Cenicienta de los pinceles
por Eulàlia IglesiasExiste una visión romántica del arte que no se aleja demasiado de los cuentos de hadas. Aquella que imagina al artista como un genio oculto a la espera de que aparezca su príncipe azul en forma de descubridor. La biografía de Séraphine de Senlis, una pintora francesa de principios del siglo XX, tiene algo de fábula de Cenicienta. Séraphine trabajaba como asistenta en las casas de su pueblo sin que nadie se fijase en su talento como pintora. Hasta que un coleccionista alemán, descubridor de Rousseau el Aduanero entre otros pintores naíf, se dio cuenta y reivindicó su genio. Desafortunadamente, el coleccionista tuvo que huir del país durante la Segunda Guerra Mundial y el camino al éxito de Séraphine se vio truncado...
Martin Provost recupera la triste historia de esta artista que acabó sus días en una institución psiquiátrica, a pesar de que siempre contó con el apoyo de un ángel guardián. El director presenta a una mujer presa del temperamento artístico y de cierta mística franciscana que prefiere gastarse en comprar pinceles el poco dinero que gana limpiando suelos, aunque esto la prive de comer. La puesta en escena peca de cierto academicismo que queda compensado por una vocación ascética que mitiga la tentación sentimentalista. Y Yolande Moreau le otorga personalidad y emoción al personaje que da título al film.
A favor: La escena en que Séraphine enseña sus cuadros a los vecinos y la complejidad de las circunstancias que impiden el éxito de la pintora.
En contra: Que no se arriesgue un poco más en el retrato de este personaje insólito.