Al arrancar este festival un compañero crítico me dijo que James Gray, en cierta forma, en sus películas siempre estaba adaptando El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, bien a través del cine criminal -La noche es nuestra (2007)-, bien a través del cine de aventuras a lo Herzog -Z, la ciudad perdida (2016)-, bien a través de la space opera -Ad Astra (2019)-. El ser humano superando sus propios límites para tratar de alcanzar una quimera jugándose su propia vida, su propia estabilidad mental, su propia ética primigenia. Una forma extrema de tratar de entender qué es esto de la existencia humana, qué significa vivir, qué significa querer, qué significa ganar y, sobre todo, qué significa perder. Porque en la vida, básicamente, lo que hacemos es perder continuamente, día tras día, hasta que llegas a un equilibrio con tus esperanzas y tus ilusiones de tal forma que convives con la derrota como si esta fuera un pacto tácito con la felicidad. Y la primera de las grandes derrotas, claro, llega en la adolescencia. O quizás un poco antes, a los doce años, los mismos que tiene Paul (Banks Repeta) en Armageddon Time, el particularísimo coming-of-age que James Gray ha estrenado en Cannes donde bucea en su propia memoria personal -Nueva York, años 80- para construir una delicadísima y, a ratos, desgarradora historia de amistad, ilusiones, familia, lucha de clases y, de nuevo, de pérdida. La pérdida de la inocencia, la pérdida de un ser querido, la pérdida de quién sólo tiene ganas de ganar porque aún no sabe que en esta vida, si logras empatar, ya es un gran triunfo.
Armageddon Time cuenta pues la historia de Paul, hijo pequeño de una familia de emigrantes judío-ucranianos, que acude a una escuela pública del barrio neoyorquino donde se alojan, donde se hace amigo de un chico negro que ha repetido curso. La familia, en Gray, es siempre columna vertebral de vicios y complejos que, además, suele resolver sus problemas por la vía de la violencia. Pasaba en Cuestión de sangre (1994), pasaba en La otra cara del crimen (2000), pasaba en Two Lovers (2008): la familia te atrapa en su tela de araña, dejándote pocas o ninguna salida, y uno acaba heredando sus conflictos y haciéndoselos suyos sin remisión posible. En Armageddon Time Gray regresa a la pequeña escala de Cuestión de sangre para retratar un pequeño drama familiar que, sin embargo, el joven protagonista vive como el armagedón que reza el título de la película (y que está extraído de una frase de Ronald Reagan cuando profetizaba el fin del mundo para los jóvenes norteamericanos si los demócratas seguían en el poder). El sueño del chaval, probablemente el mismo joven Gray, es ser artista. Ser dibujante. Ser como Kandinsky. Su padre (Jeremy Strong), fontanero, y su madre (Anne Hathaway), ama de casa, le dicen que estudie, que cumpla con lo establecido, que siempre va a poder pintar, pero lo primero es lo primero. Su abuelo (genial Anthony Hopkins) es el único que conecta con el chico, que le anima a luchar, al igual que lucharon sus padres cuando huyeron del pogromo nazi. Así que Paul no se rinde, aunque se lleve no 400, si no junto con su amigo, 800 golpes. Los padres le cambian de escuela, a una privada, apadrinada por la estirpe de los Trump -diabólica Jessica Chastain en su discurso de recepción.
Quizás pagando mucho dinero consigan apagar los sueños del chaval que sueña con cohetes, con pintarlos, con lanzarlos, quizás su amigo tripulándolos. Gray maneja los códigos del melodrama con una sensibilidad empírica de maestro y manejando una puesta en escena de un clasicismo impúdico. Lo cité sin nombrarlo: el primer François Truffaut (más que el último Paul Thomas Anderson, porque aquí no hay idealismo romántico y sí romanticismo amargo), el Francis Ford Coppola de Rebeldes (1983), el Nicholas Ray de Rebelde sin causa (1955), serían algunos de los padres putativos de Armageddon Time, nueva obra maestra de un cineasta que, hoy por hoy, no parece haber encontrado aún sus propios límites. Primera gran favorita a la Palma de Oro.
