Superman: Año Uno
Cuando John Byrne se hizo con el control del personaje estrella de la editorial DC tenía una ardua tarea: hacer novedoso y original un superhéroe ya caduco por casi medio siglo de multiversos y poderes ilimitados que habían convertido al Hombre de Acero en una triste caricatura de sí mismo. Y su tarea era doblemente ardua, pues su cometido llegó después del exitazo del “Superman” de Donner, un clásico del género que había convertido la mitología del original de Jerry Siegel y Joe Shuster en algo tan cercano al gran público como la mitología griega o la figura de Jesucristo, y que a su vez trataba de conciliar décadas de historia del personaje en un solo metraje. Y con todo, lo consiguió con creces, revitalizando el cómic en una época en la que sus adaptaciones cinematográficas se erigirían como el peor reflejo de aquello hacia lo que había evolucionado Kal-El sobre el papel.
Bebiendo de manera bastante directa, y nada disimulada, de la obra de Byrne, “El hombre de acero” tiene el mismo objetivo, el de adaptar Superman a los tiempos que corren, intentar contar lo mismo sin que suene a ya visto. Y lo primero que se desprende de ella es que posee una irregularidad fruto de su condición de hija de varios padres. Por un lado posee esa hondura dramática y reflexiva, así como su sentido de la estructuración narrativa enfocada al gran público, de Christopher Nolan. Por otro, la labor de David S. Goyer sobre el libreto, un especialista en captar esencias pero no siempre desarrollarlas, a no ser que tenga alguien a su lado que le ate bien corto. Y por último, de Zack Snyder, un cineasta nervioso, adicto a las anatomías humanas perfectas, director que maneja la cámara como un rockero su guitarra eléctrica, y más dado a lograr un plano para el recuerdo y enérgico que a la profundidad de sus historias.
Esta película está influenciada pues por las lecciones de tres padres diferentes, como Kal-El/Clark Kent lo está de las contrapuestas enseñanzas de sus dos padres en la ficción, el terrenal y el kryptoniano. Y esto se nota mucho en la película, que se puede dividir en los dos mismos actos en los que se fragmentaba “Batman Begins”. Tras abrazar abiertamente los cimientos de la ciencia-ficción más espectacular que nos muestra Krypton como nunca antes se había hecho, asistimos al viaje de realización personal y de búsqueda de sus orígenes, a la vez que de su significado para este mundo, de nuestro protagonista. Un collage de relaciones paterno-filiales contado a base de flashbacks que pretende abarcar mucho en poco tiempo, y que en su segundo acto cobra importancia y significado, dándote cuenta de que entre tanta irregularidad en el montaje, había algo que contar, la historia de un héroe que debe descubrir el amor por la raza humana, una razón para que ésta merezca ser salvada, algo no demasiado fácil para un personaje con el corazón dividido entre dos mundos.
Y es curioso que la parte más equilibrada de la función sea precisamente la más caótica, sin entender este término como peyorativo. Zack Snyder modula su estilo por el bien de la propuesta, carga la cámara al hombro y acierta en la filmación de los pasajes más dramáticos, pero es en el segundo acto donde da rienda suelta a sus manías cinematográficas personales y nos brinda un espectáculo visual de caos y destrucción que deja la escena en Manhattan de “Los Vengadores” en pañales. Abandona su fanatismo por las cámaras lentas, pero lo cambia por el zoom digital y vuelve a hacer gala de su gusto por las anatomías de cómic clásicas, persigue al personaje en su vuelo, nos hace sentir el vértigo y los mareos, pero consiguiendo que nunca nos perdamos entre tanta acción y movimiento en una planificación de la acción repetitiva pero efectiva. En una película de un gran estudio como esta, es llamativo que se le haya dado libertad, y el resultado ha sido inmejorable.
No es perfecta, y ahí está el primer acto para atestiguarlo, un chiste final impropio de la sobriedad del conjunto o la falta de fuerza de los personajes femeninos –otra constante del cosmos nolaniano, librándose solamente la malísima Faora, un personaje más acorde a la filmografía de Snyder- frente a los masculinos –soberbios Kevin Costner, Michael Shannon y Russell Crowe, y correcto Henry Cavill, que se limita a dejarse llevar por la aparatosidad de la función-, pero su segunda mitad es todo lo estruendosa y sobrehumana que hace falta como para que al final todo encaje en su sitio. Tampoco es la obra sobre Superman definitiva. Simplemente es una adaptada a los nuevos tiempos, una que, ahora sí, puede rivalizar con el universo marvelita. Una revitalización cinematográfica necesaria y completa. Nuestro Superman: Año Uno.
A favor: la rotundidad de su prólogo y el acto final, capaz de crear solidez entre el caos
En contra: el segundo acto, el más irregular