Más cruda que didáctica
por Quim CasasMaría, reina de Escocia es una de esas películas que inicialmente dan un poco de pereza, por el modelo de cine histórico y de época que representan y porque el personaje de María Estuardo, reina de Escocia durante los tiempos convulsos -¿cúal de aquellos periodos no fue convulso?- de la segunda mitad del siglo XVI, ya ha sido retratado varias ocasiones en el cine con más o menos licencias respecto a la realidad. Sin ir más lejos, la encarnó Katharine Hepburn en María Estuardo (1936), versión hasta cierto punto amable de John Ford, y Vanessa Redgrave en un biopic comme il faut, María, reina de Escocia (1971), en el que lidió con Glenda Jackson en el papel de Isabel Tudor, entonces reina de Inglaterra. Más reciente es la miniserie de producción anglo-española Reinas (2016), centrada absolutamente en las fricciones entre las dos monarcas y el deseo de expansión de ambas para lograr reinar sobre los dos países.
También podría dar pereza porque el director Josie Rourke solo ha hecho hasta ahora teatro y filmaciones para televisión de montajes teatrales, y eso, por lo general, es sinónimo de corrección y academicismo, y de escasa creatividad cinematográfica. Pero María, reina de Escocia, que puede verse tanto como una nueva versión de la historia o un remake del filme de 1971, ahora con Saorsie Ronan y Margot Robbie en los papeles de María e Isabel, supera con creces estos límites (o estos prejuicios del crítico antes de enfrentarse al filme) para desarrollarse como una pequeña historia de violencia nada ampulosa, más bien todo lo contrario (la película brilla en su contención incluso en las escenas bélicas), en la que se es más orgánico que didáctico.
Para entendernos, y dando por sentado que dos de los ejes del filme son sus interpretaciones, mesuradas las de ambas actrices protagonistas, y la recreación de la época, más cruda y sórdida que ornamental y preciosista, María, reina de Escocia prefiere antes los sentimientos y la filmación de los cuerpos (el de María y sus damas de compañía, el del trovador homosexual ejecutado con vileza, el del siniestro sacerdote que llama a arrebato contra el flujo progresista de la reina escocesa, el de Isabel con el rostro marcado por la viruela, el de los escasos escarceos de conocimiento sexual que se permiten) que la explicación metódica y pedagógica de los acontecimientos históricos, a veces algo dispersos o confusos.
De esta decisión, que para algunos será carencia y para otros, virtud, sale beneficiado un filme que prometía ser tan puntilloso como frío y mecánico y, por el contrario, resulta más epidérmico e imprevisible. No es otra película sobre María Estuardo, Isabel Tudor y los conflictos ancestrales entre Escocia e Inglaterra. Es también el relato preciso de un momento en el que la vida y la muerte acababan teniendo el mismo sentido, más allá de dogmas, ideologías e imperios, y por lo tanto una película más física que teórica o, incluso, histórica.