Álex de la Iglesia es un tipo listo, muy listo, y para colmo un gran director que hasta con un material decididamente plúmbeo es capaz de armarte una historia que puede resultar tras su visionado completo, y como poco, más que interesante. Es precisamente el caso que nos ocupa en esta breve reseña. La cinta de Álex está armada sobre el eje central de la confrontación entre dos teorías epistemológicas acerca de la verdad: una lógico-matemática asentada en principios matemáticos según la cual sería perfectamente posible acceder a la Verdad partiendo de axiomas irrefutables y a través de un razonamiento hipotético-deductivo bien desarrollado, y otra para la cual la Verdad sería un ente mucho más incierto, nebuloso, probabilístico, que va a depender en gran medida de los presupuestos de partida (teóricamente indemostrables desde su propio marco de referencia) y también de las interpretaciones teóricas que vayan enlazando los hechos de acuerdo con la explicación teórica que en ese momento estemos pretendiendo contrastar. El joven alumno al que da vida Elijah “Frodo” Wood representa esa posición terca que prefiere seguir creyendo en la predecibilidad de cualquier acontecimiento y, en consecuencia, la existencia de una verdad inmutable a la que podría llegarse mediante el puro razonamiento (no dejar de ser irónico que tanto empiristas ingenuos como racionalistas convencidos compartan esta posibilidad a pesar de parecer continuamente enfrentados en lo que siempre ha sido en el fondo una falsa dicotomía), mientras que el ínclito profesor universitario interpretado por el mítico John Hurt será justo el contraplano de esa postura, haciendo estallar al final todas las certezas lógicas en un “quot erat demonstrandum” realmente memorable.
De la Iglesia sabrá diseminar con acierto numerosas pistas, despistes, macguffins, y señales a lo largo de un metraje que tiene su punto más débil en el forzado encuentro sentimental entre la antigua amante del sabio (una Leonor Watling poco convincente y bastante perdida en su papel) y el aspirante a ocupar ese lugar simbólico de supuesto saber, pero asimismo, y al ser plenamente consciente de esa debilidad dentro de la trama, Álex tratará de trascenderla con sutil habilidad haciendo virar la historia hacia el campo de batalla teórico, valiéndose en todo momento de una intriga crimino-lógica cuya máxima fuerza reside en la doble destrucción operada en el ámbito de las certezas, sobre las materialmente inculpatorias como las puramente teóricas o deductivas. El resultado final de la película es más que aceptable, proporcionando un entretenimiento inteligente destinado a satisfacer las exigencias de un público muy variado. Todo un éxito en los tiempos que corren.