Olor a gasolina
por Virginia MontesDespués de conseguir llegar a la cumbre de su estilo con el díptico de Kill Bill, y de ayudar a su amigo Robert Rodriguez en algunas escenas de la deslumbrante Sin City, Quentin Tarantino se aliaba a este último para materializar un proyecto que desde hacía tiempo tenían ambos en mente: homenajear a los programas doble de serie B que veían en su infancia y que tanto les influyeron en sus respectivas carreras cinematográficas.
El resultado se materializó a través de dos películas gozosamente gamberras y frenéticamente irresistibles que utilizaban los materiales de desecho para proporcionarles un aura de lo más cool. Como era de esperar, la película de Tarantino superaba a la de Rodriguez: Death Proof no era solo un divertimento, sino que terminaba convirtiéndose, a través de una total autoconsciencia, en un mecanismo de reflexión sobre el propio medio cinematográfico. Tarantino dividía en dos la historia: en la primera dilataba las conversaciones y comenzaba a generar una tensión ambiental a través de sus ya míticas conversaciones; en la segunda llegaba la acción, cuyo motor no podía ser otro que la venganza. Chicas en minifaldas, coches, carreras a muerte, un entrañable sádico interpretado por Kurt Russell y un estilo tras la cámara que no se podía soportar. Death Proof demostraba que no existe argumento tonto o película pequeña si detrás de la cámara se encuentra un genio capaz de convertir en obra maestra un puñado de ideas rescatadas del olvido tras pasarlas por el filtro de su tormentosa inventiva.
A favor: Toda la parte final. ¡Adrenalina!
En contra: Que las primeras conversaciones puedan hacerse un poco pesadas. En contra: