Sigue la avalancha de proyecciones en Sitges. Jugosamente demencial, fiel a su estilo. En estas crónicas estoy evitando hablar de películas que he visto (y comentado) en otros festivales, pero por si las moscas, querido/a lector/a, quieres saber (por ejemplo) qué pienso de la brutal The Innocents de Eskil Vogt, aquí podéis ver mi vídeo en Cannes, o de uno de los hits del cine español de 2021, Tres de Juanjo Giménez, aquí escribí sobre ella en Venecia. Y ahora, vamos con lo visto en Sitges.
Al cineasta hongkonés Soi Cheang los muy cafeteros del Festival lo teníamos controlado de otros thrillers cargados de hemoglobina aquí presentados. Pienso en Dog Bite Dog (2006), me acuerdo de Accidente (2009). En su última película, Limbo, proyectada en la sección oficial competitiva, Cheang nos presenta un thriller con la habitual sobredosis de desesperación y adrenalina, habitual en la cinematografía de Hong Kong, a la que suma dos elementos de altísimo interés: una fotografía en blanco y negro sobre decorados recargadísimos, casi del post-barroco, y cuatro tazas más de violencia antinatura. Película con psycho-killer violador, mutilador y asesino de mujeres y una pareja de policías a la vieja usanza del cine negro: está el veterano, fuertemente traumatizado por el accidente que dejó a su esposa moribunda, y el imberbe, recién salido de la escuela y con nula experiencia a la hora de ser pateado por las calles; dos maneras de afrontar la ética policial que acabarán por encontrarse en el lado más oscuro de la misma. Limbo presenta la acción en un Hong Kong retratado como un gran basurero kitsch, azotado continuamente por la lluvia -una de las muchas referencias a Seven (1995)-, donde hasta la peste de los cientos de bolsas de basura se puede sentir desde la butaca. El giro, casi la transmutación, que haría de la película algo realmente llamativo, es cuando la alta violencia presente en la misma -es incalculable el número de ignominias que le ocurren a la ex drogadicta que ayuda a la pareja policial, ¡incluyendo palizas de los propios detectives!- se vuelve el principal patrón narrativo de la misma. No apta para estómagos delicados, Limbo acaba siendo un cuento de horror que busca la redención por la vía del asesinato, además de la mejor película que le hemos visto a su director.
Otra de las grandes sorpresas de este Festival de Sitges ha sido la cinta de animación Cryptozoo, el salto al largometraje del dibujante, comiquero e ilustrador norteamericano Dash Shaw. Su película, un Jurassic Park (1993) de criaturas mitológicas, imbuida de esoterismo post-hippy, donde los unicornios pegan cornadas a los humanos mientras estos les revientan la cabeza a pedradas -cita literal-, es tan alucinante como grotesca, con una animación artesanal que mezcla múltiples estilos distintos de entender el dibujo animado -casi uno por criatura-, en un acabado anacrónico que funciona por oposición al cúmulo de escenas violentas que aparecen en la misma. El movimiento artesanal de personajes y criaturas encuadra en pantalla escenas de canibalismo, bacanales sexuales, mutaciones por envenenamiento y todo tipo de muertes bizarras, todo ello mientras se proclama un sentido de la vida muy new age, tan chiflado como podría ser ver a Rick y a Morty colándose en una versión hardcore de Hora de aventuras (2010). No sé, me da la risa mientras escribo. ¡Esto es una locura! ¡Sólo en Sitges pasan estas cosas! Yo: la recomiendo, aunque probablemente está tan loco como las propias imágenes de Cryptozoo.
Cerramos con Barbaque del director francés (y actor principal de la misma) Fabrice Eboué. Alegato anti-vegano en clave de comedia-gore donde unos carniceros en ruina deciden empezar a cazar, asesinar, despiezar y vender veganos -como si fuera 'cerdo iraní'- como medio para recuperar su amor y su negocio. Solo tiene un chiste la película: la matanza indiscriminada de los susodichos, siempre representados como extremistas anormales moralizantes y Eboué decide repetirlo hasta la extenuación. Si no fuera porque también carga contra los multimillonarios, os diría que esto es cine de ultra-derecha. A mí no me ha hecho mucha gracia que digamos, coma uno lo que coma. ¡Dejad a la gente en paz!