Hay gente que confunde el popurrí estilístico con la grandeza de una obra cuya pretensión pareciera ser la de abarcarlo todo. Es el caso. El otrora interesante Luhrmann se empacha de ego, adquiere ínfulas de gran creador todopoderoso y nos regalga uno de esos fiascos difíciles de creer y fáciles de olvidar. Autocomplaciente, engolado, preciosista, estéticamente tan pulcro como vacío, formalmente grávido y narrativamente leve, repleto de excipientes y colorantes, de esquemática pomposidad crítica y edulcorado romanticismo fotográfico de sábanas enrolladas con precisión censora en las zonas pudendas, y definitivamente kitsch, el bueno (ahora el malo) de Luhrmann no engaña a nadie y se da de bruces contra el muro de la cruda realidad, la que nos dice que su obra anda hueca, o al menos no precisamente sobrada, de imaginación e ideas. Eso sí, no tiene compasión al embutir a una descolocada y meliflua Nicole Kidman en trajes tubulares y hacerle pasar por el túnel de viento generado por el bramante soplido testosterónico de un Hugh “Lobezno” Jackman galán y machote, duro e irónico, frágil y rudo, sin depilar, un actor todoterreno y muy presentable que tal vez sea lo único un pelín rescatable dentro de este batiburrillo aburridillo o viceversa. Es complicado amigos, y a fe que se merece una digna mención, soltar un fardo de más de dos horas y media y no emocionar ni una sola vez con una historia que se pretende épica y romántica. En mi caso, a los 48 minutos aprox. comencé a bostezar y ya no paré hasta el final. O sea, cuando el supermegadirector trae a colación la metáfora (uyyyy) referida al Mago de Oz. ¿O era de Baz? No es sólo su pretenciosidad insufrible, sus aires falsos de gran cineasta, las incongruencias soltadas a diestra y siniestra y los milagros imposibles (cómo sobrevivir a bombas que te caen encima sin ser Rambo), no es sólo eso recórcholis, es que para colmo uno queda estresado por el dichoso subrayado musical de “ahora suelta lagrimita” o “es la hora del espíritu mágico aborigen” o “momento compasivo” o “qué paisaje más bonito” o “por fin he entendido tus palabras y por eso las repito ahora” o “hagamos el amor sin que se note ni traspase (la pantalla)” o “a ver si aguantas mi mirada” o “te hacía criando malvas y has sobrevivido” o “cuidado que el villano todavía no ha dicho su última palabra” o “formemos nuestra familia” o “llegó la despedida” o cualquier otra tipificación experiencial que se os ocurra, acompañando hasta la extenuación todos los planos y secuencias, supongo que incluso hasta los bajos alivios campestres de los protagonistas. Así que ya Oz lo he avisado, parad el reproductor y cambio de tercio. Una apetecible alternativa podría resultar la excelente Guerreros de antaño del (érase) una vez prometedor Lee Tamahori. Así no tendréis ni que trasladaros de continente. Pero si preferís cambiar hasta de espacio-tiempo y mantener la metáfora (oyyyy) entonces mejor Zardoz de John Boorman, con un impagable y patilludo Sean Connery. Claro que lo de llamar al punto de embarque de las reses “Darwin” tampoco está nada mal pues nos lanza una intepretación selectiva al más puro estilo naturalista (Ozú). Qué queréis que os diga, ya que se pone a narrar un niño estas polvorientas fazañas prefiero el taimado huraño de Mad Max 2 rememorando los arrestos de Mel Gibson, que por cierto (el mundo, incluido el del cine, es un pañuelo arrugado y usado) también proviene de las antípodas. Para quien todavía no lo sepa: Allí hay trabajo, aquí no; allí se fornica, aquí no, etc (véase con aprovechamiento “Los lunes al sol”).