El legado de Sergio Leone al cine es inmenso. No sólo es la pieza fundamental para entender el spaguetti western; sino que la forma que tenía de narrar ha influido en numerosos directores posteriores: desde el propio Clint Eastwood hasta Quentin Tarantino.
Su figura comienza a forjarse con esta película: “Por un puñado de dólares”. Independientemente de los paralelismos con la nipona “Yojimbo”, la primera pieza de la trilogía del dólar es la obra que consolida al spaguetti western y el western crepuscular. Aquí me gustaría matizar dos cuestiones. La primera, y como bien indica Carlos Aguilar en la monografía del director romano, es Joaquín Romero Marchent quien da inicio al spaguetti western; y, en segundo lugar, el western crepuscular también se consolidó con el otro pilar de dicho subgénero: Sam Peckinpah.
Pero centremos el análisis en “Por un puñado de dólares”. En este filme, como en todo western, está presente la teoría del límite o de la frontera, pero con matices. La trama se desarrolla en plena frontera geográfica entre México y USA y dentro de ese poblado (San Miguel) existe un frontera, marcada por la zona central de la cantina, entre los Rojo y los Baxter. Sin embargo, aquí se comienza a difuminar el concepto de frontera. Rojo y Baxter, por mucho que estén enfrentados, son la misma cara de la moneda. Dos familias corrompidas por el dinero y el poder, y. por lo tanto, abocadas a enfrentarse continuamente. No existe frontera entre el bien y el mal.
Y en medio de este caos, Joe (Clint Eastwood), el protagonista de la cinta. Vestido con ese poncho mexicano, mítico hoy en día, Joe es el único que tiene el lujo de poder moverse a su antojo. Si bien es cierto que su motivación principalmente es enriquecerse a costa de las dos familias, gracias a su ingenio y picardía, también manifiesta ese lado humano. Pero lo que resulta interesante de Joe es como este personaje transita entre lo vivo y lo muerto, como un fantasma. Ya no sólo explícitamente en el desarrollo de la trama; sino también implícitamente, pues el espectador nunca llega a conocer realmente a Joe, sólo ve sus actos, no sus pensamientos. Esta fatalidad en el personaje de Clint Eastwood será una de las características principales del western crepuscular. Pensemos en “Grupo Salvaje”, donde la banda de Holden ya está marcada por un destino aciago desde el inicio del filme o, en el propio John Ford, maestro del western clásico, pero que en, “Centauros del desierto” Ethan vaga como un fantasma por Monument Valley.
Pero ahí más en el filme de Leone. El gran punto fuerte de la película es la puesta en escena, donde el director romano manifiesta su dominio del lenguaje cinematográfico. Los planos muestran una gran plasticidad, a veces exagerados, muy barrocos, impactantes, sin que ello afecte al resultado final. En muchos casos, esta tendencia a lo grandioso ayuda a transmitir determinada información o a acentuar un determinado aspecto. Ya de sobra es conocida la tendencia de Leone a dilatar el tiempo mediante el montaje y la sucesión de primeros planos en las escenas de tiroteo; y, sin embrago, pese a que resulten irreales, estas escenas implican la participación del propio espectador. De vivir la tensión que están experimentando los propios personajes, siendo un absoluto acierto del maestro italiano.
Pero si hay que hablar de maestros italianos, y con esto termino este análisis, es necesario hablar de Ennio Morricone. El cine de Leone no sería lo mismo sin el compositor romano. Creo que esto es algo obvio e irrebatible. Es de suma utilidad la música de Morricone para enfatizar sobre quien tiene el protagonismo en una u otra escena. Por ejemplo, Joe es el sonido agudo del silbido, mientras que Ramón está ligado a sonidos más graves.
En resumen, “Por un puñado de dólares” iniciaba una de las trilogías más maravillosas del cine; consolidaba un género, el spaguetti western, que pese a sus excesos ha producido notables obras en la historia del cine; y nos regalaba tres de las figuras más importantes del séptimo arte: Clint Eastwood, Ennio Morricone y Sergio Leone.