Las mejores amigas
por Israel ParedesA cierta edad ponerse uno a evaluar 'Bratz: la película' resulta estrambótico. ¿Qué postura asumir ante ella? Se puede atacar duramente dada la paupérrima calidad cinematográfica de la que hace gala del primer al último plano, pero eso supone quizá un esfuerzo mayor que analizar cualquier película de autor mediante una metodología que no queda claro si es la más adecuada para una película como la de Sean McNamara. Tampoco puede caerse en la reivindicación, porque los argumentos a utilizar serían demasiado esquivos (en caso de poder encontrarlos). O bien, podríamos acercarnos a ella más como una herramienta, es decir, como un texto sociológico de la juventud a través de su más que particular representación de la realidad. Pero todas estas opciones, y alguna más, en realidad acaban siendo poco o nada operativas, porque estamos ante una película que no es sino la puesta en imagen real de unos personajes de animación, un producto más dentro de una maquinaria de márquetin que busca vender más atrayendo a todo el público potencial por todos los medios posibles. Y 'Bratz' es eso, un vehículo más. Por tanto, ponerse demasiado nervioso con ella tampoco vale de mucho. No pretende aportar nada al cine, de hecho uno duda de que incluso sus responsables hayan pensando en ella como obra cinematográfica, sino simplemente ser algo. Y lo más curioso es que en su mediocridad no es mucho peor que otros productos que, en cambio, sí nos rompemos la cabeza en analizar (para bien o para mal) tan solo porque el empaquetado es diferente. Será que nos tomamos en serio algunas cosas que deberíamos dejar tan de lado como solemos dejar películas como 'Bratz: la película'.
Lo mejor: que no pretende ser más de lo que es, es decir, nada.
Lo peor: que dura casi dos horas... y todo lo que sucede en pantalla durante ese tiempo.