarse en una investigación algo estrambótica, si bien animada por momentos sangrientos que harán relamerse a los que disfruten con un buen baño de sangre. Y es que en sus momentos finales, la película (como la propia ciudad-escenario) parece hundirse bajo las aguas, tratando de coger peso dramático -¡si nos da igual el novio que aparece a mitad de obra!- y con un cierre anticlimático insólito en un cineasta cuyas tracas finales son realmente icónicas en su obra (yo me sitúo en el bando del sí, por supuesto).
Setenta años cumplirá el realizador chino Zhang Yimou el mes que viene. Para toda una generación de espectadores, Yimou, es el firmante de algunos de los mejores wuxia de la era contemporánea. Me refiero, claro, a las magníficas Hero (2002), La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006). Para mi generación, Yimou fue uno de los cineastas chinos más importantes de la historia, un maestro del melodrama -que trabajaba con su entonces pareja y actriz fetiche, Gong Li- que realizaría en los años 90 películas magistrales, caso de La linterna roja (1991), Qui Ju, una mujer china (1992), Ni uno menos (1999) y El camino a casa (1999), entre otras. Más allá del bien y del mal, Yimou este año ha estrenado dos largometrajes: Un segundo (2021) -que inauguró el pasado Festival de San Sebastián- y Cliff Walkers, que se ha proyectado hoy en Sitges en competición oficial.
Cinta de espías a la vieja usanza, Cliff Walkers narra cómo cuatro miembros de la resistencia china a la invasión japonesa en la Segunda Guerra Mundial tratan de llevar a cabo una misión de liberación y extracción de un aliado. En un paisaje nevado, la trama entrelaza las distintas historias de los protagonistas, en un juego continuo de alianzas y traiciones que recuerda, y mucho, al cine bélico de los años 60. Con un manejo del suspense brillante, la película es deliciosamente clásica, incluso anacrónica, os diría, con un manejo depurado de los tiempos y siempre prestando máxima atención a los detalles más nimios. Como en las mejores películas de espías esta es una cinta de sacrificio, una misión suicida con agentes dobles, traidores a la causa, juegos de espejos, interrogatorios, persecuciones y tiroteos a vida o muerte. El señor mayor que habita en mí lo ha disfrutado sobremanera.
Los que sí han resultado algo decepcionantes han sido unos habituales de Sitges: los realizadores franceses Julien Maury y Alexandre Bustillo, que aún hoy son recordados por la importancia que tuvo en el cine de terror europeo su debut en la dirección con la brutal Al interior (2007). En su nueva película, The Deep House, buscan un relato de casa encantada -algo que ya habían realizado con bastante más gracia en Lívido (2011)- con la singularidad de que ésta se encuentra hundida bajo el agua. Poca sorpresa y bastante poca gracia tiene la historia. No ayuda que el 95% de la misma sea en POV de las cámaras que llevan los influencers del terror protagonistas, así como lo pesados que pueden llegar a resultar ambos a lo largo del metraje. Al final, cuando la parte monstruosa sucede, la cosa se anima bastante, pero si ochenta minutos de largometraje se hacen tan largos, algo malo pasa.