Desorden metabólico
por Cristina Álvarez LópezWilson y Aniston encarnan aquí a una pareja que esculpe su vida en base a reglas preestablecidas, tal y como se afirma nada más comenzar la película. Entonces las dos horas que le esperan al espectador, si decide perderlas, tratan sobre el tedio de la normatividad neoliberal: paso uno, casarse; paso dos, irse a vivir a un lugar cálido; paso tres, conseguir un cómodo empleo; paso cuatro, ensayo de la futura familia adquiriendo un lindo cachorrito; paso cinco, tener descendencia (blanca, rubia y heterosexual); paso seis, adquirir un hogar más grande y bucólico, alejado de la gente de piel oscura.
Sin embargo, la historia parece aborrecerse a sí misma y, para contrarrestar la espesura de este bocata de polvorones, tenemos a Marley, un perro que vive al revés que sus amos, al margen de las normas, y que representa el puro desorden metabólico del instinto. Por su libertad hasta parece que redima a la pareja que lo adopta, pero no al filme, que acaba siendo una apología de las estructuras sociales establecidas: el hombre es el que tiene aspiraciones laborales, la mujer deja el empleo para cuidar de los hijos, etc.
Por cierto, la escena de la vecina acuchillada por una maldad anónima, que sirve para justificar el éxodo de la familia feliz hacia barrios más alejados de los peligros de convivir con gente que no es blanca ni rubia, ni adopta perritos, representa un horroroso despliegue del ritmo narrativo asociado a la misma estupidez de la historia.
A favor: El perro es majo.
En contra: Todo.