Aunque ya habían colaborado juntos en el guión de ese dramón llamado Alabama Monroe (2012), es la primera vez que la pareja belga formada por Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch firman una película como co-directores. La anterior película de Groeningen debía haber sido su confirmación internacional, una lástima que Beautiful Boy, siempre serás mi hijo (2018), incluso con su poderoso tándem protagonista: Steve Carell y Timothée Chalamet, fuera material cenizo de primera, un cruce entre el cine anti-drogas y el melodramón parentofilial propio de una tarde de sobremesa a la holandesa. Así que en su nueva película, The Eight Mountains, presentada a competición en Cannes, el cambio de tercio mostrado por los cineastas ha resultado bastante categórico (para bien). Adaptación de la novela Las ocho montañas (2016) de Paolo Cognetti, con actores -ahí está el gran Luca Marinelli, protagonista de Martin Eden (2019), pero tampoco se queda corto Alessandro Borghi-, localizaciones y diálogos italianos, la película cuenta la historia de amistad/amor entre dos hombres, desde la infancia hasta algo parecido a la madurez. Película de formato cuadrado (3:4), que busca arduamente sacar la máxima belleza a cada encuadre (y a veces lo consigue), cuidando sin estridencias el mecanismo dramático de la cinta: el cómo al hacernos mayores quedamos atrapados por la misma condición humana que atrapó a nuestros padres, la difuminación que existe entre la amistad íntima entre los hombres y la historia de amor reprimida, el duelo existente entre el que vive la vida casi nómada en las montañas y el que utiliza el campo como fuga de las presiones de la ciudad… The Eight Mountains parece mejor película de lo que en realidad es, probablemente porque le pese mucho su exagerado metraje (150 minutos) y también probablemente porque el conflicto dramático básico no llega nunca a concretarse. Aún así, una película que busca la intimidad atrapada entre montañas gigantescas, con momentos realmente bellos.
Alejandro G. Calvo
Cannes Día 1. El festival celebra la vuelta a la (aparente) normalidad inaugurando con la festiva película de zombies 'Corten!' de Michel HazanaviciusFather & Soldier, lo nuevo de Omar Sy
El fenómeno Intocable (2011) propulsó la carrera de Omar Sy, desde entonces uno de los actores de comedia más populares del cine francés e internacional. Más de una década después, Sy quiere dejar claro que su registro interpretativo abarca mucho más que el humor con buenas intenciones. En Cannes ha presentado el drama bélico Father and soldier (Tirailleurs en su título original francés), donde da vida a un padre senegalés capturado junto a su hijo y otros hombres de la aldea por las tropas francesas para que combatan en primera línea de frente en la Primera Guerra Mundial. La película ha inaugurado Un Certain Regard, la sección alternativa del festival que acoge obras de cineastas menos reconocidos o más arriesgados.
Cannes Día 2. Tom Cruise se erige en Cannes como el estandarte del cine en salasOmar Sy cambia de género, de la comedia al drama, pero no de tipología de personaje. En Father and soldier se erige como un padre bondadoso y ultraprotector, dibujado de pies a cabeza para ganarse las simpatías de la audiencia. Su objetivo en el frente consistirá en conseguir que su hijo escape con vida de un conflicto bélico que nada tiene que ver con ellos. La película pretende llevar a cabo una reivindicación del papel de los soldados africanos en la primera Gran Guerra europea desde una supuesta óptica poscolonial. Sy y el resto de actores de origen africano hablan en fula, una de las lenguas del Senegal, y queda más que claro que han sido secuestrados por los franceses para ejercer de carne de cañón. Pero, como a su manera sucedía con Intocable, Father and soldier se desvela mucho más conservadora de lo que aparenta en el retrato del vínculo entre los senegaleses y la metrópoli francesa. Lejos de generar la más mínima incomodidad respecto al trato de Francia a los habitantes de sus ex colonias, la trama desemboca en un discurso patriótico de conciliación. Y como drama bélico, Faher and soldier resulta abúlica en las escenas de batalla y en exceso sentimental. Los vínculos con Intocable no acaban aquí. Porque el realizador de Father and soldier, Mathieu Vadepied, fue el director de fotografía de la película de Olivier Nakache y Éric Toledano.
Eulàlia Iglesias
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