Volver a empezar
por Marcos GandíaPara un público muy mayoritario no existía eso que algunos llamamos “el problema cinematográfico DC”. ¿Qué problema? ¿Que había elegido un estilo diametralmente distinto al de su competidora la Marvel? Mientras esta última apostaba por la luz, en las calles de Metrópolis y, sobre todo, Gotham eran las tinieblas las que predominaban. Claro que eso, para los exegetas de las películas de Batman de Christopher Nolan o de los dos Superman de Zack Snyder, no era una traición a los orígenes en papel puesto que recordaban las viñetas de Frank Miller o Greg Capullo que alumbraban esas psicoanalíticas historias de venganza, responsabilidad y teología torturada de bolsillo. Pero sí que había, o así me lo parece, un problema: todos esos films, más o menos buenos, espectaculares o profundos, parecían acercarse de una caprichosa manera al catálogo de personajes de la editorial DC. Ni el Batman (y los personajes que le rodearon en la trilogía) de Nolan tenía mucho que ver con el de los comics y sí más con las obsesiones del autor de Memento (el doctor Mabuse), ni el hombre de acero (con sus secundarios tan mal utilizados) de Zack Snyder y David S. Goyer se acercaba al de las historietas y era una suerte de reinterpretación profunda y aburridamente ultracristiana del personaje (que sí, vale, es el hijo de Dios etc. etc.).
Ha tenido que ser una obra fruto de los accidentes y de las vicisitudes, algunas de ellas trágicas (el suicidio de una de las hijas de Zack Snyder le apartó del rodaje, siendo sustituido por un Joss Whedon que también retocó el guión original), la que parezca situar en una suerte de tabula rasa (que no traiciona lo hecho anteriormente, y esa es una de las mayores virtudes de esta Liga de la Justicia) el universo cinematográfico DC. Si la estrenada con anterioridad, este verano pasado, Wonder Woman ya establecía un cambio en el estilo narrativo, Liga de la Justicia (donde la amazona dorada es una de las indiscutibles estrellas), dentro de sus dificultades de producción, realización, montaje y estreno, asume lo hecho hasta ahora, suaviza los defectos previos y abre el camino hacia unas aventuras ya divertidas, sin esa necesidad de darles una artificial gravedad en su discurso. O lo que es lo mismo: es capaz de citar a Christopher Nolan en el episodio de los terroristas nihilistas en el más alto tribunal londinense (que, ojo, es además una cita nada oculta a aquellos otros terroristas en la torre Eiffel del Superman II de Richard Lester), sigue linealmente la trama de las dos últimas y abigarradas cintas de Snyder pero despojadas de religiosidades subrayadas y eso que lo de cierta reaparición podría haber dado lugar a paralelismos con el Nuevo Testamento (pero que afortunadamente se resuelve con un regreso a los campos de maíz de Smallville claramente Richard Donner), y finalmente se entrega a narrar con solvencia y marcha una batalla sin fin y cósmica entre los buenos y los malos.
Liga de la Justicia es un entretenimiento de primera que va de una pelea a otra con gracia, de Atlantis a la isla de las amazonas con espíritu y ritmo aventurero. Y que presenta con gracejo a nuevos personajes, los relaciona entre ellos, apunta un sentido del humor hasta ahora ausente (ese Flash que nos deja con ganas de verle en su propia película) y confirma que la llegada como coordinador de las producciones en la gran pantalla de la DC de Geoff Johns (el artífice de la revolución en los tebeos de la casa) ha sido un enorme acierto. Que él ya se autocite con la aparición de algunas Linterna Verde nos hacen sonreír aliviados: ya no hay problemas a la vista.
A favor: Flash y su genial chiste sobre Cementerio de Animales.
En contra: El comisario Gordon no aporta nada.