Los Bridgerton se vendió como una especia de Gossip Girl de época y, desde luego, ha sabido llegar a su público. Son muchos los suscriptores de Netflix que han elegido ésta -entre todo su catálogo de series originales- para devorar los últimos días del año. Ahora que hemos pasado al 2021, su éxito no ha desaparecido y continúa subiendo el número de visualizaciones.
La ficción de Shonda Rhimes nos presena a Daphne Bridgerton (Phoebe Dynevor), una joven que quiere seguir los pasos de sus padres y encontrar el amor verdadero. Sin embargo, sus planes comienzan a desmoronarse cuando sale a la luz un diario repleto de escándalos sobre la alta sociedad escrito por la misteriosa Lady Whistledown, la cual lanza calumnias sobre Daphne.
Aunque pueda parecer todo ficción -y lo es- algunos personajes están basados en figuras históricas reales y el rey George III (o Jorge III) es uno de ellos. Está interpretado por James Fleet y llama más la atención por su ausencia que por su presencia. El resto de miembros de la corte hablan poco de él y apenas se le ve en pantalla. Por supuesto, la razón es que no es protagonista, pero también se debe a que el verdadero monarca estuvo gravemente enfermo en sus últimos años y decidieron apartarle de sus funciones.
Jorge III empezó a sufrir periodos de enfermedad a partir de 1765. Aunque eran breves, con el paso del tiempo fueron haciéndose más recurrentes y prolongados en el tiempo hasta que en 1788 su demencia era evidente. El monarca no podía ejercer bien sus funciones y, de hecho, se convirtió en una amenaza para sus seres cercanos y para él mismo. No daba una buena imagen de Reino Unido por lo que empezaron a esconderle del ojo público hasta que su hijo, George IV, pasó a ser el rey regente en 1811. Mientras tanto, la reina Charlotte (Carlota) (Golda Rosheuvel) se convirtió en la imagen de la familia real. En la intimidad, el rey y la reina tenían muy poco contacto y ella evitaba estar a solas con él. Según recoge ScreenRant, en 1813 -cuando se supone que se ambienta la serie- apenas se veían.
Pero, ¿qué le pasaba al rey? Entre los síntomas que padecía se encuentran convulsiones, espuma que salía de la boca, divagaciones, depresión y, al final de sus días, pérdida de oído, visión, memoria e incapacidad para caminar. Durante muchos años se ha pensado que podía padecer porfiria, una enfermedad hereditaria que afectó a un gran número de monarcas. Sin embargo, varios historiadores creen que el problema del monarca era puramente psiquiátrico y lo que tenía era una mezcla de trastorno bipolar, manía crónica y demencia.
Pero no era lo único de lo que adolecía. Jorge III también sufrió una grave depresión tras la muerte de la princesa Amelia, la pequeña de sus 15 hijos y por la que sentía un especial cariño. La pequeña falleció en noviembre de 1810 y el rey se vio obligado a ceder su puesto en 1811. Aunque ya estaba enfermo previamente, la muerte de su hija terminó por volverle loco.