Reconciliación campo-ciudad
por Eulàlia IglesiasEl tópico del hombre sofisticado de ciudad que se reconecta con las cosas-sencillas-pero-valiosas de la vida gracias a su relación con un hombre de campo se explota en todos sus lugares comunes del primer al último minuto de Conversaciones con mi jardinero.
Jean Becker, hijo del maestro Jacques Becker y demostración de que el talento no se transmite genéticamente, se ha convertido en un especialista en el cultivo de un costumbrismo a la francesa que funciona muy bien en los cines frecuentados por espectadores poco exigentes. La película rezuma prejuicios disfrazado de reconciliación de clases: al obrero de campo no se le supone mayor cultura que la que proporciona el contacto con el entorno, mientras que el artista urbano se ha mezclado siempre con snobs y no sabido vivir la vida en toda su autenticidad. Entre ambos se desarrolla una amistad abonada por las frecuentes conversaciones que mantienen en la casa y el jardín del pintor que regresa a su pueblo natal, en unos escenarios que pretenden entroncar con la tradición paisajística francesa del siglo XIX. Solo el buen hacer de los dos intérpretes, Jean-Pierre Darroussin y Daniel Auteil, ofrece cierto alivio en esta película llena de clichés.
A favor: La elipsis final: al menos nos ahorramos el regodeo en el llanto.
En contra: El insoportable paternalismo con que se retrata la vida rural.